El pasado día 11, sábado, día de San Fortunato pa más señas, cocía mis huesitos, poco a poco, en el horno en que se había convertido la plaza Nueva de Sevilla.
Tenía los ojos y el sentimiento puestos en una caricia de Juan Ramón Jiménez.... “la chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito”, cuando de improviso, era sobre el Ángelus, una algarabía blanca y verde se adueñó de la plaza.
Tenía los ojos y el sentimiento puestos en una caricia de Juan Ramón Jiménez.... “la chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito”, cuando de improviso, era sobre el Ángelus, una algarabía blanca y verde se adueñó de la plaza.
Reparé entonces que ese mismo día, a las 9 de la tarde, el Betis iba a jugar la final de la Copa del Rey. La verdad es que yo, por afinidad de colores, siempre había sido más palangana que bético, pero lo que vi me impresionó. Y lo que vi es que aquella gente que había tomado la plaza al asalto de su alegría era importante porque se sentía importante.
Para aquella gente, el Betis era y es el equipo más grande del mundo, pero no porque sea el mejor sino porque es el suyo. Lo de menos era que a la caída de la noche la Copa del Rey fuera o no suya, lo esencial era que ellos estaban allí, haciéndose notar, como colectivo, un millón de corazones unidos por una cinta blanca y verde.
El encanto de la pasión. Y me dieron envidia porque me la dan todos los que se apasionan, todos los que se ven impotentes para sujetar el corazón y se separan de los que se quedan en el suelo guardando la cordura. Desde el sábado, el Betis y los béticos me caen simpáticos.
Para aquella gente, el Betis era y es el equipo más grande del mundo, pero no porque sea el mejor sino porque es el suyo. Lo de menos era que a la caída de la noche la Copa del Rey fuera o no suya, lo esencial era que ellos estaban allí, haciéndose notar, como colectivo, un millón de corazones unidos por una cinta blanca y verde.
El encanto de la pasión. Y me dieron envidia porque me la dan todos los que se apasionan, todos los que se ven impotentes para sujetar el corazón y se separan de los que se quedan en el suelo guardando la cordura. Desde el sábado, el Betis y los béticos me caen simpáticos.
¡Manque pierdan!.
Sentimiento Bético... manque llueva.
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