La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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16/4/13

la bicifestación

El otro día anduve rebuscando en el baúl de los disfraces hasta dar con el de perroflauta. Luego, investido de tal autoridad, fui a reunirme con el resto de raritos que, convocados por la asociación Alpedal, como cada trimestre, se pintan solos para formar un pifostio del copón que recuerde al Ayuntamiento lo mal que andamos de infraestructuras cicleras en este culo del mundo.
El alcalde, y su corte, terminan pasándose por el forro a todos los cicleros juntos –que otras cosas más importantes tienen ellos donde fijar su atención- pero nosotros nos divertimos un rato a costa de la Administración; cosa, como bien saben sus mercedes, muy rara de ver y menos de disfrutar.

La convocatoria era en la Puerta de Purchena, y allá acudimos Lagartija y el menda para, cuando menos, hacer bulto. Don Nicolás, testigo pétreo de los más simbólicos hitos de la ciudad moderna, mostraba su asombro ante tan desinhibida muchedumbre.
Los de Alpedal habían pedido la colaboración –previo pago, claro- de una trouppe cirquense que al grito de “Alicia en el país de las Marabicis” montó un espectáculo paranoico que, por unas horas, invadió las principales calles de la ciudad. Allí estaban Alicia, la Reina, el Conejo –más loco que nunca- y el resto de personajes del cuento. Y allí estábamos nosotros, cientos de enamorados de la bicicleta, y no por ello menos merecedores de ser oídos.

A los gritos de “no contamina, ni usa gasolina”, “el que pedalea no se cabrea”, “menos coche y más pedales”, “alcalde, cabrón, asómate al balcón”, “por caridad, carril bici en toda la ciudad”… y otros al uso, los ciento y la madre que hacemos de la bicicleta una filosofía de vida pasamos por encima de semáforos, vehículos de cuatro ruedas, guardias urbanos y sin urbanizar, conductores rabiosos y asombrados espectadores que -desde ambas aceras- tomaban partido bien para el aplauso, mal para escupirnos, pero sin quedar indiferentes. Por unas horas, pocas, llenamos la calle con algo muy parecido a la primavera y dejamos tras de nuestras pedaladas un rastro de la sencillez y la inocencia de la que tan necesitados vamos estando.

Hubo quien paseó a su perro, a sus hijos, a su novia, a su gato. María, de apenas dos años, se afanó durante casi todo el recorrido en cabalgar sobre su bicicleta sin pedales con una maestría que avergonzaría a más de uno con pelos en las patas. Uno no tenía a quien pasear, por lo que se vio en la necesidad, para no perderse entre tan alocada muchedumbre, de tomar –desde el inicio- un adecuado punto de referencia. Sus mercedes, sin lugar a dudas, lo entenderán.

Allá quedó Alicia con su espejo roto, el Conejo con sus locuras, la Reina confusa y despechada… y uno vino a contárselo a ustedes.

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Don Nicolás, testigo pétreo...

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los ciento y la madre que hacemos de la bicicleta una filosofía...

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llenamos la calle con algo muy parecido a la primavera...

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Hubo quien paseó a su perro...

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María, de apenas dos años, se afanó...

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de tomar –desde el inicio- un adecuado punto de referencia...

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Allá quedó Alicia con su espejo roto, el Conejo con sus locuras, la Reina confusa y despechada…

6/4/13

La Fresquita

Debo construir este hilo desde los cimientos de no ser creyente. No, al menos, un creyente al uso; de aquellos que tuvieron la fortuna de ser tocados con la varita de la fe. Y sin ser creyente, acabo de sacarme una espina que hace tiempo hurgaba por donde a otros les dan mordiscos sus pasiones perdidas.

Hace unos días tuve la oportunidad, largamente esperada, de visitar la taberna La Fresquita; mágico y estrecho tugurio ubicado en la calle Mateos Gago, del sevillano barrio de Santa Cruz. Pido, desde ya, perdón a mis amigos sevillanos por no avisarles con tiempo. La cosa fue sin alevosía ni premeditación. No pude elegir ni el tiempo… ni la fecha… pero allí estaba, frente a la acera de La Fresquita, vestido de Domingo de Ramos.

Admirador y respetuoso de la gente que se apasiona, conocí un día el caso único de este bar sevillano donde se vive y se bebe por y para la Semana Santa. Porque, sin creer en lo que no creo, la gente de La Fresquita me merece el mismo respeto que el tío que se acuesta con el pijama del Betis… y tampoco soy bético. Gente apasionada –que no fanatizada-, gente para admirar, respetar, imitar.

Fue lo que esperaba y bastante más, pese a lo estrecho del local. Acodado en la barra, mientras alcanzaba el éxtasis del olfato gracias al incensario que pende sobre ella, mientras se perdían mis ojos en la colección de fotos y tesoros cofrades que cuelgan de las paredes y pueblan las estanterías, mientras acariciaba el paraíso del gusto trasegando un Barbadillo y unas albóndigas que estaban pa morirse, mientras intimaba con Matías el tabernero que me ponía al tanto de sus tiempos de armao de la Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santísima de la Esperanza Macarena, que así se llama en buena ley, fuimos poniendo un algo de ajuste en el guión tan desajustado que nos tocó vivir. Y todo ello mientras fuera caía algo parecido al diluvio universal. Nada, desde luego, que pudiera ahogar emociones nacidas del calor de la pasión.

Alguna de sus mercedes considerará tan baladí asunto una más de las pamplinas que nos caracterizan. Pero es que –biblia dixit- también de pamplinas vive el hombre. Y de pecados, y de pasiones, y de enfundarse un pijama del Betis o colocarse detrás, o delante, del paso de La Macarena... según toque.

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