La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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10/12/08

Mi amigo Roque.

Me lo encontré hace unos días en el paseo marítimo de Estepona, el infamante peñón a sus espaldas.
Mi amigo Roque, Roque Jesús, es mi amigo invisible. Y no me estoy refiriendo a la tontada esa del regalito de empresa.
Los nómadas solemos tener algunos de estos amigos. En mi caso, un buen surtido.
Porque ¿saben sus mercedes que define la cualidad de amigo?
Desde luego no es el roce, sino más bien la empatía.
Mi amigo Roque y yo coincidimos brevemente en el tiempo y el espacio. Eran tiempos de sueños, proyectos e incertidumbres. Los dos fuimos, a la par, estudiantes casi buenos, novieros, futbolistas, tenistas y ciclistas. Luego tiramos ca uno pa un lao y nos vemos de higos a brevas, o sea, muy de tarde en tarde.
Pero siempre que lo hacemos viene a ser como si lo hubiésemos hecho la tarde anterior.
Y hasta que los años le empujaron a dejar el tenis y decidirse por la mariconada del padel, era frecuente que los abrazos fueran seguidos de un disputado partido en las pistas del Club de Tenis de Estepona.
Roque, por más tiempo que medie entre reencuentros, es mi amigo.
Lo es porque en cada saludo su mirada me devuelve el afecto del amigo y pocos certificados de garantía son tan fiables como ese.
He querido traerlo a La Vidriera, con una imagen diaria de su retina porque, amén de querido, es indolente. Confiesa, socarrón, que se divierte con la lectura de este blog. Pero ha sido incapaz, en año y medio, de contestarme un correo electrónico.
No se lo tengo en cuenta, es consustancial con su persona.
Alguna vez leí, en alguna parte, que amigo era aquel que llegaba cuando todo el mundo se había ido.
Pues basta con sentir la sensación. A mis amigos, no suelo ponerles condiciones.

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27/10/08

La memoria histérica.

Son ganas de marear la perdiz.
Un megajuez, tenaz protagonista de la cartelera y portadas de las revistas, ha decidido, de por sí, que es competente para reescribir la historia, autorizando la exhumación de no sé cuantas fosas de aquella locura fratricida e inútil que se dio en llamar La Guerra Civil Española.
En el colmo del disparate, de ganas de rizar el rizo, he leído en los papeles que incluso ha pedido la partida de defunción de Franco.
¿Qué pasa? ¿Que no se lo cree?.
Puestos a pedir, podría reclamar la de Juan de Bedford, que quemó viva a Juana de Arco; o la del Coyote, que toda su vida intentó cepillarse al Correcaminos y eso si que es un delito.
Y no digo yo que el juez, y quienes piensan como él, no tengan sus justificadas razones, que todo vendrá a ser del color del cristal con que se mire.
Lo que parece es que, a estas alturas de la película, para cualquier persona medianamente informada, quedó claro hace mucho tiempo que nada bueno resultó de aquella contienda, que en ambos bandos se cometieron maldades y tropelías, que a los dos lados de la red hubo buenos y malos, y que la sangre era del mismo color en el bando nacional que en el republicano.
Si acaso, por hurgar heridas, podríamos volver a hurgar sobre la identidad de quién encendió la mecha.
Pero… se ha escrito tanto sobre eso que ya cansa, hastía, aburre.
Aburre tanto como a mil razones expuestas –una y otra vez- por los unos, se contraponen otras tantas expuestas por los otros. Diálogo de besugos, volver a empezar, más de lo mismo.
Uno, que no vivió la guerra, sólo tiene memoria histórica para el esfuerzo común de construir una nación donde, a lo que se ve, hay cincuenta.
¿Por qué ese empeño en volver al pasado?
¿Por qué la necesidad de destapar, una y otra vez, las miserias de un pueblo?
¿Es qué no tiene la justicia necesidades más apremiantes, diría incluso que más preceptivas?
Tengo derecho a pensar, y a decir, que los recursos del Estado podrían emplearse de una forma más provechosa… para todos.
Esto, en vez de memoria histórica, más bien parece memoria histérica.
¡Por Dios, que país!.

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14/10/08

Papá, ¿qué estas haciendo?

Hoy vengo de prestado. En la foto y en el texto. No importa. A veces es necesario agachar el culo para recoger algo del suelo. Es un tema que por vivirlo de cerca, siempre me ha preocupado; la necesidad irracional de cobrar en los hijos los sueños que no pudimos alcanzar por vagos o ineptos, tanto da. Siempre es mejor que el esfuerzo o el sacrificio lo haga otro y, pa capataz, valemos casi todos.
Llevaré en el macuto una copia de esta carta, que encontré pegada a una taquilla de mi club de tenis. Pueda que, disimuladamente, tenga que introducirla en el bolsillo de algún energúmeno de los que pueblan las gradas de los recintos deportivos.

"No sé cómo decírtelo. Seguramente crees que lo haces por mi bien, pero no puedo evitar sentirme raro, molesto, mal.

Me regalaste una raqueta cuando apenas empezaba a andar. Aún no iba a la escuela cuando me apuntaste al club de tenis.

Me gusta entrenar durante la semana, bromear con los compañeros y jugar torneos como lo hacen los campeones de la ATP. Pero cuando vienes a los partidos… no sé. Ya no es como antes. Ahora no me das una palmada cuando termina el partido ni me invitas a tomar algo. Estas en la grada pensando que todos son enemigos. Tienes malas caras para los jueces de silla, los líneas, los entrenadores, los otros jugadores, sus padres… ¿porqué has cambiado?.

Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que sólo vale ganar. Ese entrenador, del que dices que es un inútil, es mi amigo, el que me enseñó a divertirme jugando.

El chico que el otro día el entrenador decidió que jugara por mí… ¿te acuerdas?, si papá, aquel que estuviste todo el partido criticando porque "no sirve ni para recogepelotas", como tu dices. Ese chaval está en mi colegio. Cuando lo vi el lunes me dio vergüenza.

No quiero decepcionarte. Y siendo el tenis lo que más me gusta, creo que no tengo suficiente calidad, que soy un jugador como la mayoría, del montón, y que no llegaré a ser profesional y ganar millones, como tú quieres. Me agobias.

Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero… ¡me gusta tanto!

Papá, por favor, no me obligues a decirte que no quiero que vengas a verme jugar".


papá ¿qué...

11/10/08

Que la Pilarica nos ampare...

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03- el amanecer nos sorprende contando si estamos todos.

Ardor guerrero vibra en nuestras voces…
El ansia altiva de los grandes hechos…


Como tengo el corazón blandito, los piratas del tiki-taka me enredan una y otra vez. O quizás sea que me va la marcha. O que hay vicios a los que, atávicamente , no quiere uno renunciar.
El caso es que, un año más, di con mi culo sobre el sillín de la Peregrina para participar en ese paseo-paliza anual que han dado en llamar “Ruta ciclo-turística al Cabo de Gata” y que disfrutamos en los primeros días del suave Octubre.
Al paseo, junten la cercanía del mar, el sol, la brisa suave, la agradable compañía y el camino, el sendero, un motivo para llegar. Todo eso junto hacen al biciclero un ratico feliz, algo para aprovechar, que la felicidad como concepto general ya saben sus mercedes que es una utopía.



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05- en el pelotón, es de vital importancia fijar un buen punto de referencia.


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05- cicleros a mogollón.

Uno, el más aventajado de los ciclistas piltrafillas, viene siempre a pensar que este año puede ser el último y desoyendo aquello de “carrera que el caballo no da en el cuerpo la lleva” termina por agarrarse al manillar y enfilar el contorno de la Almadraba de Monteleva, allá lejana, cuando los flecos del sol empiezan a asomar tras la sierra del Cabo.

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13- este año, mi nueva montura me permitió rodar siempre en el grupo de cabecera.

Y como de tontos está el mundo lleno, fuimos un montón. Tan montón que, aunque brevemente, nos vimos en la obligación de ocupar/compartir alguna que otra carreterilla ante la desesperación de automovilistas domingueros que, jurando en sanscrito, se acordaron del padre de Merck, Anquetill y del señor Vélez, el de un servidor. Sobre todo del señor Vélez.

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17- la hora de la siesta, del avituallamiento, de la risa franca.

Nada de particular, como cantaba Bosé, en el trayecto de ida y vuelta. Nadie se escalabró. Ninguno mordió el polvo del camino. Si acaso que cada vez quieren llegar antes y más lejos. Altius, citius, fortius.
Este año hubo más ciclistas; un diez para la organización. Este año no hubo sorteo de regalitos; tirón de orejas para la organización.
La buena voluntad y el ánimo alegre a espuertas; abrazo de compañero y amigo para Miguelón, Andrés y compañía, soldados con los que me enrolaba yo en cualquier guerra. Vale quien sirve.

La Musa no me acompañó esta vez. Por eso me veo en la obligación de sustituir letras por imágenes. Me voy haciendo mayor.


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37- el regreso.

Vigor, firmeza y constancia…
Valor en por de la Gloria…

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28- Como el pedalear es simplemente la excusa, no tengo inconveniente en bajarme de la Peregrina para posar los ojos en el paisaje.

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35- ... he dicho en el "paisaje".
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Y que la Pilarica, el año que viene, nos dé salud para volver a ser protagonista de las mismas tonterías. ¡Salud, amigos!

6/10/08

Feos, torpes y malos.

Escribo esta crónica desde el amargo y frustrante sabor de la derrota.
Escribo esta crónica a modo de desahogo, de pataleta, más sin pretender en ningún modo que sirva de justificación o disculpa. Más bien procuro se acerque a un “Padre, confieso que he pecado…, pero guárdese la penitencia que en el castigo la llevo”.
Soy jugador de tenis, pero no soy doblista. No me gusta jugar dobles... ni sé.
Sin embargo, cada año, formo pareja con mi hijo para jugar el torneo de la empresa. Un capricho consentido. Amor filial, creo que se llama.
Cada año llegamos y jugamos la final. Y cada año –van tres- me agarro un cabreo del 15 porque cada año la perdemos igual de miserable y lamentablemente.
No son excusas. Si perdimos es, indudablemente, porque los contrarios fueron mejores. Pero se puede perder de variadas maneras. Y la de la indolencia es la peor.
Si luchas, peleas, muerdes, sudas, sangras y te vas al vestuario sin fuerzas y sin aliento, la cosa no fue mal. Pierdes porque, en deporte, alguien tiene que perder para que otro cante victoria. Pero si pierdes sin despeinarte, si ves llegar la derrota desde la barrera de la impotencia, de la abulia casi, de la resignación, es para que te zurzan.
En esta ocasión, para más INRI, nuestros adversarios eran también padre e hijo. El hijo, 27 años, un tenista notable y cuasi profesional. Pero el padre, por lesionado, casi no podía dar un paso. Tampoco le hizo falta. El niño asumió las debilidades del padre y se bastó y sobró para mandarnos a la ducha.
Empezamos ganando, seguimos pamplineando y terminamos perdiendo. El hijo nos remontó el partido y, el punto decisivo -pa echarse a llorar- nos lo ganó el padre… el cojo.
No renuncio a la aventura con mi hijo, a la camaradería, a la amistad, al ratito de confidencias, al cariño que nos tenemos que está por encima de esto y de mucho más que esto. Y el año que viene, si el pulso me aguanta, volveré a formar pareja con él.
Pero perder en general, y en particular, me sabe a cuerno quemao.

No se pierdan la estampa, hagan sangre, nos la merecemos.
La imagen es el resumen del partido… ¿cómo nos tragamos este sapo?
Así que no valen paños calientes. Este año, una vez más, fuimos feos, torpes y malos.
Quien quiera honra que la gane.

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29/9/08

Mercedarias.

Produce un cierto desasosiego oír a tus espaldas el chasquido metálico de la primera de las esclusas que dejas atrás al introducirte –aún de visita- en la cárcel, o el talego, la trena, el trullo, chirona, mazmorra, banasto o como su merced quiera llamarle, que todos vienen a significar lo mismo, soledad y desesperanza.
Y convendría no olvidar que para que te den plaza fija en este hotel no hay que ir mucho más allá de que, por un tiempo, te vengan mal dadas.
Si bien es cierto que a las primeras de cambio adivinas en algunos penados que son carne de cañón, que aquel sitio es su escenario natural y lógico, no lo es menos que, en otros muchos casos, fue el azar quien llevó al recluso a ser recluso. Cuestión de fortuna, cuestión de mala suerte, cuestión de “eso también me pudo pasar a mí”. Y es entonces cuando el pellizquito de la tripa se te acentúa. Y miras pa otro lado. Y te entran ganas de salir corriendo puertas afueras. Por si acaso.
Más tarde, sumergido ya en la cuestión que allí te llevo, el mundo particular que se encripta dentro de los propios muros penitenciarios te hace olvidar que cualquier parecido del dentro con el fuera, a pesar de los esfuerzos, es pura coincidencia. Se vive para pasar el tiempo que, a su decir, pasa más lento que en ningún otro sitio.
Fue porque en un tiempo las Mercedarias tuvieron a su cargo la atención espiritual de los penados del Reino por lo que en la actualidad es la Virgen de la Merced la patrona de la Institución Penitenciaria.
Estos días atrás fue la Merced. Me invitaron y asistí. Un rato para poner en el mismo plano, que luego resulta que no, el trile y la pasma, el leguleyo y reo, el alguacil y el juez.
Algunos de los vigilados lo festejaron con más entusiasmo que los que los vigilan. Ya saben, la política y los sindicatos lo corrompen todo, y más fácil que nada se corrompe el corazón y el ánimo del pusilánime.
Ya no hay presos con pijamas a rayas. Ni carceleros al tipo. Se adivina, si, otro modo de querer hacer las cosas y un especial interés en alejar la institución de los sinónimos de humillación, martirio, vejación o tiranía.
Es un esfuerzo que termina por notarse. Pero me quedo con las ganas de vivir del que espera, cada día, pasar la hoja del calendario para que falte uno menos. Y lo hace con la dignidad suficiente para que se le pinte una sonrisa en la boca, contraste feroz con la mueca del carcelero indolente que, por ser pocos, se notan más.
Me quedo también con el recado de un chaval a su novia, puesto en mis manos a título de mensajero:
-¡Como me hubiera gustado que, hoy, estuvieras aquí!.
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Cárceles

20/8/08

Dolores, curanderos y otros sufrimientos.

Llevo unos días con un dolorcillo cogído en la matrícula que no me deja vivir. He probado con calor húmedo, calor a secas, Myolastam en tortillas y masajes varios. Que si quieres arroz, Catalina.
Esta mañana, San Bernardo, me he vuelto a levantar envarado, tieso como un palo, hierático –que no hierótico-, una mierda de tío. Por si fuera poco, mi camarera favorita me ha hecho esperar media hora para servirme el primer café de la mañana, lo cual no ha hecho sino empeorar mi humor y mi dolencia. No me gusta esperar. Ni que me esperen. Mi sombra es la puntualidad, y si llego tarde a algún sitio es que he perdido la sombra.
Cuando he llegado al curro me he dirigido directamente al servicio médico. El titular vacaciona, como no podía ser menos, pero el mancebo sabe y aplica más medicina que el titular como de aquí al malecón de La Habana.

-Ernesto, tengo la espalda como el cartón de embalar. Estoy mu malico. ¿Qué podéis hacer conmigo?
-Podemos esperar a la semana que viene, que ya estará aquí el doctor House.
-Ernesto, vete un poquito a la mierda, de aquí a dos días necesitaré ya respiración asistida, inclusión en la lista de trasplantables o quien sabe si habrá que amputar por el ombligo.
-Pues sólo te queda ponerte en mis manos, que ya sabes que sólo tengo título de curandero.
-Yo me pongo en tus manos o a tus pies, según se tercie, pero vamos p’al quirófano.

Y p’al quirófano nos fuimos. Ernesto, el curandero, sacó de una vitrina, ceremonial y parsimoniosamente como todo lo que hace, una jeringa que enseguida desechó por canija. Buscó otra de su gusto, que no del mío, gorda y larga, a la que añadió con irritante pulcritud una aguja tan gorda y tan larga como la jeringa. Junto a la jeringa fue depositando en una pequeña mesita una ampolla de Voltarem, otra de Valium, y otra de sabe Dios qué mejunje tribal. Con igual ceremonia llenó el canuto con las tres ampollas.
Aquello más que jeringa parecía una botella de gaseosa de medio litro. Por la puntita de la aguja –enorme- saltaron algunas gotitas que en otras circunstancias menos terroríficas me hubieran traído memoria de preliminares mucho más placenteros.

No hizo falta su petición de que me bajase los pantalones. Los malos tragos, cuanto antes.

-Te va a doler un poquito, me dijo.
-Me duele un huevo, contesté apretando los dientes y el culo.
Pese a tanta apretura, el contenido terminó pasando al continente, o sea a mí.

No sé si contar lo que vino luego. Uno no es que tenga mucho sentido del ridículo, pero es un caballero. Andaluz y señorito, pa más señas. Y existen situaciones por las que un caballero no debería pasar.

-Juanito, tal como estas, sin subirte los pantalones, tiéndete boca abajo en la camilla –me dijo el muy cabrón-.
Yo obedecí diligente.
El curandero acercó una máquina infernal, algo parecido al foco de un dentista y lo colocó sobre mi culo. Luego introdujo una almohada bajo la pelvis, con lo que el culo quedó ligeramente elevado. Seguidamente encendió el foco –calor térmico- y lo apuntó directamente a tan ex-noble zona, quedando esta ligeramente iluminada.

¡Por Isabel la Católica, que estampa!
Uno, terror de parias, frikis y gualtrapas, sin mácula y tacha, en posición decúbito prono, el culo al aire y al aire sus miserias.
-¡Quince minutillos así, Mairena!, apostilló el curandero, pasaré a darte una vuelta.
-Eso –pensé yo- y te traes a la gente que haya en cafetería. Ya de puestos.

Para hacer más llevaderos los quince minutos de ignominia me entretuve en leer los rotulillos que, en mi inmovilidad, quedaban a mi alcance; THINOTHERM 210i, en la máquina del calor, OXIVAC sobre una máquina de respiración asistida, PLASTIPAK en la odiosa caja de las jeringas… en el Plastipak estaba cuando aquella máquina pito y se dio pon concluida la sesión de calor.

-Ahora, te voy a aplicar en la zona a tratar un masaje con KETOPROFEM, que no es que cure, pero está fresquito. Yo sugerí, que el masaje, algo banal, podía serme aplicado por la administrativa del servicio, mucho más de mi gusto que el curandero. No coló. Según la versión médica porque mi culo está poblado de pelos y a ella le gustan como los de los bebés. ¡Que se le va h’cer!

-Mañana aquí a la misma hora.
-Lo que usté mande.

Ahora no me duele la espalda, pero me duelen el culo y la honra.
Y digo yo… ¿porqué el cabrón este sabe que a ella le gustan bébicos?. Los culos, digo.

11/7/08

Crónicas Teruelinas / donde anida la cigüeña.

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Este capítulo, epílogo de las crónicas, quizás no debiera llamarse así, pero tampoco veo la necesidad de buscar titulares donde debería haber contenidos. Dejémoslo estar.

En mi mocedad viví en Soria un considerable número de años. Soria me trató bien, es una ciudad pequeña y pulcra, acogedora, limpia... pero al final pudo más la llamada del mar nuestro. Siempre el mar.

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(*) Pongan sus ojos en el horizonte, por Dios, es el Monte de las Ánimas.

Casi todos los recuerdos que almaceno de aquellos tiempos son agradables, aunque la memoria se hace perezosa.
Y de vez en cuando acudo a beber de esos recuerdos; cielos limpios, calles solitarias, amigos entrañables, frío en la cara y don Antonio en el ambiente. Siempre don Antonio.

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... conmigo irás mientras proyecte sombra mi cuerpo,
y quede a mi sandalia arena.

He vuelto a pasear la orilla del Duero, allá por San Saturio, tomar café en el Espolón con mi amigo Barrón, recogerme en San Juan de Rabanera y llorar en Leonor todos los sueños que pudieron ser y no fueron.

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Soria sigue bien conservada y los años le van sentando bien. Cuando uno sea ya ceniza del hogar de alguna mísera caseta, seguirá valiendo la pena a los que nos siguieron hacer por conocer esta ciudad que enamora, como vuelven cada año las cigüeñas que, agradecidas, colocan sus nidos en las espadañas de cada iglesia.

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Soría, pura cabeza de extremadura, donde anida la cigüeña y la eterna melancolía del mayor de los Machado.

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Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
El olmo seco siempre me sonó a catecismo. Y el caso es que me confieso agnóstico.
Hasta aquí hemos llegado. Las he disfrutado.

9/7/08

Crónicas Teruelinas / de exposiciones y otras andanzas.

Dejando probada la existencia de Teruel, encaminé mis pasos a la orilla del Ebro, donde la cosa esa que se ha dado en llamar la Expo-Agua 2008.
Sé que lo que escribiré podrá no gustar a mis amigos maños, ni a mis enemigos de cualquier lado que sean, pero me acojo a la libertad de expresión y al sano derecho de incordiar de vez en cuando. Al fin y al cabo uno no es para nada nacionalista y considero el invento ese del agua tan suyo como mío. Y si esta vez la cagamos, no estará de más confesar que la cagamos.


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Me da la impresión que es que “tocaba” hacer algo de esto por aquello del turismo, el desarrollo económico y el “ahora me toca a mí”. Y allá nos liamos la manta a la cabeza y tiramos p’alante sin ponderar debidamente factores como la necesidad, la oportunidad… y las ganas. Y así nos ha salido. Lo siento por los mañicos, la Pilarica y por mi mismo.

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* Pabellón del Agua.

Además, pesado lastre, uno llevaba como referencia la exposición universal de Sevilla. Referencia fallida, error de bulto. Si las comparaciones son odiosas en general, aquí resultan sangrantes.

Una vez en el recinto convine que lo mejor, para empezar, sería subir al telecabina y desde las alturas hacerme una idea de conjunto. El conjunto resultó más bien escaso.

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No quiero aburrir a sus mercedes con una descripción detallada de lo que vi, lo que no vi o lo que me hubiera gustado ver. Pero no puedo resistir la tentación de contarles la cutre presentación de algunos de los ¿pabellones? que más parecían casetas de feria. Especialmente doloroso en el caso de aquellos que en su interior sólo contenían puestos para la venta de baratijas o productos del país, como los instalados en el mercadillo de mi pueblo, o aquellos otros que se limitaban a almacenar una sucesión tediosa de pantallas de plasma con vistas y datos del país en cuestión.

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* Puertas del pabellón de Marruecos.

Hubo sin embargo tres cosas que me gustaron. Diría incluso que me entusiasmaron.
El audio-visual del pabellón de Polonia , la exquisita elegancia y finura del pabellón de Marruecos –quién lo iba a decir- y una azafata del pabellón de Turquía que, por si sola, habla de las excelencias del país otomano y que, a mi pesar, no pude fotografiar –una imagen vale más que mil palabras- por razones que no conviene exponer en este momento.
Ya saben, conflictos diplomáticos entre naciones.

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Derrengados, dolorosamente conscientes de nuestra ya muy escasa capacidad para el asombro, tomamos el camino de salida.
Los precios de la tienda-expo, sino sorprendernos, nos hicieron jurar en arameo.
Bajo un sol de justicia, no había en la salida ningún autobús que nos regresara al aparcamiento. Cuando llegó uno –lo juro por el capitán Trueno- era la hora de comerse el bocadillo su conductor y nos obligó, autocar cerrado, a solearnos quince minutillos más.

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* El del bocadillo es el de la derecha.

Uno, en su cristiana paciencia, ve de justicia que los conductores de autobuses de la Expo se alimenten. Es más, que coman sentaditos al fresco y sin apresurarse por aquello de los atragantamientos. Y no un bocadillo, sino una comida en condiciones. Pero… ¡COÑO!... no a costa de los exhaustos expo-turista que, dicho sea de paso, eran pocos y nacionales.

Deseo de corazón que la Pilarica tome cartas en el asunto y les eche no una mano sino las dos y el manto y que la cosa se reconduzca de modo que, al menos en lo económico, la cosa no sea un descalabro.

Lo expuesto y el como, eso ya no lo arregla ni el mismo Altísimo que bajase en su acepción de mago de panes y peces.

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8/7/08

Crónicas Teruelinas / las tierras de Ibn Razín

"Tengo las cinco cualidades para pasar entre los hombres;
Sabiduría, paciencia, un punto de atrevimiento, el don de la oportunidad y el silencio"

(Abu Meruan Abdelmelic, poeta y gobernante)

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Si su merced tuvo los santos cojones de llegar hasta Teruel, le aconsejo fervientemente que no abandone estos lugares sin visitar Albarracín, a un tiro de piedra de la capital por la recién estrenada A-23. Tan recién puesta que no aparece en mi navegador.

De cualquier forma, nadie se va a perder en Teruel porque ya está todo lo suficientemente perdido. Única forma posible de poder encontrarlo agradablemente.

Tome su merced la susodicha A-23 y tire pa Zaragoza. Aún no se le habrá calentado el motor cuando llegará a la altura de Cella, abandone la autovía y una carreterica de las de toda la vida, estrecha, sinuosa, con baches inesperados y encajada entre rodenos y sabinas, le pondrá a las puertas de la sierra de Albarracín y del pueblo del mismo nombre, conjunto histórico-artístico desde que el Generalísimo cortejaba a Carmen Collares.

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A medio camino entre Cella y Albarracín podrá ir abriendo boca con las ruinas del castillo de Santa Crochet y los frondosos bosques de pino, cedros y chopos que beben de las aguas del Guadalaviar. Entre unos y otros, algún aprisco bien conservado nos trae memoria de las ocupaciones de los hombres del lugar.

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Ya en Albarracín debería dejar el coche en la carretera, a la entrada misma del pueblo, entre el hotel Doña Blanca y la oficina de Turismo que, dicho sea de paso, no abre antes de las doce. Como le supongo con calzado de patear, sumérjase en las calles de la ciudad accediendo a ellas por la empinada cuesta de Bernardo Zapata, que le llevará a la mismísima Plaza Mayor.

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Calles estrechas, sombreadas, de penumbra sorprendente conseguida por el casi tocar de los tejados. Párese en casa de la Julianeta y en la del Chorro, visite la iglesia catedral que yo no pude porque estaba cerrada por obras y, al llegar al final del pueblo, allá por el cementerio, no deje de visitar el museo municipal y saludar a los civiles que tienen su cuartel allí mismico.

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Si aún le quedaron ganas de caminar, que ya serian ganas, patéese la muralla árabe cual emisario de los infieles en busca de alguien a quien lancear.

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Antes de volver, abajo, al otro lado del río, dése una vuelta por el museo del juguete. Un viaje al pasado y no sólo jugueteril.
Yo eché de menos a los clips de Famobil, los juegos reunidos Geyper y, en la escuela, El Catón.
Claro que su merced, infinitamente más joven que yo, ni siquiera sabe de lo que le estoy hablando.

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Mañana abandonaré estas tierras para visitar la Expo/Maña. Estoy completamente seguro que no será mejor de lo que he visto hoy.

7/7/08

Crónicas Teruelinas / Teruel, ciudad difícil.

Teruel es, en síntesis, una ciudad difícil.
Existe, está, pero es difícil.
Póngase su merced en el pellejo de aquel viajero que allá por el año 1940 fuese arrojado por un tren con los asientos de madera al andén de la estación de Teruel, con dos maletas que pesasen más que su conciencia y con un frío del carajo.
Lo primero que viese aquel aturdido viajero al salir del recinto de la estación sería… ¡¡AQUELLA ESCALERA!!... que los teruelinos llaman, con toda ceremonia, La Escalinata, y que no es sino sinónimo del más pésimo humor buñuelero (*).

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(*) Hoy día está acompañada de un ascensor.
Si a la vista de semejante despropósito el viajero no muere víctima de la desesperación o se vuelve al tren, si es capaz de coronar el Aconcagua por su cara mala, encontrará una ciudad dividida en dos mitades; el casco antiguo y el ensanche, ambas unidas por dos viaductos, uno para peatones y otro para carruajes. Desde cualquiera de ellos se puede uno suicidar tan ricamente y sin posibilidad de fallo.

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En el casco antiguo se encuentran la catedral, las torres de San Pedro, San Martín y el Salvador, la plaza del torico, el mausoleo de los amantes y el bar “Aquí Teruel”, donde se come un jamón de calidad que eclipsa todo lo anterior.
En el ensanche, o parte de más allá, encontrará el viajero todo lo demás propio de una capital de provincias –y ahora sé que significa eso de capital de provincias-.

Mención especial, por estar donde estamos, merece el mausoleo de los amantes.
Personalmente Isabel de Segura y Juan Martínez me parecen dos auténticos gilipollas, pero ni más ni menos que algunos de los gilipollas que aún deambulamos por este mundo y dicho sea con el mayor de los respetos. De cualquier forma, y aunque es sabido que el amor emboba, hay cosas que cuesta creerse.
Creídas o no, el apunte evidente es que el entorno del mausoleo dichoso aparece como un poco cutre, descuidado, rincón para micciones de crápulas noctámbulos y vomiteras de borrachos.

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Una vez dentro del recinto la cosa mejora un bastante.
Bajo las estatuas yacentes que esculpiera Juan de Avalos, las manos extendidas pero sin tocarse aún después de muertos, pueden verse a través de las celosias –que no fotografiarse- las momias petrificadas y boquiabiertas de Isabel y Juanito.

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El “sin catarse hasta la eternidad” a mi me produce una desazón incómoda. La misma desazón con la que –lejos queda el mar- abandoné el mausoleo.
La misma que me produjo al sorprenderme, un rato después y en el museo de arte sacro, que tres generaciones de santos porfían por llevarme al buen camino.

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Me pongo las zapatillas de andar por las sierras y nos vamos pa los Albarracines.
La cosa esa de los dinosaurios, siempre me pareció una niñería.

4/7/08

Crónicas Teruelinas / el gol de Fernando Torres.

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Fue marcar Fernando Torres el gol que, a la postre, nos daría la Eurocopa, y abrirse el cielo sobre la plaza del torico. El morlaquillo, ataviado para la ocasión con una bandera española, ni pestañeó, pero el resto del personal corrió despavorido a refugiarse bajo los soportales o en el interior de las cafeterías, muy acompañado de gran tronar y rayar.

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Fue allí, al calor de los teruelinos, donde me asaltó el pensamiento de lo incongruente de la condición ibera.
El anhelo común que no pueden lograr empresas más justificadas y menos efímeras, era capaz de conseguirlo, y además facilmente, una competición deportiva. Y de forma tan sólida que ni el diluvio universal que caía fuese capaz de diluirlo.
“Fuzbor ez furzbor” que decía Boskov.
Por una vez, como cantaba Mecano, todos a la vez.
Dese por bueno. Valga. Y pongamos bajo el mantel, disimuladamente, el hecho inconstatable de lo sutil de la condición de héroe. La fína línea que separa, en esta España pecadora, la condición de héroe de la de villano. Algo tan fino como el hecho casual de que el balón entre o no entre, mira tú.
Descubierta otra vez América, abrazado, achuchado, besado y manoseado por los exaltados teruelinos que me rodeaban, tocaba volver al nido.
No dejaba de llover.
En Teruel no hay taxis de noche.
Y menos si llueve.
En Teruel no hay taxis casi nunca.
Mi santa me miraba exigiendo una solución inmediata.
El ánimo seguia eufórico.
Así que tocó echarse al temporal y a la noche. A pelo. Caliente el corazón y chorreando todo lo demás. Dos kilómetros de ducha.
Cuando faltaban unos quinientos metros para nuestra cueva se detuvo a nuestro lado un Suzuki blanco manejado por el ángel de la guarda en forma de mujer.
-¿Os llevo?, preguntó.
-Nos llevas, contestamos.

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La noche estaba de milagros, porque al futbolístico seguía el solidario.
Y es que, no negaran sus mercedes que, en noche oscura, despoblado, cayendo la de dios es cristo, alguien -mujer además- que no te conoce de nada se pare a tu lado y te tienda la mano, no es un milagro de solidaridad.
No pude ni preguntarle como se llamaba.
Un gracias apresurado, cuando nos volvía al aguacero, pero ya a las puertas del refugio, fue mi única posibilidad de agradecimiento.
¡Que viva el fútbol!
¡Campeones!
Voy a secarme... y les sigo contando.

3/7/08

Crónicas Teruelinas (*)

(*) Serán Teruelinas siempre que las escriba yo, y no su merced, mucho más enterao en gentilicios.

Tocó este año vagar por tierras de Aragón y Castilla, la vieja. Así que con el mar nuestro en la memoria, el corazón una miajilla más arrugao y la mochila caminera en bandolera, salimos al encuentro de don Antonio.

Mira el Moncayo azul y blanco;
dame tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo.


¡Vaya! No quería que la primera entrega resultara tan melancólica. No desespere el lector, sin duda es consecuencia del frio que se avecina.

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-El ángel. Teruel, allá por donde los viaductos.

26/6/08

La caló.

Ya llega. Está ahí, agazapada, amenazante, dejando sentir sus primeros efluvios. La puerta del horno entreabierta.
De 35º p'arriba to el día. Y to la noche.
Y con la caló llegarán las cucarachas, las camisetas pringás, las ronchas en el culo, las medusas y los moros. Cantidad ingente de moros. Una marea parda de chilabas, pantuflas, coches atestaos, rezos orientados a La Meca y velos islámicos orientados a que no veamos si sus portadoras son guapas o más feas que Picio. Que me da que va a ser lo segundo y por eso se tapan tanto.
A mí me podran picar las medusas, indigestarme las mayonesas chiringuiteras y morir de un golpe de caló porque la cola de urgencias dará seis vueltas al hospital. Pero, más avanzaos que nadie, más chulos que el rey de Creta, ya tenemos preparaos los medios para que el morito guapo, el morito güeno, no pase caló.
Y pa eso les hemos montao los sombrajos que hagan falta, mezquitas con aire acondicionao, guardería pa los canijos y botijo con agua fresquita a la entrada del ferry. ¡Que no les falte de na!.
Y digo yo que to eso está mu bien. Que tos semos hijos de Dios, o de Alá, o del mago Tamariz, pero... ¡coño!... lo primero es lo primero,
¿pa cuándo los de aquí?

la caló
Todo preparado para acoger a la marabunta.

18/6/08

VELEFIQUE. Nuevas desventuras del Capitán Pedales.

La Peregrina dice que esta me la guarda. Que no son formas, ni modos, de tratar a una veterana. Que sus tiempos de mocedad y cometer locuras quedaron muy atrás. Tan atrás como el domingo 15, maravilloso día de Junio en el que el afamado club ciclista Tikitaka organizaba la primera subida al puerto especial de Velefique en la categoría “a ver si puedo”.

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Debo decir en mi descargo que acudí embaucado.
Que si eran sólo 45 kilómetros; que si estaba muy bien organizado; que el paraje era de una belleza extraordinaria; que tras la prueba habría una paella y cerveza en abundancia; que me echarían de menos si no acudía; que la biblia en pasta...

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>a estas reuniones suele acudir gente de todo pelo

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>y de ningún pelo.
Y allí nos presentamos La Peregrina y yo, ella tan ricamente acomodada en el portabicis del Ibiza.
Enseguida se nos vio la cara de pardillos. Enseguida La Peregrina enrojeció al reconocerse la más piltrafilla entre tanto maquinón como se exhibía en la plaza de Velefique.

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>el 16, me han dado el 16.

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>la ceremonia de colocar el dorsal a la cabalgadura.

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>siempre, el toque femenino.
Velefique es un pueblito situado en la Sierra de los Filabres, donde Cristo conoció a la Magdalena, al pie del puerto del Portillo. Doscientos cincuenta habitantes contando las cabras y las gallinas. Casas encaladas y calles limpias, muy limpias. Pizarra en los tejados, geranios en las ventanas y jazmines en los rincones. Y al estar tan alto, tan cerquita del sol, un calor del copón.
Sin hacer ruido, disimuladamente, nos acercamos al control de salida. Me pegaron en el culo el número 16. La Peregrina miraba hacia otro lado. Yo miré hacia el cartel que mostraba el trazado del paseo. Básicamente subir 1.200 metros en doce kilómetros por una carretera asfaltada y sinuosa, hasta llegar al alto del Portillo, puerto especial en la Vuelta Ciclista a España. Allí, ya por caminos, veredas, trochas y bancales, bajar esos 1.000 metros por el lado norte hasta llegar al fondo del valle. Saludar a Pascasio, que estará allí pastando sus cabras y por más caminos, veredas, trochas y bancales volver a subir al alto del Portillo. Si sobrevives, bajar hacia Velefique campo a través. Mejor dicho, sierra a través. Total, unos 45 kilómetros; en eso si tenían razón.
El maillot se me aflojó un poco. Tanto que decidí que los primeros doce kilómetros, los del tramo asfaltado, los haríamos La Peregrina y yo en el coche escoba, como así hicimos tan ricamente. La experiencia es un grado.

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>la salida

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>la vereda se empina.

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>unos suben tan ricamente.

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>y otros suben como pueden.

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>no es broma… es así.
Una vez en el alto del Portillo, apretados los machos y aflojados los nervios, miré hacia el fondo del valle y tal era la distancia que no acertaba a distinguirlo. Pero allí estaba. Allí tendría que estar. Entre morir subiendo o bajando, siempre es preferible hacerlo bajando; es más rápido.
Así que... a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga. ¡P’abajo!.
La primera parte de la bajada no era dificultosa en exceso. Sobretodo para gente que, como el Capitán Pedales, bajaba para sobrevivir. En esas estaba cuando me sobrepasó una bicicleta a reacción que luego resultó pilotada por el irresponsable que ganó la prueba, sacando más de dos horas de ventaja a los piltrafas como yo. Sé que era una bicicleta porque un pastor la vio cuando subía el puerto, algo más despacio.
Cuando el límite de la bruma quedó atrás, el camino se convirtió en una ciénaga pantanosa más propia de los cocodrilos del Dundee que de una prueba ciclista. Aquí presencie, divertido, el primer talegazo de la mañana. Mientras la gente de orden pasaba la ciénaga/camino pie a tierra y tirando como buenamente se podía del ciclo, un inconsciente atolondrado pretendió hacerlo a lomos de su montura y a todo gas. Su cabalgadura debió meter la rueda delantera en una oquedad del terreno, el atolondrado voló sobre el manillar de la bicicleta y unos diez metros más allá aterrizó en el charco con gran estrépito, salpicar de lodo y regocijo de las ranas del lugar.
-¿Tas hecho algo?, pregunté aguantándome la risa.
-Na... no m’hecho na, respondió mientras se tocaba los riñones para ver si los tenía los dos.
Arrancó su bicicleta del barro, volvió a montar en ella y partió disparado como si lo persiguiese el diablo.
-¿Adónde irá con tanta bulla?, me pregunté.
En esos instantes eche de menos haber colocado en el bolso mi pequeña cámara fotográfica, pues aparte de fotografiar muerdecardos como este, en las verdes laderas que más parecían de Cantabria que de Almería se situaban, de cuando en cuando, coquetos abrigos de pastores construidos todos ellos con pizarra y muy bien conservados, abrigos que me hubiera gustado colgar en mi álbum.

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>subida pronunciada.

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Llegado al fondo del valle, y como no vi al Pascasio por ningún lado, inicie la subida por una pista forestal, que hace de cortafuegos en el bosque de pinos y que aparecía muy presentable tanto en el firme como en la inclinación. Por unos kilómetros hice el ciclismo de paseo que me gusta. Oía cantar los pájaros, silbar el aire en el pinar y podía entretenerme viendo correr lagartos y lagartijas por aquellos caminos tan poco hollados por los bichos de dos patas.
Pero la alegría dura poco en casa del pobre. No llevaba recorridos ni tres kilómetros cuando una banda blanquiroja cortaba el camino y un cartel con fecha incluida me anunciaba que debía abandonar el camino y continuar la subida por entre los pinos del bosque. “Subida Pronunciada” rezaba el cartelito. Traducido al cristiano aquello significaba que el que trazó el itinerario de la prueba era un hijo de puta. Con lo bien que íbamos por el camino.
La bicicleta a los lomos, jurando en arameo, sudando hasta por las uñas, retornamos al fin a la pista forestal algo así como 1.200 metros más arriba. Otros cuatro o cinco kilómetros más de pista forestal y llegamos al segundo punto de avituallamiento, otra vez en el alto del Portillo. Que aburrimiento, tú.

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>lo que he de hacer para contaros algo.
Quedaba bajar a Velefique. “Bajada Técnica” avisaba el cartelito. ¡Los muy cabrones!.
Bajada Técnica significa que aquello no lo bajan ni las cabras de Cazorla.
Iniciamos el descenso por una vereda, y lo de vereda es un decir, formada por riscos pizarrosos sueltos y amarraos que hacían imposible el paso de nada que llevara ruedas. En otros tramos, definitivamente, la vereda desaparecía y la sustituía la dichosa cinta blanca y roja con la que la organización señalaba el lugar donde debería estar el camino. Pero como por la cinta no puedes rodar, no te quedaba otra que echarte la bici al lomo o metértela debajo del brazo e intentar bajar, juntos pero sin despeñaros. Unos tres kilómetros de bajada técnica.

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>por ahí se ha de bajar.
Aprovecho el momento para advertir a mis muy queridos Tikitakeros de la irresponsabilidad técnica que supuso esta bajada. Supongamos que un escorpión cabreao por las visitas sale de debajo de una lasca de aquellas y te pica en un huevo. Digamos que el huevo se te inflama y te impide seguir andando y, mucho menos sentarte en la bicicleta. ¿Quién saca de allí a la víctima? ¿Tenían apalabrao algún helicóptero? ¿Cuál era la estrategia de rescate? ¿Cuál el plan B?. ¿Cuál es el precio real de un huevo?. Estoy seguro que para próximas excursiones tendrán en cuenta nimiedades como esta.
Al tramo de bajada técnica le sustituyo otro de “bajada peligrosa”. Bajada peligrosa significa que ya no hay cantos sueltos, ni rocas que impidan rodar, ni matojos que se te puedan clavar en el ojo. Bajada peligrosa significa que ya hay camino, pero con una pendiente superior al 15% que más invita al despeñamiento que a la bajada. Como La Peregrina carece de frenos que puedan sujetarla ante tamaña pendiente, hube de sujetarla a golpe de brazo, riñón y clavada de rodillas. Me dolían los dedos de tirar de las riendas del caballo. También me dolían los brazos, las rodillas, el pelo, los ojos y las espinillas por detrás. De tanto montar y desmontar, del roce de los pedales metálicos en las espinillas, las ramas y las piedras sueltas, me habían dejado las piernas como las del santo cristo. Y el cogote me lo había quemado el sol.

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>creando afición
Cuando al fin doble la última curva que daba vista al pueblo convine que Dios existe y que no es ciclista. Las primeras calle me acogieron como al hijo pródigo. En la meta me esperaban los míos, mitad incrédulos mitad angustiados.
Al verme aparecer gritaron:
-Es él, es él, -como si de una aparición se tratase, pues todos me daban ya por perdido.


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>es él, es él.

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>¡p’haberse matao!
Mi aspecto debía mover a la compasión, y rápidamente me pusieron a la sombra y me ofrecieron un té con hielo.
Luego un arroz ofrecido por la organización, al que le sobró sol.
Luego entrega de trofeos a los ganadores y sorteo en el que no resulté favorecido.
Mientras yo me comía el arroz, las moscas se comían la sangre pegada a mis piernas. Un alma caritativa hizo ademán de espantarlas. Daba igual, si no me había matado el camino no me iba a matar una mosca más o menos. Eso si, un poco guarro quedaba.

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Esta noche he dormido mal. El cansancio ha espantado el sueño y he soñado que me despeñaba por un tajo y mi cadáver era velado por las cabras del Pascasio, que sentado bajo un pino se escojonaba de la risa. Con todo, no he amanecido muy perjudicado. Ya no me duelen más que cuatro o cinco cosillas.

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>están ustedes locos.
De cualquier forma, ya he jurado a La Peregrina que no nos volvemos a apuntar a ninguna otra en que las cabras anden cerca.
Lugares donde te acaricie la brisa del mar y lo único que veas tendido al sol sean las titis de caderas ondulantes es lo que nos conviene.
Lo nuestro, decididamente, es el paseo marítimo.