La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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26/3/08

Mi cámara y yo.

Aprovechando que el Guadalete no pasa por Valladolid, me he regalado otra cámara fotográfica. Un salto de calidad, que diría un tío fino.
He sido indeciso, dubitativo, coñazo, pregunté a to quisqui, mire y remiré. Hacia el escaparate y hacia mi bolsillo. Dudaba entre una bridge o, puesto a lo puesto, una reflex digital. Había varias que me tentaban y yo tente a varias de ellas.
Pero cuando tuve la Nikon entre mis dedos la oí decir... “llévame a casa...” como los langostinos de Pescanova. Y me la traje.
Pese a que es lo más básico de Nikon en reflex digitales, una D-40, para mí como si fuera la mejor de la tienda.
Así que estos días, mi cámara y yo formamos una pareja inseparable; como Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Tintín y Milú, Ortega y Gasset o Ramón y Cajal.
Para documentar lo que les expongo y tengan la seguridad que aquí tienen a un futuro Pulitzer o Foto-Press, me he asomado a la calle y les he traído la fota de Cuca absorta al paso del Jesús del Gran Poder.
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No me beso porque no me llego.

13/3/08

La sombra del viento.

Carlos Ruiz Zafón > Editorial Planeta > 2002

Esto es una nueva forma de leer un libro. Apta para los que siempre vamos con el tiempo pegado al culo.
Que otro lo lea por ti. Y que luego te lo cuente, claro.
Este novedoso sistema, novedoso por lo oportuno que no por lo original, aparece con una gran ventaja y un pequeño inconveniente. La ventaja es que te pones al día de lo que va el tocho en un pis-pas (luego tu decides si profundizas o no); el inconveniente, que debes fiarte de lo que el lector te diga.
Además resulta, y por eso me traigo esta historieta aquí, que Blogger sortea entre sus asociados con más de 500/visitas mes, un viaje a la Patagonia en la compañía de una mulata masajeadora de pies. A mí el viaje me da igual, que a ciertas edades ya no está uno pa que lo muevan mucho, pero lo de la mulata acariciándome los pinreles supone una exquisitez de la que no me quisiera privar.
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Sea pues.
La sombra del viento es la historia de una búsqueda. La que protagoniza el pequeño Daniel, hijo de librero, para encontrar el misterioso autor de una novela que le seduce y roba el ánimo y el sueño.
La sombra del viento es una historia de antihéroes, de villanos, de traiciones y lealtades, de miedos y esperanzas, de odios viscerales… y de una ternura infinita. Me atrapó entre sus páginas como hacía tiempo que no ocurría con ningún otro libro.
Aunque el protagonista es el niño-adolescente-hombre que responde como Daniel, no es menos cierto que su personaje queda las más de las veces eclipsado, bien por el de Fermín Romero de Torres, un paria tan brillante como sólo pueden llegar a serlo los parias, bien por el del malvado inspector Fumero, tan maquiavélico que las páginas en las que aparece te queman las yemas de los dedos y huelen a azufre.
Pero La sombra del viento es sobre todo una novela de mujeres, y quizás sea por esto por lo que tanto me gustó.
Clara Barceló, Sophie Carax, Beatriz, Penélope Aldaya, Nuria Monfort, Irene Marceau, Merceditas e incluso la Bernarda, forman el entramado, el armazón sobre el que Zafón va colgando la trama de una historia misteriosa y subyugante.
La novela se lee sin dificultad y el estilo es limpio y claro, a veces brillante y en ocasiones, aún en la tragedia, divertido.
Por ponerle alguna pega, la adicción que el autor demuestra por el vocablo "vapor" cuando de describir atmósferas o climas se trata. Tanto es así que lo repite en las páginas 7, 8, 39, 320, 402, 423, 427, 437, 445… y probablemente alguna quedó perdida en los rincones de mi memoria.
O la que supone poner en boca de un niño de diez años ideas o expresiones que no las imagino ni siquiera en una mayoría de adultos. Y menos en un niño de la posguerra, tiempo aquel en que todavía no comían yogures, ni queso ni Cola-Cao. Otra cosa sería hoy día, en que los niños, de niños, sólo tienen la estatura… y algunos ni eso.
A cambio de estas nimiedades, el novelista nos regala con pasajes deslumbrantes; d'esos que se releen una y otra vez hasta contarles los puntos… y las comas.
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Como aquel en que Daniel, enamorado hasta el flequillo de Clara Barceló, ciega y diez años mayor que él, la sorprende siendo evangelizada por su maestro de música. Lean, lean….
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“El cuerpo desnudo de Clara yacía sobre sábanas blancas que brillaban como seda lavada. Las manos del maestro Neri se deslizaban sobre sus labios, su cuello y su pecho. Sus ojos blancos se alzaban hacia el techo, estremeciéndose bajo las embestidas con que el profesor de música la penetraba entre sus muslos pálidos y temblorosos. Las mismas manos que habían leído mi rostro seis años atrás en las tinieblas del Ateneo aferraban ahora las nalgas del maestro, relucientes de sudor, clavándole las uñas y guiándole hacia sus entrañas con un ansia animal, desesperada. Sentí que me faltaba el aire. Debí de permanecer allí, paralizado, observándolos por espacio de casi medio minuto, hasta que la mirada de Neri, incrédula al principio, encendida de ira después, reparó en mi presencia. Jadeando todavía, atónito, se detuvo. Clara le aferró sin comprender, restregando su cuerpo contra el suyo, lamiéndole el cuello.
-¿Qué pasa? –gimió-. ¿Por qué te paras?
Los ojos de Adrian Neri ardían de furia.
-Nada –murmuró-. Ahora vuelvo.
Neri se incorporó y se lanzó hacia mí como un obús, apretando los puños. Ni le vi venir. No podía apartar los ojos de Clara, envuelta en sudor, sin aliento, las costillas dibujándose bajo su piel y los pechos temblando de anhelo.....”
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O aquel en que Daniel, sorprendido por el sacrificado regalo de una pluma Montblanc que le hace su padre, le insta a que la devuelva pues cree no merecerlo.
“-Los regalos se hacen por gusto del que regala, no por méritos del que lo recibe”, le contesta su padre.
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O la definición de amor que hace el paria Romero de Torres... “ con el tiempo verá que lo que cuenta a veces no es lo que se da, sino lo que se cede”.
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O sobre el sentido que de la opinión personal de los demás muestra uno de los personajes...
“-Me decepcionas Miguel. Confiaba en que el tiempo y la desgracia te habrían hecho más sabio.
-Hay decepciones que honran a quien las inspira.”
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O aquella en que Fermín Romero de Torres, siempre Fermín, agarra por la solapa de la sotana a un cura...
“El párroco de la iglesia, al enterarse de que la novia llegaba preñada al altar, se había negado en redondo a celebrar el matrimonio y amenazó con conjurar a los hados de la Santa Inquisición para que impidiesen el evento. Fermín montó en cólera y lo sacó a rastras de la iglesia, gritando a los cuatro vientos que era indigno del hábito, de la parroquia, y jurándole que como se le ocurriese levantar una pestaña le iba a montar un escándalo en el obispado del que lo menos resultaría desterrado al peñón de Gibraltar a evangelizar a las monas por mezquino y miserable”.
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También podría contarles como termina la historia, pero voy a ser prudente y voy a dar a su merced la ocasión de leer el libro. De verdad que merece la pena.
Si declina la invitación, si de verdad quiere que le cuente el final, hágamelo saber enviándome un correo electrónico y yo, de mil amores, se lo cuento.