La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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29/9/08

Mercedarias.

Produce un cierto desasosiego oír a tus espaldas el chasquido metálico de la primera de las esclusas que dejas atrás al introducirte –aún de visita- en la cárcel, o el talego, la trena, el trullo, chirona, mazmorra, banasto o como su merced quiera llamarle, que todos vienen a significar lo mismo, soledad y desesperanza.
Y convendría no olvidar que para que te den plaza fija en este hotel no hay que ir mucho más allá de que, por un tiempo, te vengan mal dadas.
Si bien es cierto que a las primeras de cambio adivinas en algunos penados que son carne de cañón, que aquel sitio es su escenario natural y lógico, no lo es menos que, en otros muchos casos, fue el azar quien llevó al recluso a ser recluso. Cuestión de fortuna, cuestión de mala suerte, cuestión de “eso también me pudo pasar a mí”. Y es entonces cuando el pellizquito de la tripa se te acentúa. Y miras pa otro lado. Y te entran ganas de salir corriendo puertas afueras. Por si acaso.
Más tarde, sumergido ya en la cuestión que allí te llevo, el mundo particular que se encripta dentro de los propios muros penitenciarios te hace olvidar que cualquier parecido del dentro con el fuera, a pesar de los esfuerzos, es pura coincidencia. Se vive para pasar el tiempo que, a su decir, pasa más lento que en ningún otro sitio.
Fue porque en un tiempo las Mercedarias tuvieron a su cargo la atención espiritual de los penados del Reino por lo que en la actualidad es la Virgen de la Merced la patrona de la Institución Penitenciaria.
Estos días atrás fue la Merced. Me invitaron y asistí. Un rato para poner en el mismo plano, que luego resulta que no, el trile y la pasma, el leguleyo y reo, el alguacil y el juez.
Algunos de los vigilados lo festejaron con más entusiasmo que los que los vigilan. Ya saben, la política y los sindicatos lo corrompen todo, y más fácil que nada se corrompe el corazón y el ánimo del pusilánime.
Ya no hay presos con pijamas a rayas. Ni carceleros al tipo. Se adivina, si, otro modo de querer hacer las cosas y un especial interés en alejar la institución de los sinónimos de humillación, martirio, vejación o tiranía.
Es un esfuerzo que termina por notarse. Pero me quedo con las ganas de vivir del que espera, cada día, pasar la hoja del calendario para que falte uno menos. Y lo hace con la dignidad suficiente para que se le pinte una sonrisa en la boca, contraste feroz con la mueca del carcelero indolente que, por ser pocos, se notan más.
Me quedo también con el recado de un chaval a su novia, puesto en mis manos a título de mensajero:
-¡Como me hubiera gustado que, hoy, estuvieras aquí!.
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Cárceles