La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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26/6/08

La caló.

Ya llega. Está ahí, agazapada, amenazante, dejando sentir sus primeros efluvios. La puerta del horno entreabierta.
De 35º p'arriba to el día. Y to la noche.
Y con la caló llegarán las cucarachas, las camisetas pringás, las ronchas en el culo, las medusas y los moros. Cantidad ingente de moros. Una marea parda de chilabas, pantuflas, coches atestaos, rezos orientados a La Meca y velos islámicos orientados a que no veamos si sus portadoras son guapas o más feas que Picio. Que me da que va a ser lo segundo y por eso se tapan tanto.
A mí me podran picar las medusas, indigestarme las mayonesas chiringuiteras y morir de un golpe de caló porque la cola de urgencias dará seis vueltas al hospital. Pero, más avanzaos que nadie, más chulos que el rey de Creta, ya tenemos preparaos los medios para que el morito guapo, el morito güeno, no pase caló.
Y pa eso les hemos montao los sombrajos que hagan falta, mezquitas con aire acondicionao, guardería pa los canijos y botijo con agua fresquita a la entrada del ferry. ¡Que no les falte de na!.
Y digo yo que to eso está mu bien. Que tos semos hijos de Dios, o de Alá, o del mago Tamariz, pero... ¡coño!... lo primero es lo primero,
¿pa cuándo los de aquí?

la caló
Todo preparado para acoger a la marabunta.

18/6/08

VELEFIQUE. Nuevas desventuras del Capitán Pedales.

La Peregrina dice que esta me la guarda. Que no son formas, ni modos, de tratar a una veterana. Que sus tiempos de mocedad y cometer locuras quedaron muy atrás. Tan atrás como el domingo 15, maravilloso día de Junio en el que el afamado club ciclista Tikitaka organizaba la primera subida al puerto especial de Velefique en la categoría “a ver si puedo”.

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Debo decir en mi descargo que acudí embaucado.
Que si eran sólo 45 kilómetros; que si estaba muy bien organizado; que el paraje era de una belleza extraordinaria; que tras la prueba habría una paella y cerveza en abundancia; que me echarían de menos si no acudía; que la biblia en pasta...

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>a estas reuniones suele acudir gente de todo pelo

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>y de ningún pelo.
Y allí nos presentamos La Peregrina y yo, ella tan ricamente acomodada en el portabicis del Ibiza.
Enseguida se nos vio la cara de pardillos. Enseguida La Peregrina enrojeció al reconocerse la más piltrafilla entre tanto maquinón como se exhibía en la plaza de Velefique.

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>el 16, me han dado el 16.

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>la ceremonia de colocar el dorsal a la cabalgadura.

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>siempre, el toque femenino.
Velefique es un pueblito situado en la Sierra de los Filabres, donde Cristo conoció a la Magdalena, al pie del puerto del Portillo. Doscientos cincuenta habitantes contando las cabras y las gallinas. Casas encaladas y calles limpias, muy limpias. Pizarra en los tejados, geranios en las ventanas y jazmines en los rincones. Y al estar tan alto, tan cerquita del sol, un calor del copón.
Sin hacer ruido, disimuladamente, nos acercamos al control de salida. Me pegaron en el culo el número 16. La Peregrina miraba hacia otro lado. Yo miré hacia el cartel que mostraba el trazado del paseo. Básicamente subir 1.200 metros en doce kilómetros por una carretera asfaltada y sinuosa, hasta llegar al alto del Portillo, puerto especial en la Vuelta Ciclista a España. Allí, ya por caminos, veredas, trochas y bancales, bajar esos 1.000 metros por el lado norte hasta llegar al fondo del valle. Saludar a Pascasio, que estará allí pastando sus cabras y por más caminos, veredas, trochas y bancales volver a subir al alto del Portillo. Si sobrevives, bajar hacia Velefique campo a través. Mejor dicho, sierra a través. Total, unos 45 kilómetros; en eso si tenían razón.
El maillot se me aflojó un poco. Tanto que decidí que los primeros doce kilómetros, los del tramo asfaltado, los haríamos La Peregrina y yo en el coche escoba, como así hicimos tan ricamente. La experiencia es un grado.

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>la salida

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>la vereda se empina.

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>unos suben tan ricamente.

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>y otros suben como pueden.

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>no es broma… es así.
Una vez en el alto del Portillo, apretados los machos y aflojados los nervios, miré hacia el fondo del valle y tal era la distancia que no acertaba a distinguirlo. Pero allí estaba. Allí tendría que estar. Entre morir subiendo o bajando, siempre es preferible hacerlo bajando; es más rápido.
Así que... a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga. ¡P’abajo!.
La primera parte de la bajada no era dificultosa en exceso. Sobretodo para gente que, como el Capitán Pedales, bajaba para sobrevivir. En esas estaba cuando me sobrepasó una bicicleta a reacción que luego resultó pilotada por el irresponsable que ganó la prueba, sacando más de dos horas de ventaja a los piltrafas como yo. Sé que era una bicicleta porque un pastor la vio cuando subía el puerto, algo más despacio.
Cuando el límite de la bruma quedó atrás, el camino se convirtió en una ciénaga pantanosa más propia de los cocodrilos del Dundee que de una prueba ciclista. Aquí presencie, divertido, el primer talegazo de la mañana. Mientras la gente de orden pasaba la ciénaga/camino pie a tierra y tirando como buenamente se podía del ciclo, un inconsciente atolondrado pretendió hacerlo a lomos de su montura y a todo gas. Su cabalgadura debió meter la rueda delantera en una oquedad del terreno, el atolondrado voló sobre el manillar de la bicicleta y unos diez metros más allá aterrizó en el charco con gran estrépito, salpicar de lodo y regocijo de las ranas del lugar.
-¿Tas hecho algo?, pregunté aguantándome la risa.
-Na... no m’hecho na, respondió mientras se tocaba los riñones para ver si los tenía los dos.
Arrancó su bicicleta del barro, volvió a montar en ella y partió disparado como si lo persiguiese el diablo.
-¿Adónde irá con tanta bulla?, me pregunté.
En esos instantes eche de menos haber colocado en el bolso mi pequeña cámara fotográfica, pues aparte de fotografiar muerdecardos como este, en las verdes laderas que más parecían de Cantabria que de Almería se situaban, de cuando en cuando, coquetos abrigos de pastores construidos todos ellos con pizarra y muy bien conservados, abrigos que me hubiera gustado colgar en mi álbum.

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>subida pronunciada.

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Llegado al fondo del valle, y como no vi al Pascasio por ningún lado, inicie la subida por una pista forestal, que hace de cortafuegos en el bosque de pinos y que aparecía muy presentable tanto en el firme como en la inclinación. Por unos kilómetros hice el ciclismo de paseo que me gusta. Oía cantar los pájaros, silbar el aire en el pinar y podía entretenerme viendo correr lagartos y lagartijas por aquellos caminos tan poco hollados por los bichos de dos patas.
Pero la alegría dura poco en casa del pobre. No llevaba recorridos ni tres kilómetros cuando una banda blanquiroja cortaba el camino y un cartel con fecha incluida me anunciaba que debía abandonar el camino y continuar la subida por entre los pinos del bosque. “Subida Pronunciada” rezaba el cartelito. Traducido al cristiano aquello significaba que el que trazó el itinerario de la prueba era un hijo de puta. Con lo bien que íbamos por el camino.
La bicicleta a los lomos, jurando en arameo, sudando hasta por las uñas, retornamos al fin a la pista forestal algo así como 1.200 metros más arriba. Otros cuatro o cinco kilómetros más de pista forestal y llegamos al segundo punto de avituallamiento, otra vez en el alto del Portillo. Que aburrimiento, tú.

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>lo que he de hacer para contaros algo.
Quedaba bajar a Velefique. “Bajada Técnica” avisaba el cartelito. ¡Los muy cabrones!.
Bajada Técnica significa que aquello no lo bajan ni las cabras de Cazorla.
Iniciamos el descenso por una vereda, y lo de vereda es un decir, formada por riscos pizarrosos sueltos y amarraos que hacían imposible el paso de nada que llevara ruedas. En otros tramos, definitivamente, la vereda desaparecía y la sustituía la dichosa cinta blanca y roja con la que la organización señalaba el lugar donde debería estar el camino. Pero como por la cinta no puedes rodar, no te quedaba otra que echarte la bici al lomo o metértela debajo del brazo e intentar bajar, juntos pero sin despeñaros. Unos tres kilómetros de bajada técnica.

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>por ahí se ha de bajar.
Aprovecho el momento para advertir a mis muy queridos Tikitakeros de la irresponsabilidad técnica que supuso esta bajada. Supongamos que un escorpión cabreao por las visitas sale de debajo de una lasca de aquellas y te pica en un huevo. Digamos que el huevo se te inflama y te impide seguir andando y, mucho menos sentarte en la bicicleta. ¿Quién saca de allí a la víctima? ¿Tenían apalabrao algún helicóptero? ¿Cuál era la estrategia de rescate? ¿Cuál el plan B?. ¿Cuál es el precio real de un huevo?. Estoy seguro que para próximas excursiones tendrán en cuenta nimiedades como esta.
Al tramo de bajada técnica le sustituyo otro de “bajada peligrosa”. Bajada peligrosa significa que ya no hay cantos sueltos, ni rocas que impidan rodar, ni matojos que se te puedan clavar en el ojo. Bajada peligrosa significa que ya hay camino, pero con una pendiente superior al 15% que más invita al despeñamiento que a la bajada. Como La Peregrina carece de frenos que puedan sujetarla ante tamaña pendiente, hube de sujetarla a golpe de brazo, riñón y clavada de rodillas. Me dolían los dedos de tirar de las riendas del caballo. También me dolían los brazos, las rodillas, el pelo, los ojos y las espinillas por detrás. De tanto montar y desmontar, del roce de los pedales metálicos en las espinillas, las ramas y las piedras sueltas, me habían dejado las piernas como las del santo cristo. Y el cogote me lo había quemado el sol.

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>creando afición
Cuando al fin doble la última curva que daba vista al pueblo convine que Dios existe y que no es ciclista. Las primeras calle me acogieron como al hijo pródigo. En la meta me esperaban los míos, mitad incrédulos mitad angustiados.
Al verme aparecer gritaron:
-Es él, es él, -como si de una aparición se tratase, pues todos me daban ya por perdido.


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>es él, es él.

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>¡p’haberse matao!
Mi aspecto debía mover a la compasión, y rápidamente me pusieron a la sombra y me ofrecieron un té con hielo.
Luego un arroz ofrecido por la organización, al que le sobró sol.
Luego entrega de trofeos a los ganadores y sorteo en el que no resulté favorecido.
Mientras yo me comía el arroz, las moscas se comían la sangre pegada a mis piernas. Un alma caritativa hizo ademán de espantarlas. Daba igual, si no me había matado el camino no me iba a matar una mosca más o menos. Eso si, un poco guarro quedaba.

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Esta noche he dormido mal. El cansancio ha espantado el sueño y he soñado que me despeñaba por un tajo y mi cadáver era velado por las cabras del Pascasio, que sentado bajo un pino se escojonaba de la risa. Con todo, no he amanecido muy perjudicado. Ya no me duelen más que cuatro o cinco cosillas.

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>están ustedes locos.
De cualquier forma, ya he jurado a La Peregrina que no nos volvemos a apuntar a ninguna otra en que las cabras anden cerca.
Lugares donde te acaricie la brisa del mar y lo único que veas tendido al sol sean las titis de caderas ondulantes es lo que nos conviene.
Lo nuestro, decididamente, es el paseo marítimo.