La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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15/11/23

... y que salga el sol por Antequera.

Llevaba tiempo con la intención de conocer Antequera, ciudad por cuya puerta había pasado decenas de veces -incluido el aparcamiento de su hospital- sin que el conocimiento llegara a ser íntimo.

La cosa se fue aplazando primero por un inoportuno catarro, luego por obligaciones adquiridas con anterioridad, más tarde porque la previsión del tiempo no acompañaba… total, que fue la segunda semana de noviembre cuando los planetas se alinearon y puse el Clio rumbo al Sueño del Indio, que los más cursis llaman también el Peñón de los Enamorados.

 

A ver ahora si soy capaz, ayudado de algunas fotografías de las muchas que obtuve, contarles mi versión de los hechos sin caer en la rutina de un guía de turismo.

 

Todo el mundo conoce de Antequera dos típicos tópicos, el Torcal y la Peña de los Enamorados. El primero lo excluí de mi visita y del segundo ya dije que prefiero llamarle el Indio, que me parece más auténtico.

 

Antequera me sorprendió agradablemente. Es una ciudad señorial en el fondo y en la forma. Y los antequeranos, al menos aquellos con los que traté, una gente la mar de simpática.

 

Los 41.000 antequeranos que registra el censo están orgullosos de su pueblo, no en vano es Patrimonio Mundial de la Unesco. A ello contribuyen sus cinco bibliotecas, sus decenas de iglesias y museos, y sus calles limpias y repletas de edificaciones singulares.

Ligada a los inicios del nacionalismo andaluz, en la ciudad se redactó en el año 1883 la Constitución Federal de Antequera y en 1978 el pacto autonómico que condujo a la creación de la Autonomía Andaluza, pujando por ser la capital de la comunidad andaluza hasta el último momento. Méritos no le faltaban, pero padrinos sí. Los padrinos los tenían los sevillanos.

 

Si en lo cultural la ciudad rebosa actividad hasta el punto que pude disfrutar de una exposición de Rafael Zabaleta, mi pintor favorito, en lo carnal no me privé de desayunar molletes de Antequera con zurrapa colorá y almorzar la sin par porra antequerana, placer de dioses.

 

Comencemos por el principio, el alojamiento. El Parador parece una buena opción.

 



Ya colocados, amaneciendo sobre la silueta del indio, vayamos a explorar…

 



 Unas vistas generales de la ciudad…

 




Contempla la Peña del Indio desde el mirador Michael Hoskin, a los pies de la Alcazaba, es un clásico…

 



Como iglesias, conventos y museos tienes para aburrir, yo recomiendo no dejar de visitar la Plaza de Toros y el museo de arte taurino que contiene. La terraza del bar que los días sin corrida profana el ruedo es opcional…

 




Otro clásico, la Puerta de Estepa. Si, desde el año 2011 aquí gobierna el PP.

 



La alcazaba, desde la calle principal del pueblo…

 



Ingente catálogo de casas señoriales y patios andaluces donde se enseñorean las pilistras…

 



Les dije que disfruté una exposición de mi admirado Rafael Zabaleta…

 



 Y que comí porra antequerana…

 



No dejes de subir a la Alcazaba, aunque para ello hayas de sufrir la Cuesta de Judas…

 



Y no olvides, para terminar, hacerte una foto entre Fernández y Muñoz, dos antequeranos de pro.

 



Los tesoros que guarda para ti la ciudad es mejor que los vayas descubriendo por ti mismo.

 

POR SU AMOR… reza el lema de la ciudad, y no me pregunten el motivo. Yo prefiero acabar con el más castizo de “y que salga el sol por Antequera”, en testimonio vivo, lacerante y tan actual de que conseguido el sillón, poco importan las consecuencias. Así nos va. 

 

La coletilla no es de ahora. Fraguada en el campamento cristiano que cercaba Granada, hacía mención a lo improbable de que el sol viniera a salir por un lugar situado al oeste. A mí esta coletilla, inevitablemente, me lleva a otra igual de contundente: A cada cerdo le llega su San Martín.