La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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21/6/12

la novicia de San Jerónimo

Nunca entendí el andar en bicicleta como la ocasión de meter la cabeza entre el manillar, apretar el culo en el sillín, y deshacerse las piernas en el intento de devorar kilómetros; sino más bien en rodar erguido, esquivar el asfalto y buscar el sendero o el camino, atento a la escaramuza de la ardilla y la carrera del asustadizo conejo, sentir la brisa del aire en la cara, detenerse cien veces para fotografiar esto o aquello y hacer oídos a las historias de lugareños. Historias y leyendas como esta, que paso a referirles:

Corría el año de 1394 cuando los nobles castellanos Diego Fernández de Córdoba e Inés de Pontevedra, a fin de ganar indulgencia y expiación de sus muchos pecados, regalaron un terrenito en la sierra de Córdoba al ermitaño portugués Fray Vasco, que acababa de venir de Italia de perfeccionar su fe eremítica y se encontraba por el lugar, mano sobre mano, y sin herejes malvados a los que convertir.

El referido fraile, en vez de plantar lechugas y cebollas –e incluso alguna cepa de Moriles- como cualquier otro hubiera hecho, se dedicó a poner piedra sobre piedra, embarcó a todo el que tenía cerca, pidió como sólo los monjes saben hacerlo y terminó construyendo un monasterio que ríete tú del Escorial.

Entre el personal religioso que llegó al convento, para formar su plantilla, lo hicieron un joven monje llamado Marcelo y una novicia de Aguilar de la Frontera, pueblo situado al sur de Córdoba famoso por sus turrones y la cantidad de feriantes inscritos en su censo. De hecho, esta muchacha había abrazado la fe de Cristo porque había perdido la fe en su novio al sorprenderlo evangelizando a una amiga bajo el carrito del turrón.

Fray Marcelo y la joven novicia intimaron enseguida, pues la muchacha fue capaz de levantar no sólo el ánimo sino otras muchas cosas en el incipiente religioso. Llegado el asunto a oídos de Fray Vasco, que como buen portugués tenía una mala leche que te cagas, desterró al joven a un oscuro convento de Cangas de Onis y a la novicia a las ruinas de Medina Azahara, para que viviese como los perros.

La novicia, cada noche, subía hasta el convento y se sentaba a sus puertas cerradas a cal y canto, en la creencia de que allí continuaba su amado y acabaría por abrir el portón para escapar con ella. Pero eso, naturalmente, no sucedió. Al amanecer de una fría noche de enero la encontraron recostada en el umbral. Había muerto de frío. Su cuerpo fue arrojado al río por orden del abad, pero a la mañana siguiente su silueta apareció dibujada sobre la puerta del monasterio.

Desde entonces el fantasma de la novicia suele aparecer en la misma puerta, a todos aquellos que conservan ojos para ver y corazón para sentir.

El lugar entró en desgracia y finalmente hubo de ser exclaustrado. Como mejor fin intentaron habilitarlo como manicomio, pero el fantasma de la novicia seguía apareciéndose y los antes locos, ahora remataos.

Luego vendría la compra del lugar por los Marqueses del Mérito, que no portan por allí ni empujaos, y otros detalles que podrán ustedes conocer en cualquier guía de turismo.

De estas cosas que les cuento puede de dar fe el Séneca, amigo y filósofo cordobés, que puede ver Medina Azahara desde su ventana y cuenta cosas –como esta- que huelen a Guadalquivir.

la novicia de San Jerónimo

20/6/12

¡... y cuando subimos a San Jerónimo!

El pasado fin de semana anduvimos de guacabaud por tierras de los Califas, oportunidad única y largamente perseguida de volver a caer en brazos del Séneca –filósofo cordobés y amigo- compartiendo confidencias a la sombra del Pata Negra, entre copa de Moriles y tapa de salmorejo.

Se trataba esta vez de subir al Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, que todo el mundo conoce –porque lo ve a lo lejos- pero pocos han visitado, dejando atrás las ruinas dormidas de Medina Azahara.

Nos habían amenazado con la tontuna de la caló y la privacidad. ¡Na!, miedo pa pobres. El termómetro rondó los 38 grados sin llegar a freírnos y respecto de los carteles de “prohibido pasar” decidimos que es difícil ver nada cuando tienes puesta la atención en no dejarte los piños sobre lo abrupto del camino.

La subida hasta Medina Azahara es suave, tendida y con buen firme, nada especialmente gravoso para alguien que disponga de dos piernas en buenas condiciones de uso; otra cosa es de ahí p’arriba. Aquí, lo que empezó con el regalo de un huerto a un fraile portugués, terminó con la construcción de un convento categoría cinco estrellas, y ello por el empecinamiento del monje en poner piedra sobre piedra en vez de plantar melones, que es lo que suelen hacer todos aquellos a los que les regalan un terrenito.

El antiguo monasterio de San Jerónimo, propiedad ahora del Marqués del Mérito, está situado en la faldas de la sierra de Córdoba, pa Trassierra, y para llegar a sus puertas hay que superar una subida de la categoría dos cojones y un palito, inmediatamente inferior a la de tres cojones, que es lo máximo en la escala de cuestas imposibles. Por encima de estas ya sólo queda la de “bájate y empuja”, de categoría especial. Por si fuera poco, el firme del camino es indecente, lo que nos viene a confirmar que el dichoso marqués va poco por allí.

Y si bien es cierto que se presenta relativamente fácil obviar los cartelitos de prohibido el paso y propiedad privada, no lo es tanto el sortear la presencia del ganado bravo que pasta por el lugar. Toros con cuernos de metro y medio de largo, dejados allí a sus anchas para atemorizar a los posibles visitantes, que te miran con inquina mientras tú echas el bofe tratando de alcanzar las puertas del monasterio.

En el colmo de la ironía cartelera, nos sorprendió alguno que rezaba: Prohibido Peroles. Viene a decir, apuntamos para los no foráneos, que no son bien recibidas las visitas que vienen a merendar al campo. Como si organizar una perolada rodeado de toros bravos fuera cosa de gusto.

El caso es que bien que mal nos plantamos a las puertas del recinto que, como no podía ser de otra manera, estaban cerradas a cal y canto. El marqués no quiso recibirnos y el guarda de la finca tampoco. Al muy malaje lo vimos allá, a lo lejos, a la sombra de una gran higuera en la puerta de la guardería, pero a pesar de hacerle señas a la voz y al gesto, decidió no era el momento oportuno de abandonar la sombra que tan ricamente le protegía. Así que tras hacer las fotos de rigor para documentar debidamente la hazaña, tomamos el camino de regreso. Si la subida es jodida la bajada es peligrosa, de lo que da fe el dolor acumulado en los dedos de las manos de tanto tirar de la maneta del freno.

Lo demás, pan comido. Una vez de regreso al centro de interpretación de Medina Azahara, todo es tan fácil como seguir el camino paralelo al canal que nos pondría en las puertas de Córdoba, allá por la Avda de Trassierra, y esta a la sombra de nuestro nido. Una ducha reparadora, una copa de Moriles fresquito y la sonrisa amable del filósofo al otro lado de la mesa. Merecido premio para tan notable esfuerzo.


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-punto de salida / a quien madruga, Dios le ayuda...

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-punto de destino

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- el camino paralelo al canal

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-punto intermedio / centro de interpretación de Medina-Azahara

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-los peligros del camino

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-al fin arriba

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-dando fe de que llegamos.