La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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7/7/08

Crónicas Teruelinas / Teruel, ciudad difícil.

Teruel es, en síntesis, una ciudad difícil.
Existe, está, pero es difícil.
Póngase su merced en el pellejo de aquel viajero que allá por el año 1940 fuese arrojado por un tren con los asientos de madera al andén de la estación de Teruel, con dos maletas que pesasen más que su conciencia y con un frío del carajo.
Lo primero que viese aquel aturdido viajero al salir del recinto de la estación sería… ¡¡AQUELLA ESCALERA!!... que los teruelinos llaman, con toda ceremonia, La Escalinata, y que no es sino sinónimo del más pésimo humor buñuelero (*).

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(*) Hoy día está acompañada de un ascensor.
Si a la vista de semejante despropósito el viajero no muere víctima de la desesperación o se vuelve al tren, si es capaz de coronar el Aconcagua por su cara mala, encontrará una ciudad dividida en dos mitades; el casco antiguo y el ensanche, ambas unidas por dos viaductos, uno para peatones y otro para carruajes. Desde cualquiera de ellos se puede uno suicidar tan ricamente y sin posibilidad de fallo.

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En el casco antiguo se encuentran la catedral, las torres de San Pedro, San Martín y el Salvador, la plaza del torico, el mausoleo de los amantes y el bar “Aquí Teruel”, donde se come un jamón de calidad que eclipsa todo lo anterior.
En el ensanche, o parte de más allá, encontrará el viajero todo lo demás propio de una capital de provincias –y ahora sé que significa eso de capital de provincias-.

Mención especial, por estar donde estamos, merece el mausoleo de los amantes.
Personalmente Isabel de Segura y Juan Martínez me parecen dos auténticos gilipollas, pero ni más ni menos que algunos de los gilipollas que aún deambulamos por este mundo y dicho sea con el mayor de los respetos. De cualquier forma, y aunque es sabido que el amor emboba, hay cosas que cuesta creerse.
Creídas o no, el apunte evidente es que el entorno del mausoleo dichoso aparece como un poco cutre, descuidado, rincón para micciones de crápulas noctámbulos y vomiteras de borrachos.

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Una vez dentro del recinto la cosa mejora un bastante.
Bajo las estatuas yacentes que esculpiera Juan de Avalos, las manos extendidas pero sin tocarse aún después de muertos, pueden verse a través de las celosias –que no fotografiarse- las momias petrificadas y boquiabiertas de Isabel y Juanito.

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El “sin catarse hasta la eternidad” a mi me produce una desazón incómoda. La misma desazón con la que –lejos queda el mar- abandoné el mausoleo.
La misma que me produjo al sorprenderme, un rato después y en el museo de arte sacro, que tres generaciones de santos porfían por llevarme al buen camino.

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Me pongo las zapatillas de andar por las sierras y nos vamos pa los Albarracines.
La cosa esa de los dinosaurios, siempre me pareció una niñería.

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