La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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9/7/08

Crónicas Teruelinas / de exposiciones y otras andanzas.

Dejando probada la existencia de Teruel, encaminé mis pasos a la orilla del Ebro, donde la cosa esa que se ha dado en llamar la Expo-Agua 2008.
Sé que lo que escribiré podrá no gustar a mis amigos maños, ni a mis enemigos de cualquier lado que sean, pero me acojo a la libertad de expresión y al sano derecho de incordiar de vez en cuando. Al fin y al cabo uno no es para nada nacionalista y considero el invento ese del agua tan suyo como mío. Y si esta vez la cagamos, no estará de más confesar que la cagamos.


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Me da la impresión que es que “tocaba” hacer algo de esto por aquello del turismo, el desarrollo económico y el “ahora me toca a mí”. Y allá nos liamos la manta a la cabeza y tiramos p’alante sin ponderar debidamente factores como la necesidad, la oportunidad… y las ganas. Y así nos ha salido. Lo siento por los mañicos, la Pilarica y por mi mismo.

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* Pabellón del Agua.

Además, pesado lastre, uno llevaba como referencia la exposición universal de Sevilla. Referencia fallida, error de bulto. Si las comparaciones son odiosas en general, aquí resultan sangrantes.

Una vez en el recinto convine que lo mejor, para empezar, sería subir al telecabina y desde las alturas hacerme una idea de conjunto. El conjunto resultó más bien escaso.

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No quiero aburrir a sus mercedes con una descripción detallada de lo que vi, lo que no vi o lo que me hubiera gustado ver. Pero no puedo resistir la tentación de contarles la cutre presentación de algunos de los ¿pabellones? que más parecían casetas de feria. Especialmente doloroso en el caso de aquellos que en su interior sólo contenían puestos para la venta de baratijas o productos del país, como los instalados en el mercadillo de mi pueblo, o aquellos otros que se limitaban a almacenar una sucesión tediosa de pantallas de plasma con vistas y datos del país en cuestión.

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* Puertas del pabellón de Marruecos.

Hubo sin embargo tres cosas que me gustaron. Diría incluso que me entusiasmaron.
El audio-visual del pabellón de Polonia , la exquisita elegancia y finura del pabellón de Marruecos –quién lo iba a decir- y una azafata del pabellón de Turquía que, por si sola, habla de las excelencias del país otomano y que, a mi pesar, no pude fotografiar –una imagen vale más que mil palabras- por razones que no conviene exponer en este momento.
Ya saben, conflictos diplomáticos entre naciones.

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Derrengados, dolorosamente conscientes de nuestra ya muy escasa capacidad para el asombro, tomamos el camino de salida.
Los precios de la tienda-expo, sino sorprendernos, nos hicieron jurar en arameo.
Bajo un sol de justicia, no había en la salida ningún autobús que nos regresara al aparcamiento. Cuando llegó uno –lo juro por el capitán Trueno- era la hora de comerse el bocadillo su conductor y nos obligó, autocar cerrado, a solearnos quince minutillos más.

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* El del bocadillo es el de la derecha.

Uno, en su cristiana paciencia, ve de justicia que los conductores de autobuses de la Expo se alimenten. Es más, que coman sentaditos al fresco y sin apresurarse por aquello de los atragantamientos. Y no un bocadillo, sino una comida en condiciones. Pero… ¡COÑO!... no a costa de los exhaustos expo-turista que, dicho sea de paso, eran pocos y nacionales.

Deseo de corazón que la Pilarica tome cartas en el asunto y les eche no una mano sino las dos y el manto y que la cosa se reconduzca de modo que, al menos en lo económico, la cosa no sea un descalabro.

Lo expuesto y el como, eso ya no lo arregla ni el mismo Altísimo que bajase en su acepción de mago de panes y peces.

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