Debo construir este hilo desde los cimientos de no ser creyente.
No, al menos, un creyente al uso; de aquellos que tuvieron la fortuna de ser tocados con la varita de la fe.
Y sin ser creyente, acabo de sacarme una espina que hace tiempo hurgaba por donde a otros les dan mordiscos sus pasiones perdidas.
Hace unos días tuve la oportunidad, largamente esperada, de visitar la taberna La Fresquita; mágico y estrecho tugurio ubicado en la calle Mateos Gago, del sevillano barrio de Santa Cruz.
Pido, desde ya, perdón a mis amigos sevillanos por no avisarles con tiempo. La cosa fue sin alevosía ni premeditación. No pude elegir ni el tiempo… ni la fecha… pero allí estaba, frente a la acera de La Fresquita, vestido de Domingo de Ramos.
Admirador y respetuoso de la gente que se apasiona, conocí un día el caso único de este bar sevillano donde se vive y se bebe por y para la Semana Santa. Porque, sin creer en lo que no creo, la gente de La Fresquita me merece el mismo respeto que el tío que se acuesta con el pijama del Betis… y tampoco soy bético. Gente apasionada –que no fanatizada-, gente para admirar, respetar, imitar.
Fue lo que esperaba y bastante más, pese a lo estrecho del local. Acodado en la barra, mientras alcanzaba el éxtasis del olfato gracias al incensario que pende sobre ella, mientras se perdían mis ojos en la colección de fotos y tesoros cofrades que cuelgan de las paredes y pueblan las estanterías, mientras acariciaba el paraíso del gusto trasegando un Barbadillo y unas albóndigas que estaban pa morirse, mientras intimaba con Matías el tabernero que me ponía al tanto de sus tiempos de armao de la Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santísima de la Esperanza Macarena, que así se llama en buena ley, fuimos poniendo un algo de ajuste en el guión tan desajustado que nos tocó vivir. Y todo ello mientras fuera caía algo parecido al diluvio universal.
Nada, desde luego, que pudiera ahogar emociones nacidas del calor de la pasión.
Alguna de sus mercedes considerará tan baladí asunto una más de las pamplinas que nos caracterizan.
Pero es que –biblia dixit- también de pamplinas vive el hombre. Y de pecados, y de pasiones, y de enfundarse un pijama del Betis o colocarse detrás, o delante, del paso de La Macarena... según toque.
La Vidriera del Mairena
6/4/13
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