No sé si a sus mercedes les gusta la Sharapova. No sé siquiera si les gusta el tenis. Pero es seguro que a mí menda cortijera le gusta el tenis... y le gusta la Sharapova, a pesar de que tenga –un poco- cara de seta. A la mayoría de los chicos de este Café, es más, a todos menos al imbecil, les gusta la Sharapova.
Y es que la rusa, amén de jugar al tenis aceptablemente bien, está pa mojar pan. Un pastelito. Quizás, aunque no les guste el tenis ni la Sharapova, sepan que acompaña todos y cada uno de sus golpes con un quejido, entre erótico y angustiado, lamento existencial con el que pretende acentuar su afán stalinista de aniquilar a quien encuentra al otro lado de la red. Ese ay, ese suspiro, la verdad sea dicha no queda ni bonito ni elegante. Es, por decirlo de alguna manera, una nota que chirría en la imagen glamourosa de la tenista pues, dicho sea de paso, no es un suspiro quedo, disimulado, insinuado tal vez, sino más bien un berrido amenazante, el grito atronador del macho que marca su territorio. Algo en resumen que empaña la imagen de tan dulce bollycao.
El caso es que, consideraciones estéticas aparte, ha llegado a mis oídos que los mandamases de la WITA están estudiando cortar, de raíz, los quejidos estentóreos de la Sharapova. O sea, prohibirle que grite. O sea, ordenarle por las claras que golpee la bola, pero calladita. Esta medida, la primera de este tipo que se toma en el circuito profesional de tenis, se encuentra avalada por las numerosas quejas recibidas de las adversarias de la rusa, que manifiestan que tanto aullido las descentra y las hace jugar en inferioridad de condiciones.
Apruebo, si es que llega, la medida. El tenis no es un deporte de brazo, o piernas, es un deporte de cabeza, como el ajedrez, y tanto griterío impide concentrarse a quien debe estar concentrado. Los suspiros de la Sharapova deben quedar para la intimidad de la alcoba, para susurrarlos al oído de su contrincante en la cama, y si ese contrincante fuera yo.... mejor que mejor.
Apuntado todo esto, sepa la foreria en general que esta madrugada ese cachito de queso que responde al nombre de Maria, juega la final del abierto de Australia contra un camionero llamado Serena Willians, negra pa más señas, de la que cada uno de sus brazos tiene el diámetro de mi cintura. La bella contra la bestia. El anís dulce contra el aceite de ricino. La poesía contra el haeve metal.
Allí estaré yo, pese a los grititos.
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