Terminaba hace unos días de jugar mi vespertino partido de tenis. Había perdido y, lo que es peor, había jugado mal, muy mal, estilo tuercebotas. En esos trances, poco comunes, mi humor oscila entre el gris marengo y el marrón aplatanao.
Al salir de la pista me estaba esperando uno de los operarios de mantenimiento para recriminarme, sin delicadeza alguna, que me había pasado veinte minutos sobre el horario programado. Y yo estaba cabreao, muy cabreao.
De lo que allí se dijo conviene no entrar en detalles. Baste decir que la tensión arterial, ya de por sí subida, subió algunos enteros más.
De lo que allí se dijo conviene no entrar en detalles. Baste decir que la tensión arterial, ya de por sí subida, subió algunos enteros más.
Y entonces llegó ella. Vestida de negro y amarillo. Pequeñita y culona, efectista, chula. No estaba invitada. Ni yo le había hecho nada. Ni a ella ni a nadie de su familia. Lo mío era con el de mantenimiento y con mi propia incompetencia. Y va, la hija de la grandísima puta, y me clava el aguijón en un sitio muy delicado…… muy delicado, sin cruzar una palabra.
De inmediato desaparecieron de mi vida el mal partido que acababa de jugar, mi humor marrón aplatanao, el tipo de mantenimiento….. y la madre que lo parió.
De inmediato desaparecieron de mi vida el mal partido que acababa de jugar, mi humor marrón aplatanao, el tipo de mantenimiento….. y la madre que lo parió.
Ya sólo tenía ojos, pensamiento y corazón para ella. La sentí entrar en mi piel al tiempo que la sorpresa y el escozor. Llegó, me lo clavó….. y se fue. Cruel e insensible como todas, ni siquiera esperó para ver en que terminaba aquella tragedia. Alguien sugirió que debía de poner barro sobre el beso traicionero, otros que amoniaco, los más osados que amputar directamente. Ninguna de las tres opciones, por diversos motivos, me convenía.
Resolví morir de pie, abrirme la camisa e invitarla a que disparase otra vez. Pero se había ido….. ya sólo estábamos yo y su irritante recuerdo.
Inflamación, dificultad respiratoria, hinchazón inocular. Pero... pa valiente yo, que soy del campo, que me pican los alacranes y se retiran acojonaos con el aguijón desmochao de por vida.
-¡Aguanta, Juanito!, que no se diga, no te va a poder ella, tan pequeña, tan poca cosa. Y aguanté. Digo que si aguanté. Aguanté hasta que, salva sea la parte, se puso como el globo terráqueo. Se me nubló la visión, me entró miedo….. y acudí a Urgencias. En Urgencias me tocó una médico también pequeña, también delgada, pero sin culo, sin tetas y feucha... tarde aciaga, pardiez. Podía haber resuelto en un pis-pas, pero no quiso. Lo que quería era verme el culo. Y me lo vio…… claro que me lo vio. Urbasón inyectado. Corticoides. Polaramine.
Acabé con el ojo en la mano, las lágrimas en los ojos, los pantalones en las rodillas, el ego en los tobillos, y las manos de la galena toqueteándome el culo.
-Hombre de Dios, me dijo, la próxima vez que le vuelva a picar una avispa, no intente arreglarlo tomándose una aspirina... so bruto.
Hay tardes que no debería uno levantarse de la siesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario