Cuando la vida se muestra particularmente dispuesta a hacerme putaditas, mire usté, me da por divagar. Es una forma como cualquier otra de intentar escapar de lo que no te gusta, de lo que no estaba en tu guión.
Y divagando andaba yo estos días cuando me dio en reparar que han cubierto mi ciudad de carteles publicitarios en los que se nos muestran, en todo su esplendor, las chicas Dove. Las chicas Dove, como sus mercedes habrán advertido, están todas buenísimas. Pero buenísimas de comérselas.
Los publicistas, que no tienen dos pelos de tontos, y huyen de la ruina de sus empresas como del diablo, nos han colocado, con la excusa de reivindicar a las gorditas, unas señoras de infarto que nos sonríen desde el cartel reivindicando los molletes de Antequera y las mantecas de Arriate, tan de uso común en los desayunos del farero. Y como estoy hasta los güevos de la censura, hoy me la voy a pasar por allí mismo, y me voy a poner a gritar en este patio, pa el que quiera leerme, que a mí me encantan las chicas Dove. Es más, me voy a pedir una para Reyes.... a ver si cuela.
Eso sí, no se engañen, que no to el monte es orégano. Para ser una chica Dove, además de los kilitos, es condición sine quanom que te desborde el encanto. Si no hay encanto...... sólo hay kilitos, se jodió el invento.
Por lo demás, tengan cuidado compadres si las llegan a conseguir, estoy seguro que las chicas Dove te pueden dar tantos disgustos como las otras...... o más.
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