La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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3/6/07

Siete días con los Califas

Colgado en El Café del Foro > junio/06 

1.- LA INTENCIÓN. Todos los años, o mejor, todos los años que viene a pelo, dedico unos cuantos días de junio y octubre a patear las calles de alguna ciudad, los senderos de algún paraje, de los que tengo en el debe. 
Ahora le tocó a Córdoba, ciudad que crucé cien veces sin detenerme ninguna. Y como las emociones lo son más (bueno, no siempre) cuando las cuentas, tras los pasos, los renglones. A otros les da por ir a Marruecos (es un poné), a Praga, o a la Butibamba, pero a mí me parece una ordinariez, casi una indecencia, ir a la Butibamba cuando todavía no se ha estado en la Mezquita. 
A eso, además, podría añadirle otras razones de más peso y consistencia, pero se me iban a ir en razones lo que se me debe ir en vivencias. Tampoco les voy a aburrir colgando fotillos de tres al cuarto, de las que pueden saciarse en cualquier revista especializada. Pero como tengo prueba gráfica de todo lo que escribo, colgaré alguna que otra rareza, para aliviarles el trago, y para callar las boquitas de los descreidos, malpensantes, porculeros y moscas cojoneras. Así que…… al tajo. 

2.- EL PAISANAJE. Debo distinguir entre el paisanaje en general y el paisanaje en particular. Hablando del primer grupo os diré que lo que más abunda en Córdoba son los cordobeses. No se ría su merced, no es una perogrullada. Existen ciudades como la mía, Almería, en las que lo raro es encontrar un oriundo. Allí nos comió la inmigración; aquí, todavía no ha sucedido. El cordobés vive feliz y dicharachero con su ciudad antigua, su judería, sus bicicletas –si, se anda en bicicleta-, su Corte Inglés, y su caló…… su mucha caló.
 


Tienen pendiente, como tantos otros, la asignatura de la limpieza urbana, y tampoco se ven ajenos al acoso de la mendicidad callejera. En toas partes cuecen habas, que diría mi maestro. 

Como la cabra siempre tira al monte, yo siempre tiro a fijarme en el lado femenino del paisanaje. Encontré algunas minifaldas muy bien puestas, mejor llevadas y de un quitar arrebatador, pero todo se quedó en recorrer con los ojos lo que debiera ser recorrido con algo más que el pensamiento. Es por eso que to las cordobesas tienen la cara de pena con que las pintó Julito Romero. 

El primer particular que se asomará a esta crónica es nuestro amigo Cicero. Resultó vivir a escasos metros de donde me alojaba y me atendió con la amabilidad y cortesía que era de esperar. Cicero es un cordobés de pro, campechano y amable, bien enterado de lo que se cuece en su ciudad, a quien desde aquí agradezco los ratos que perdió conmigo mientras trajinábamos un café o un Moriles-Montilla en el Restaurante Moriles Pata Negra, sitio este en el que se come de “pata negra”, y que debiera visitar el viajero antes que ningún otro monumento de la ciudad. 
Fue él, Cicero no el Moriles, quien me contó que la ultima restauración seria de la Mezquita la llevaron a término entre el padre de Julio Romero de Torres y un tal Velazquez Bosco, paisano este que, aunque ustedes no se lo quieran creer, no tiene parentesco alguno ni con el pintor ni con el menda. 

Córdoba vive abrazada a su pintor, Julio Romero de Torres, y este abrazo se percibe por cualquier lugar de la ciudad que se recorra. Tiene su museo en la plaza del Potro, junto al de Bellas Artes. De su visita, y mis experiencias anteriores con este pintor, fui deduciendo que Julio era un pintor sombrío. A Julio le gustaba un entierro más que a un tonto una tiza (mira que bonita era, horas de angustia, cante jondo, la gracia......) 
El tono de sus cuadros siempre es oscuro, sin luz, invadido por la pena. Y esta pena se refleja, siempre siempre, en las caras de las mujeres que pintó. Si bien es cierto que pintaba el cuerpo de la mujer como nadie, no lo es menos que no supo dibujar la sonrisa en la cara de sus modelos. 
Los cuerpos de las mujeres de Julio son de infarto, pero de infarto 2006 no de 1.920 (naranjas y limones, el pecado, mujer de córdoba, cante hondo, la magdalena, la gracia, la nieta de la trini.....), que son una sucesión de pechos, caderas y piernas de las que a mi me gustan y de las que entiendo un montón. 
Sin embargo no veremos una sola sonrisa en esas rostros, rostros por otro lado tirando a bastante feos, y que me perdonen las cordobesas. Abundando en el tema, a la modelo de mujer de córdoba, sólo le falta el bigote. 
De entre los cuadros expuestos me quedo con el pecado –1915, pecado que yo veo no en la desnudez de la modelo, que verdaderamente está para pecar con ella, sino en las cuatro brujas que la rodean, y que quiero suponer reflejan la moralidad de la época. 
Y otra curiosidad, Julio solía pintar los fondos de sus cuadros con paisajes de la ciudad..... pero a su bola, o sea que esos paisajes no se ajustan en absoluto a la realidad y los colocaba como a él le salía de..... su imaginación, que pa eso los cuadros eran suyos. 

Con otros particulares como Séneca, Averroes, Maimonides, Abderraman, El Gran Capitán, los marqueses de Carpio y el chico que reparte “20 minutos” -un diario gratuito-, te vas encontrando según vas paseando calles. 
El encuentro con Maimonides fue particularmente notorio. Si, notorio porque ligue. Y ligue con una gata, de nombre May, que vive a los pies del filósofo, que se prendó de mi persona y tuvo a bien refregarse lo que quiso contra mi recio torso y musculosos brazos. 




Y hablando de ligar, es aquí donde debo hacer un aparte para deciros que andando por La Judería, concretamente por la calle Badanillas, me ví asaltado por unas cuantas señoras putas que desde sus portales me ofrecían sus servicios...... por la voluntad. Cuando abandoné la calle lo hice firmemente convencido de que mi voluntad aún distingue entre lo importante y lo superfluo....... y que aquella era la calle las putas.



3. EL PAISAJE. No más de dos horas separan Córdoba de Málaga. Rebasado el puerto de Las Pedrizas, ya en los llanos de Antequera, llamó mi atención una denominada venta el Faro. Encaminé mi rucio a sus aparcamientos y mientras me desayunaba una tostá con zurrapa colorá pregunté por el farero, por Maese Tarugo. No estaba. Me dijeron que su fantasma anda vagando por la red y deseando enseñar la sábana. Con todo, fue un desayuno para recordar. 



Lo primero que hace el viajero cuando llega a Córdoba es comprar un mapa de la ciudad. Le va a dar igual. Los cordobeses son unos cachondos y un buen número de calles se encuentran sin rotular. Para compensar, existe otro buen número de ellas que tienen dos nombres. Los dos juntitos y los dos distintos. Esto lo hacen sin duda para amenizar el tedio que pueda invadir al forastero cuando la cultura andalusí empieza a salirle por los poros. 



Ya puesto en situación, mandado el plano a la mierda, lo ideal es dejarse llevar para que la ciudad antigua le vaya a uno sorprendiendo poquito a poco. Es una delicia caminar por entre las estrechas calles que te protegen del solano. Patios con geranios, sombras acogedoras, rejas, casonas y palacios ilustres, fachadas con escudos de nobles linajes y tiendas de souvenirs a porrillo. 



El Cristo de los Faroles, en la plaza Capuchinos, bastante lejos del entorno de La Judería, me sorprendió por lo destartalao y lo marrano ..... el entorno quise decir. Esperaba un Cristo más pequeño en una plaza más coqueta. Así que me resultó excesivo en el tamaño, desangelado en la ubicación y a falta de una mano de mister proper que adecentara su pedestal. 
O quizás, vete tú a saber, yo no llegue en el momento adecuado o mi ánimo estaba revuelto porque la tostada del desayuno no había estado en su punto. Así que salí de allí por patas y me fui al Corte Inglés a zanganear en la sección de lencería femenina, algo muy de agradecer a la vista de la caló que me tostaba fuera.



A las ruinas de Medina Al-Zhara, al día siguiente, nos llevaron en autobús, tan ricamente. Adquieres los ticket (cinco euros) en algunas de las oficinas de información y turismo que están repartidas por Córdoba, te señalan los horarios -mañana o tarde-, los dos lugares en que recogen viajeros y.... a correr. Las ruinas están a unos 7/8 Kms. de la capital y no te proporcionan ni bocadillo, ni agua, ni ná de ná, la intendencia corre por tu cuenta. La impresión que saqué de esta visita es que los Omeyas eran unos cafres y unos manirrotos. Solo hay que ver como dejaron aquello, hecho un destrozo.






Ahora las ruinas están muy bien protegidas y conservadas. Incluso se están restaurando algunos paneles de las paredes, pero van despacito...... muy despacito. 

La joya de la corona, sin lugar a dudas, es la Mezquita. Sólo el poder visitarla es razón suficiente para venir hasta aquí y pasar los calores o los fríos que fueran menester. La Mezquita no es una cosa que se vea sin más, la Mezquita se siente. Y no voy a caer en la majadería de intentar describirla porque es un lugar precisamente para eso, para sentir. Y yo, una vez en su interior me sentí empequeñecido, mínimo, intemporal y asombrado. A la vista de tanto gusto y exquisitez, en calidad y cantidad, es seguro que en los tiempos de su construcción abundaban los maestros canteros como hoy los aparcacoches, y perdónenme sus mercedes el dislate. 
En uno de los rincones del interior se exponen las firmas grabadas de unos trescientos de ellos, canteros.... no aparcacoches, pero es seguro que habría muchos más. Estoy por asegurarles que en cada casa debía vivir al menos un maestro cantero. 
A la Mezquita se accede desde el patio de naranjos. Nuestro amigo Cicero me hizo reparar en que en cada lugar que en la actualidad hay un naranjo, había un naranjo cuando Abderraman III se paseaba por aquí. Me llamó la atención la extraña conjunción de religiones que se advierten en el mismo monumento. Y me llamó la atención la exposición de vigas talladas expuestas en el claustro y que, debido a su vejez, han sido sustituidas por otras, replica exacta de las que se quitaron.



Otro día, aleccionado por Cicero, me fui a la calle Cabezas y allí descubrí una casa en la que, según reza en la placa clavada en la fachada, fueron expuestas las cabezas de los siete infantes de Lara. Las fotografías que de ella tome me servirían para ilustrar un antiguo trabajo mío sobre la afrenta en cuestión, si tuviera los santos cojones de encontrarlo, que no los tengo, y eso a pesar de que fue colgado en la red. ¿Alguna de sus mercedes me podría echar una manita?. 

Me quedé con las ganas de andurrear por el puente romano, los baños califales y el museo taurino, que se encuentran cerrados a cal y canto. 
Finalizando mi estancia por tierras cordobesas me di una vueltecita por el Valle de los Pedroches y por Lucena. Del primero debo decirles que se pueden ahorrar el paseo. Pozoblanco me decepcionó. Si no fuese porque allí fue herido de muerte el malogrado Paquirri, ese pueblo no sería conocido sino por sus habitantes, y ni aún así saben, o quieren, explotar lo turisticamente explotable. Su coso taurino está restaurado con un mal gusto imposible de describir y el resto del pueblo es totalmente predecible. Por no renovar, no renuevan ni un termómetro de mobiliario urbano que está clavado en los 12 grados desde que Machaquito tomó la alternativa.



Si merecen mención aparte la iglesia de Hinojosa del Duque, llamada por los lugareños la catedral de la sierra, y el castillo de Belalcazar. La primera es una joyita perdida en un campo de trigo. El castillo es de los que imponen, pero desgraciadamente está olvidado por la administración o por sus propietarios, si es que son particulares. Sus puertas están tapiadas y es imposible acceder al interior, por lo que te da lo mismo acercarte a pie de muralla o quedarte, tan ricamente, donde acaba la carretera, a unos doscientos metros de la torre del homenaje. Lo triste es que su ruina, amenaza con ser su ruina, sin que nadie parezca dispuesto a desfacer el entuerto. Se me antoja que el castillito de los cojones podría convertirse en un alucinante Parador Nacional pero, a lo que se ve, eso sólo sucede en los ojos de alguien con una imaginación como la mía. Además, ¿qué coño iba a pintar un Parador en Belalcazar?.


De Lucena, ni les cuento. Pueden echar su tiempo en pescar la trucha ....... Otro apunte para terminar con el paisaje; en Córdoba abundan las tiendas de aparatos para sordos y escasean, de mucho escasear, las de informática, misterio este que no pude desentrañar antes de abandonar la ciudad. 

Poco más que contaros. Si acaso que antes de dejar Córdoba tuve la inmensa suerte de asistir en directo a un concierto de José Domínguez (a) El Cabrero, santo de mi devoción, y que pagaría lo que fuese no ya por oírle cantar sino por oírle hablar. 
Los jardines del alcázar de los Reyes Católicos, la luna llena sobre ti, y El Cabrero desgranando sus cantes, es un plato que alimenta para una buena temporada. Anoche soñé contigo Soñaba que era verdad Que era yo quien te soltaba El lazo del delantal.

3 comentarios:

freshasrains dijo...

Hola Me ha gustado mucho tu descripción de la ciudad de Córdoba. Yo soy de India y esutve viviendo allí cinco años.

belalcazareño dijo...

Hola soy de Belalcazar, por fin la Junta de Andalucia adquirió el castillo y se plantea su "puesta en valor" esperamos que sea positivo para toda la Comarca de Los Pedroches. Un saludo. Francisco.

Juan de Mairena dijo...

Gracias por tu comentario, amigo belalcazareño.
Ojala que su "puesta en valor" lo sea antes que su "cerrado por derribo".
Un monumento así debería ser mirado con otra consideración.
Suerte para ustedes, que es la nuestra.