La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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4/12/16

nihil prius fide

Hoy, 1º de diciembre de 2016, he hecho testamento.
Que no es que entre dentro de mis planes inmediatos morir de aquí ha pasado mañana, pero era algo pendiente a lo que ya dejé de dar largas.

A partir de esta mañana, mis herederos lo tendrán un poquito más fácil a la hora de sustraer de las garras de Hacienda los derechos sobre los cuatro cortijos, el chalet de Matalascañas, el de Puente Romano, el piso del Paseo de la Castellana con derecho a palco en el Bernabéu y las acciones del Club de Golf de Sotogrande. No entran en esta relación los medios de locomoción (el jet privado, el yate y los coches) porque funcionan todos en modo renting.

La cosa sería mucho más fácil si bastara con un papelito firmado por mí en el que yo te lo dejara a tí. Pero se trata de complicar el asunto. Complicarlo hasta la exageración. Y eso, doy fe, sólo lo puede hacer un notario.
Porque sólo un notario puede enrevesar la digna lengua de Cervantes hasta el punto que no logres entender nada de lo que allí hay escrito. Eso sí, te tienes que fiar porque para eso lo ha escrito el notario.
A cambio de tamaño enrevesamiento, el notario te sopla cincuenta euros del ala y te desea larga vida y prosperidad.

Por si creen que he exagerado un pelín siquiera el asunto, les he fotografiado una de las claúsulas del testamento en cuestión: Si de verdad hay algún cristiano que entienda lo que ahí pone, ruego encarecidamente que le den no ya una estrellita de la fama, sino el firmamento entero.
Y de título: Iluminado por la sabiduría.

16nov-200*

12/11/16

lo del Cristo

Otra vez va de sentimientos.
Tan de cerca y tan de lejos.
Al hilo de los capillitas sevillanos, del lánguido de Bécquer, hablaba el otro día con un colega allende el Guadalquivir acerca del color especial.

Esta gente, los sevillanos digo, no tienen bastante –nunca lo han tenido- con la semana santa, la feria, el rocío, la navidad, la escapada a Matalascañas y los toros en La Maestranza.

Lo de ayer fue de traca. Esas calles llenas de gente llorosa paseando el Cristo, un Cristo, por el centro de la ciudad… es pa arremangarse. La televisión andaluza, que esa es otra, subtituló el reportaje como “acontecimiento histórico”. Al día siguiente aún no había dimitido nadie. Doña Susana dice que la televisión, su televisión, es de TODOS los andaluces.

Nadie quiera ver en mi comentario una falta de respeto, ni mucho menos. Debo puntualizar que estos excesos de fe, de pasión, o de lo que ustedes quieran llamarle, a mí no me parecen mal. Es más, los respeto y casi los envidio. La pasión es algo que siempre he admirado; tanto me da que sea a la Macarena como a la camiseta del Betis. No sería yo quien les quitaría de las calles ni de las puertas de las capillas.
Pero estos arrebatos me caen tan lejos como la danza Haka de los maorí de Nueva Zelanda. Y, desde luego, le doy el mismo valor.

Seguramente por ser conocedor de eso, mi amigo, el becqueriano, me transcribió una historia real que sacó de un diario sevillano. Quiero que mis nietos la conozcan algún día.

En Sevilla, en el 2009, se ha muerto el último protagonista de una leyenda becqueriana.
Bécquer, después de muerto, siguió escribiendo en su tierra rimas de amor en forma de vencejos de la primavera y leyendas trágicas y hermosas en forma de un trozo de dolor en la vida de un gran delantero centro del Sevilla F.C.

Este último becqueriano que se ha muerto era Juan Araujo Pino, aquel 9 glorioso al que llamaron "El Pato" porque corría sobre los talones hacia el área contraria, en la mítica alineación del viejo Nervión: Bustos, Guillamón, Campanal, Valero, Ramoní, Enrique, Liz, Arza, Araujo, Domenech y Ayala.

El Pato Araujo colgó un día sus botas de delantero centro y su camiseta con cordoncillos como de pescadora playera, y puso un garaje.

Tenía una vida próspera, cuya felicidad... ay, pronto se vio truncada con la grave enfermedad de un hijo. Lo llevó a los mejores médicos, sin que hallaran remedio. Con un hilo de esperanza en su desesperación, acudió muchas tardes a la iglesia de San Lorenzo, a pedirle al Señor del Gran Poder que lo curara. Un día y otro, hasta que el pobre muchacho murió. Entonces, enrabietado por el dolor de la guerra de la vida en la que los padres entierran a sus hijos, fue de luto a San Lorenzo y, encarándose con el Gran Poder, le dijo:

-Que sepas que ya no vengo más a verte porque no has querido salvar a mi hijo. Así que si quieres verme, vas a tener que ir tú a mi casa...

Pasaron los años. Se celebró en Sevilla una Santa Misión en la que las imágenes de Semana Santa fueron llevadas a los barrios, para mover la devoción. Y llevaban al Señor del Gran Poder en modestas andas hacia Nervión cuando la noche se abrió en agua. Los hermanos que portaban al Señor buscaron inmediato refugio para la imagen bajo la tromba. Y vieron la puerta de un garaje. Llamaron. Era el garaje de Juan Araujo, quien oyó los intempestivos aldabonazos. Bajó a abrir, preguntó quién era y oyó que le decían desde el tormentón:

-Venimos con el Gran Poder, abra, por favor, para que no se moje el Señor. 

A Juan Araujo le entró por el cuerpo un repeluco de emoción muy distinto a cuando marcaba los goles de cabeza al Atlético Aviación. Recordó sus palabras encorajinadas por el dolor en la iglesia de San Lorenzo, abrió la puerta y se encontró con el Gran Poder que, como cumpliendo un desafío de Hombre, venía a verlo a su casa.

Juan cayó de rodillas y lloró. Como habrá llorado ahora, en los verdes campos del Nervión definitivo, cuando se haya encontrado de nuevo al Gran Poder y, esta vez sí, con aquel hijo que murió.


Hay veces en que la muerte es una devolución de visita.


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-un Cristo sevillano

Otro amigo allende el Betis, al hilo de este Cristalito, me hizo llegar esta foto del Garaje Araujo -ya derribado- allá por el año 1973. Lo inserto a modo de documentación y fe notarial de lo que contamos. Si, listillo, me pregunta cómo pretendían meter la imagen por la puerta del garaje, les diré que en aquella ocasión -como quedó dicho- el Cristo era trasladado no en su trono, sino en andas o parihuelas que facilitaran su paso por los barrios de Sevilla.

gar-araujo*

... de bien nacido, es ser agradecido.

Lo decía mi abuela, doña Concha.

Ha muerto Leonard Cohen. Un artista dicen que genial, pero un mejor hombre.
Y su muerte –por ecos del pasado- me ha traído a la memoria, otro tipo, un ingrato patético llamado Fernando Trueba que no ha mucho me insultó públicamente como persona y como español.
Alguna de sus mercedes dirá que no fue para tanto, y estará en su derecho. Yo también estoy en el mío, de sentirme ofendido. Aún perdura la ofensa… digo.
No les voy a remitir a la vomitona del tal Trueba, pero sí al discurso de Cohen el día que recogió su Príncipe de Asturias.
Hoy, en que los cielos se cierran sobre mí, terminando una etapa de mi vida, apenas sin tiempo para rezar por él un PadreNuestro al dios en el que no creo, sin música y sin foto, les leo…


"Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades,
Miembros del Jurado,
Distinguidos premiados,
Señoras y señores,

Es un gran honor estar aquí ante ustedes esta noche. Quizás, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a estar ante un público sin orquesta tras de mí, pero lo haré lo mejor que pueda como artista en solitario hoy.

Anoche me quedé en vela, pensando qué podía decir aquí, en esta asamblea de distinguidas personas. Y después de comerme todas las chocolatinas, todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas palabras. No creo que tenga que hacer referencia a ellas. Obviamente, estoy muy emocionado por ser reconocido por la Fundación. Pero he venido aquí esta noche para expresar otra dimensión de mi gratitud; creo que puedo hacerlo en tres o cuatro minutos y voy a intentarlo.

Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Ángeles, tenía cierta sensación de inquietud porque siempre he sentido cierta ambigüedad sobre un premio a la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo.

Mientras hacía el equipaje, cogí mi guitarra. Tengo una guitarra Conde que está hecha en el gran taller de la calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: «Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la tierra de donde surgió esta fragancia». Así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la tierra y al alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre no es un carnet de identidad y un país no es solo la calificación de su deuda.

Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.
Y entonces ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Y ahora voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.

Porque era un guitarrista mediocre, aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, mis colegas, bebiendo y cantando canciones, pero en mil años nunca me vi a mí mismo como músico o como cantante.
Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia, y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz.
Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.

Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: «Déjame oírte tocar algo». Yo intenté tocar algo, y él dijo: «No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?». Yo le dije: «No, la verdad es que no sé tocar». «En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada», dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: «No es una mala guitarra». No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo: «Toca ahora». No pude tocar mejor, la verdad.
Me dijo: «Deja que te enseñe algunos acordes». Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: «Ahora hazlo tú». Yo respondí: «No hay duda alguna de que no sé hacerlo». Y él dijo: «Déjame que ponga tus dedos en los trastes», y lo hizo «y ahora toca», volvió a decir. Fue un desastre. «Volveré mañana», me dijo.

Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los sabía muy, muy bien.
Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado.

Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía de qué parte de España procedía. Desconocía porqué había venido a Montreal, porqué se quedó allí. No sabía porqué estaba en aquella pista de tenis. No tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente.
Pero ahora desvelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país.
Todo lo que han encontrado de bueno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado de bueno en mis canciones y en mi poesía está inspirado por esta tierra.

Y, por tanto, les agradezco enormemente esta cálida hospitalidad que han mostrado a mi obra, porque es realmente suya, y ustedes me han permitido añadir mi firma al final de la página.
Muchas gracias, señoras y señores".

10/9/16

Otra vez Las Nutrias

Charca de las Nutrias

Fue el 1º de septiembre de 2012 la última vez que subí a la Charca de las Nutrias.
Ni me acordaba ya lo lejos y lo alto que estaba. Dios bendito. Y con la caló que jase.

La zona norte de Estepona presenta una orografía atormentada. Muy atormentada. Las estribaciones de Sierra Bermeja llegan prácticamente a la playa y ello hace que, cien metros adentro, ya te encuentres unas cuestas del copón.
Así, la Charca de las Nutrias es uno de los lugares a los que nunca te podrá acompañar quien no esté por pasar antes un mal rato... o dos.

Entre el lugar donde iniciamos la ruta y el escondrijo en que dejamos las bicicletas, tienes tiempo sobrado de echar el bofe y recoger tu corazón de la cuneta como media docena de veces.
Después de subir 12 kilómetros hacia el norte, hay que dejar las bicicletas –bien candadas, desde luego- y subir el curso del río Castor, como dios –con minúsculas- y la Naturaleza –con mayúsculas- te van dejando.
Lo dicho… sólo para adictos.

Como esta vez no llevábamos más que las zapatillas de ciclismo optamos por bichear en vez de vadear. Esto nos obligó a subir escarpadas rocas cortadas sobre el cauce del río con el muy cercano peligro de perder pie y terminar donde no querías… con las zapatillas mojadas. Ello en el mejor de los casos, que es caer en el agua. El peor no conviene siquiera imaginarlo.

Es verdad que merece la pena. Una vez en la Catedral que supone este rincón del río Castor, el tiempo se detiene. El silencio sobrecoge; sólo se oye el correr del agua de la cascada que alimenta la poza. Una piscina de agua fría y clara se ofrece a tus ojos y tus agostados músculos. Nadie se puede resistir al baño.
No importa no hayas traído traje de baño; no lo vas a necesitar.

nadar y guardar la ropa

Naturalmente también tengo fotos en bolas; pero La Vidriera se encuentra en permanente horario de emisión infantil.
Lo que sí vendría de perlas –y tomo nota para la próxima- es hacerse de unos escorpines, los zapatos esos ideados para bañarse en playas donde la arena brilla por su ausencia y son las piedras las que te joden los pies. Me han dicho que los venden en el Decathlon.

La vuelta es más fácil. Los deberes hechos, el espíritu reconfortado, el desnivel medio en descenso, Julieta vuela buscando la línea de costa. No estaría de más echar el casco para la vuelta; por si un acaso.

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1/9/16

¡¡¡ EUREKA !!!

Escribir de uno mismo –o de sus obras- en un lugar como este puede perseguir un fin exculpatorio, de reconocimiento, o justificativo. En cualquier caso, lo que si representa es un ejercicio de pedantería. Y aunque asumo el último, rechazo de plano los tres primeros.
Deberán tomar este cristalito como el ¡eureka! de Arquímedes; sólo que a mí no me verán correr desnudo por las calles; no estimo la cosa para tanto.


Convendrán sus mercedes conmigo en que cualquiera podría afirmar que un cuadro es de Dalí sin ver la firma.
Cualquiera puede asegurar que un texto está escrito por Pérez Reverte, sólo leer los dos primeros párrafos.
Cualquiera también puede aventurar que una fotografía es de Domingo Leiva o Ramón Masats sin más que ponerle los ojos encima.
Y Dalí, Reverte o Leiva pudiera ocurrir que le caigan a Cualquiera talmente como el culo. Pero una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra.

Todos los que andamos en el mundo del artisteo, seas profesional o por pura afición, persiguen aquello que se da en llamar definición de estilo. Podrá gustar más o menos, de aplaudir o abuchear, pero si consigues trazar un resultado definido, estas bastante cerca de la meta… dando por sentado que a la meta no se llega nunca.

Tengo motivos, subjetivos, para estar contento.
¡EUREKA! Estoy bastante cerca de conseguir lo que quería, alcanzar lo que tanto perseguía y adoptar, definitivamente, una definición de estilo. Fotos que son tales, pero con ínfulas y sueños de pintura, dibujo, quizás de comic; donde el color cobra protagonismo –la vida es en color- y los perfiles se acentúan como lianas que pretenden amarrar al espectador.

Ello no podría haber sido posible, evidentemente, sin las herramientas adecuadas. Estas herramientas no son otras que el Photoshop, el plugin de filtros de Nik Collection y alguna pócima más de las que guardo en el más íntimo de mis baúles.

Hay, habrá, algunos lienzos que no admiten el tratamiento ni a las malas. Paridos igualmente, siempre serán hijos bastardos a los que reconoces, pero quieres un poquito menos y casi te da vergüenza presentarlos en sociedad. Son esos que alguno de ustedes pediría… no lo toques por favor.

Les dejo dos ejemplos de los primeros, de los queridos, de los que me llenan el alma de gozo y justifican, al fin, una jartá de años de desvelo.
Podrías decirme… ¿y tanto para esto? Pues sí, primo, tanto para esto. Que no se trata que te guste a tí –que si también, mejor-, se trataba de llenar mis ojos con los colores de mi paleta.
Y que tú, crítico sañudo y feroz, al contemplar mi obra, pudieras decir dándotelas de chulo:
Esto lo ha perpetrado el Mairena.

Calle Mayor
Calle Mayor de El Burgo de Osma, Soria. La piedra y el alma castellana, tan sola, como protagonistas.

el vendedor de nardos
Pensé llamarla La Violetera; pero algún insensible me reprocharía una inexistente falta de respeto. Así que la he llamado “el vendedor de nardos”. A las puertas del Santuario de la Virgen del Mar, los ofrece, casi por la voluntad, a los que no sabemos rezar.

25/7/16

Gorrioncillo

Música para acompañar,



Lo encontré a las once de la mañana cuando salía de casa. El calor ya apretaba y el futuro, pese al sol, por el sol, se presentaba francamente quemado.
Intenté agarrarlo pero aún era pura chulería. Aunque caído del nido, el mundo parecía ser suyo. No hubo manera. Así que, reclamado por ineludibles obligaciones, allí quedaron… él y el mundo.

Cuando volví a casa, sobre las cuatro de la tarde, el sol no es que quemara, es que fundía el acero. Pero el gorrioncillo continuaba allí. Ya menos chulo, menos saltarín, con menos ganas de juerga. Pero aun así no le pude poner la mano encima; se refugió bajo una jardinera y acabamos el segundo asalto.
Con todo subí a casa, llené un pequeño cuenco con agua y lo puse en las cercanías del fugitivo. A mi modo de ver las cosas, algo así como un aro salvavidas.

Cuando desperté de mi breve siesta volví a bajar. El jodio gorrión me estaba dando el domingo. Próximo al k.o. continuaba en el mismo lugar, bajo la jardinera. El agua ni la había tocado. Esta vez me metí en faena. Aparté la jardinera y le eché mano cuando ya los gatos del entorno se relamían. Lo subí a casa y lo vaporice con agua a temperatura ambiente. Pretendí, sin conseguirlo, que bebiera un poco de agua.

Y ahora… ¿qué coño hago yo contigo?

Ni pensar colocarlo en la fachada oeste, la zona por donde habría caído de su nido; allí el sol daba de pleno y moriría de pura insolación. Así que lo lleve a la norte, a la sombra, y lo coloqué en el alfeizar de una ventana, sobre una maceta de cintas… cerré cuidadosamente la ventana y… a esperar.

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A los diez minutos comenzó a emitir lastimeros pio-pios de auxilio. A los quince llegaron los que supuse eran sus angustiados padres. Hice un par de fotos… desde la lejanía… y me retiré; no quería poner en peligro el rescate.

Durante más de una hora los dos gorriones adultos no hicieron más que ir y venir hasta el pequeño. Le alimentaron, le sobaron, le empujaron creo que con la idea de que echara a volar. Pero no había manera. Del tipo chulo de la mañana no quedaban ni los mimbres.
De verdad de la buena que me tenía preocupado.

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Tuve que ir al baño, tomarme un café, vivir.

Cuando volví el gorrioncillo no estaba; pero aún revoloteaban por allí los padres. Quiero pensar, debo pensar, que en un arranque de coraje, determinación o suerte, echó a volar y no le veré más las plumas. Y quiero pensar que hice lo que pude por él.
En ningún momento se contempló la posibilidad de encerrarlo en una jaula o una caja de cartón. Así que…

Como lo cortés no quita lo valiente luego disfruté con la faena de López Simón al sexto de la tarde en el coso del Puerto de Santa María. ¡Que torero!

-Quien no ha visto toros en El Puerto, no sabe lo que es un día de toros (Joselito el Gallo, filósofo y torero).

Nota del día después:
No sobrevivió. Lo encontré al día siguiente, muerto, en la rampa de acceso al garaje; bajo la ventana.
El Dios de los gorriones anda tan despistado como el nuestro.
Y a mí me queda el reconcomello de haber podido hacer algo más.

8/7/16

Cincuenta años no es nada... o si.

Esto lo he debido escribir en otro lado. Pero no lo encuentro; ni en La Vidriera ni en parte alguna. Así que, dixit doña Concha, quien no tiene cabeza, las piernas que no le falten. Y si alguien tiene pruebas de la repetición, le rogaría me documentara.

Un lejano día mi padre decidió viajar de Málaga a Huelva, para visitar a su hermana Teodora. Mi padre, poco viajero, tomó –y nos hizo tomar- aquel viaje como el de Colón al Nuevo Mundo; sólo le faltaba la carabela. Ya de paso, recalamos en Sevilla, donde dejamos besos, sudores y otros apechusques; también era verano.

Tendría entonces unos 13 años, y conservo una foto en los Jardines de Murillo, junto al monumento al Descubrimiento. El año pasado, que volví a pasar por el lugar de la mano de Nikita, me autofotografié –pura Vivien Maier- delante del mismo monumento; más de cincuenta años separan esas dos fotografías. Ya, evidentemente, no estaba el fotógrafo de la bata blanca y la silla plegable. El acompañante tampoco.
Pero cometí un error; me autofotografié del lado contrario, cosa que advertí en el procesado de la imagen y cuando el daño ya estaba hecho. Es que habían pasado unos cuantos años.

La semana pasada tuve ocasión de enmendar el entuerto, y aquí lo documento. Esta vez, las dos fotografías están tomadas desde el mismo lado. Y aún puedo dar gracias a los dioses porque, a pesar de todo, los años no me trataron mal.
Como dice la canción, cincuenta años –o más- no es nada.
O sí.

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22/4/16

los Baños de la Hedionda

A ver cómo les cuento yo esto sin que se les haga aburrido.

Corría el año 61 a.c. y cuando quiero decir a.c. quiero decir Antes de Cristo, cuando las tropas de Julio Cesar se preparaban para enfrentarse a las de Pompeyo.
Acampadas en un lugar conocido por Embudo de la Utrera, en los alrededores de la villa hoy conocida por Casares, allí no había sitio para tanto romano. Los últimos en llegar se fueron asentando junto a un manantial del que emergía un agua que olía a demonios. Tal es así que decía la leyenda era el último aliento del Maligno cuando fue expulsado de Iberia por el apóstol Santiago.

A la tropa romana le entró una epidemia de sarna y allí ni Dios estaba para combatir, pues pasaban el día rascándose y ni instrucción, ni táctica, ni estrategia ni pollas. El día se les iba en rascarse. Curiosamente, los únicos libres de la sarna eran los últimos en llegar, los acampados junto al manantial.
El propio Julio, aquejado de una infección de herpes, sanó en pocos días tras bañarse en aquellas aguas.

Lo que no sabían los romanos, y sabemos hoy, es que el demonio no tenía nada que ver con aquella pestilencia. El fétido olor se debía, y se debe, a la alta concentración de azufre en el agua. Agua que mana de las entrañas de la tierra a una temperatura de 18 grados en cualquier época del año. El lugar es conocido, incluso sale en la Wiki, por Los Baños de la Hedionda.

Entre batalla y batalla, ya libres de picores, Julio (a) el Limpio construyó en aquel mismo sitio unos baños que se conservaron hasta hoy. Bien es cierto que están dejados de la mano de Dios -que no se baña- y, lo que es peor, de las administraciones… pero allí están para disfrute de los lugareños y los pocos visitantes que conocen de su existencia y ubicación… que no es fácil.

Su visita, desde Estepona, puede hacerse tras un agradable paseo en bicicleta que nos llevará por los idílicos parajes de la Torre de la Sal y del Paseo Marítimo de San Luis de Sabinillas para luego adentrarnos hacia el interior.

A unos doscientos metros de los baños propiamente dichos, una sencilla cúpula de mortero y cal que cubre la poza de cuatro por cuatro metros, se encuentra el puente romano. Arroyo abajo, escondido entre la maleza, aún sirve para vadear el arroyo de aguas blanquecinas y azufradas. Algo que descubrimos gracias a las indicaciones de Juan Gómez, un lugareño que en sus ratos libres, entre baño y baño, toca la flauta al compás del agua del manantial.

Estuve allí hace unos días.
Ahora, también ustedes.

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pileta abovedada para el baño

el puente romano
puente romano

Edito para añadir:
El 1º de julio de 2017 he vuelto con mi amigo Antonio el Sherpa. Desafiando el peligro que supone circular en bici por la antigua N-340 entre Estepona y la Urbanización la Galera, nos presentamos en los baños una clara y apacible mañana.
El lugar continúa igual de cuidado y placentero. Dejo documento gráfico y me emplazo para volver.


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19/4/16

¡... el hijo puta el Sherpa! (*)

-Antoñito… a ti tenían que encerrarte los fines de semana. Porque no hay uno que no engañes a alguien, lo emborraches, lo pierdas, o lo embarques en una aventura por la que te jurará odio eterno.

Así conveníamos, frente a los exquisitos pintxos y el correspondiente cervecerio de la tasca Maitetxu, a espaldas de los juzgados de Estepona. Lugar muy recomendable por su excelente bebida y mejor comida. La tasca, digo.

Porque lo que había programado para el domingo por la mañana era un partido de tenis. Nada del otro mundo. Una hora y media en plan suavito; algo para distender los músculos, tonificar el espíritu y echarse unas risas.

Pero el sábado por la tarde me llamó mi amigo AA (a) el Sherpa, ya conocido en estas páginas. Pueden ver octubre/12, enero/15 y abril/15.

-Oye, a ti no te importaría cambiar el tenis por una rutita de senderismo. Es que la teníamos programada hace unos días y nos viene bien ahora. Lo mismo hasta localizamos una avioneta estrellada hace unos años.

A continuación, estoy seguro, se oyeron los siguientes adjetivos: rutita, asequible, divertida, un par de horas, verano azul, mariconada y alguno más que se me escapa.
Uno, con ganas de socializar, como si no conociera el paño, dijo que si.

16reales-20*
Pueden seguir la ruta en el trazado de las torretas.

16reales-17*
Literalmente premonitorio.

A las ocho de la mañana, con un bastón de senderismo prestado, las zapatillas de tenis, un plátano en la mochila y un mosqueo del quince… allí estaba el tío, que no se diga.

Llegaron los otros expedicionarios, AM y AX, que al verme las pintas se miraron un tanto con lástima y otro tanto con resignación. Miraron al Sherpa de modo inquisitivo, pero callaron como putas. A quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga, debieron pensar.

El Alto de los Reales, en la Sierra Bermeja de Estepona, alcanza una cota de 1400 metros. Mil cuatrocientos metros en una distancia, en línea recta, de aproximadamente 9 kilómetros. Hágase su merced una idea del desnivel medio.

Subimos con dos coches y dejamos uno en la cima, junto al refugio. Bajamos con el otro e iniciamos la subida a pie de falda. La idea era seguir el trazado que marcan unas torretas de conducción eléctrica que se aúpan desde la costa hasta la cima de la montaña; de torreta a torreta hasta coronar en la cima.

No hay sendero, no hay camino. Sólo hay trochas, piedras, riscos y unas cuestas del copón. Si acaso, como elemento favorable, que la zona bajo las torretas está desbrozada de vegetación por mandato legislativo.

En la segunda torreta –apenas empezado- ya me quería volver. Era lo que mi edad, el sentido común y la prudencia aconsejaban. Pero no he aprendido. O no quería hacerles el feo. O es que era mi destino.

16reales-13*
Por allí tiene que ser.

16reales-6*

En la cuarta torreta bromeábamos con el título que daría a esta crónica. Para aquel entonces ya lo tenía claro. Ustedes lo han leído.

A medio camino, ya sin posibilidad de retorno, mi única preocupación era saber si sería capaz de terminar aquello. Juro por los cordones de las chanclas del Capitán Trueno que no las tenía todas conmigo.

A una altura sólo seguía otra altura. A un risco escalado, otro. A una torre, otra torre, perdiéndose el tendido eléctrico allá en las alturas, entre la niebla. Las cabras monteses, desde sus atalayas, nos miraban escépticas y se decían: Están locos estos romanos.


No se sabe que es peor, que la niebla cubra el horizonte o que te dejo verlo, atemorizándote con el “hasta aquí tienes que subir… si tienes huevos”.
Huevos no sé, cordura… ninguna.

16reales-8ph*

16reales-18ph*

Porque si a alguno de los cuatro mochileros nos pasa algo en el recorrido, en mi caso un infarto, en el los otros tres una simple torcedura de tobillo… ¿cómo lo sacamos de allí?
Es fácil, por el mismo método que se trasladó el material para levantar las torretas; con un helicóptero.

En la antepenúltima torreta, mis tres acompañantes tuvieron muy a bien indicarme el lugar en que uno de los últimos expedicionarios se había suicidado. Claro está que era coña. Aunque a mí, en aquel momento, me pareciera absolutamente real.

La culminación, tres horas y algo después de empezar, no me alivió en absoluto. Tenía los gemelos y el recto anterior desgañitados, dolor de riñones y ganas de vomitar.

Sólo un buen rato después, al abrigo de la Maitetxu y la ensaladilla rusa, comenzó el color a volver a mi cara.

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Están locos estos romanos.

Dice el hijo de puta del Sherpa, mi amigo a pesar de todo, que él no me engañó… que siempre dijo a dónde íbamos. Habría que contestarle, para que lo apunte en su libretilla de sherpa, que las verdades a medias son las mentiras más peligrosas, porque camuflan de verdad una engañifa.

También dice, mientras me mira extrañado, si no me sentí orgulloso al coronar la cima y sentir el abismo a los pies.
-Sabes de verdad lo que pensaba de mí al coronar? lo sabes?
Pues que soy, irremediablemente, un gilipollas.
Anda, ponte otra cerveza.

(*) El lector deberá entender que el término “hijo de puta”, en el léxico andaluz que manejamos, dista muy mucho de su acepción literal. El calificativo, que siempre está originado en el cariño, no es sino una mezcla de admiración, incredulidad y… porqué no decirlo, puta envidia.
Quede constancia para evitar equívocos en el lector no documentado.

20/1/16

el cura Diego

Debo tener especial cuidado al colocar este cristalito. No es un cristal más, y temo se me escape por los dedos, lo que no debería escapar del ánimo.
Con todo, me veo obligado; es referencia vital.

Una vez creí en Dios.
Confieso a sus mercedes que una vez creí en Dios. En el Dios que ellos me enseñaron.
Y una buena parte de responsabilidad tuvo un sacerdote, lo más progre de la época, al que conocíamos por El Cura Diego; tampoco quiero entrar en más detalles ni a ustedes les interesan.

No le culpo al ciento por ciento; sólo al cincuenta.
Profesor, compañero, amigo, referente, el otro cincuenta cae en el debe de la voluntad exquisitamente moldeable de un chaval de dieciséis años.
Aún me lamo de las heridas.

Porque hubiera bastado con que me advirtiera de la posibilidad de estar equivocado. A él, me refiero. Pero no lo hizo.
Siempre me habló desde la verdad absoluta. Y no te puedes fiar de quien habla desde ese púlpito.
Nunca sabremos el daño que me hizo. Que nos hizo.

Bien es cierto que doy por supuesto que no se condujo con mala fe. Que su intención fuera buena. Era lo que tocaba y no hacía más que seguir el protocolo. Lo de pensar con voluntad propia, si no se ajustaba a los cánones ya establecidos, ni siquiera se contemplaba. Este es el CAMINO y todos por aquí, que ya remarcó su colega Escrivá de Balaguer.

El Cura Diego era un referente, el mago Merlín, el dueño de la norma, el intérprete del dogma. Un faro del que quedé prendado y prendido. Luego pasó lo que pasó, fallaron los cimientos y el castillo se vino abajo con estrépito.

Desde entonces me dan miedo los iluminados.
Recelo, de mucho recelar, de todo el que se cree en posesión de la verdad, sin ambages y sin matices. Del que justifica el fin por los medios. Del que no oye más que su voz interior. Me digo, por aprendido, que eso no puede ser sano.
Tengo gente cercana que se conduce así… pero no se me ocurre más que encogerme de hombros.

Desde el cariño, a día de hoy, el cura Diego no estaría contento conmigo. Su trocito de plastilina le salió rana. En cuanto despegó de su sotana le salió rana.
Yo tampoco estoy contento con él. Desde el cariño también, nunca se lo perdoné. Ni a él ni a la empresa que representaba. No se juega con la voluntad de un chiquillo.

¿Que por qué les cuento todo esto?
Porque el cura Diego falleció ayer lunes.
En su Málaga y en la mía, a los 83 años de edad.

Deseo, de todo corazón, que esté sentado a la derecha del Padre, de su Padre, y que fuera yo el equivocado. Me quedaría así al menos un atisbo de esperanza para la clemencia y la salvación.

Pero si estoy en lo cierto, si fue humo lo que me vendió, ahora estará dando las explicaciones del elefante. A su Dios y al mío.

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El cura Diego, entre otras habilidades, jugaba al fútbol de puta madre.
Fueron épicos los partidos entre profesores y alumnos que, en ocasiones, rozaron las tortas.
La foto que les dejo es del equipo de profesores de uno de aquellos años.
Si no le señalo, como les he dicho, es porque no me gusta señalar.

10/1/16

la romería

Hoy es el cumpleaños de mi hijo pequeño.
Si les digo cuantos cumple, pensarían de mí que soy un vejestorio.
Se equivocarían. Si… pero no. Es que uno, saben, comenzó a volar con prontitud.

Hoy, también, era la romería de la Virgen del Mar.
No lo recordamos hasta que oímos la salva de cohetería a nuestras espaldas, lejana.
La Virgen acababa de salir de su iglesia.

En nuestra ruta, la ermita de Torregarcía; el lugar a donde peregrinaba la Virgen y sus romeros.
Como el poniente pasaba ya de ser una amenaza, Julieta y yo decidimos que ahí fijaríamos el punto de retorno. No era prudente llegar al Cabo para volver con el viento en la cara.

La ermita ya estaba tomada por los de siempre, pero la Virgen aún no había llegado. Las Vírgenes caminan despacio.
Como no queríamos volver por la misma ruta se imponía regresar por un pequeño camino que une la carretera de Cabo de Gata con Torregarcía, precisamente por donde llegaría la Virgen, pero la policía tenía cortada esta vía. Haciendo uso de nuestro proverbial respeto por las prohibiciones absurdas, les hicimos la pirula e iniciamos el regreso. A mitad de camino vimos que, a lo lejos, se acercaba la comitiva de la Virgen. Desmonté, aparte Julieta a un lado y preparé a Nikita.

Una pareja de policía motorizada abría la comitiva. Le seguía el carromato de la Virgen, arrastrado por un coche. Este año la escoltaba un pelotón de ciclistas.

Uno sabía, porque lo sabía, que no tendría que estar allí pero hay ocasiones que sólo se presentan una vez. Me planté en mitad del camino y comencé a disparar a Nikita. Cuando el coche ya casi me atropellaba me hice a un lado.
Entonces el coche -y por ende, la Virgen- se detuvieron.

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Yo pensé: Ea, Juanito, ya te has ganado la reprimenda. Por imprudente y salta vallas.
Pero entonces descendió del coche una señora guapísima que resultó ser la camarera de la Virgen. Y resultó también que, a la camarera de la Virgen, uno la conoce de otros menesteres que no vienen al caso. 
-¿Tú eres... ?  sonrió, nos dimos dos besos, nos felicitamos el año. Volvió al coche, cogió tres estampas bendecidas de la Virgen y me las puso en la mano, con una sonrisa. Volvió al coche y la Virgen continuó su camino escoltada por la tribu de ciclistas.

Mientras se alejaban yo quedé allí de pie, con una sonrisa de tonto en la cara y las estampitas en la mano. Luego pensé que, por una vez, la Virgen se había detenido para darme algo… aunque fueran estampitas. Y que comenzar el año con una anécdota como esta no podía ser sino augurio de que nuevas esperanzas se abrían para el tiempo venidero.

Les dejo algunas imágenes del suceso.
A través de ellas pueden llegar al conocimiento de que ahora los romeros no van a pie, sino en autobús. Que unos churros con chocolate entran bien a cualquier hora, aunque haya que hacer cola. Que el comercio, definitivamente, se ha mezclado con la religión -hagan memoria de Jesús expulsando a los mercaderes del templo- y que, como decía doña Concha:
Hay gente pa to.


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Las romerías, tampoco son lo que eran.

8/1/16

ósmosis inversa

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En un barrio aledaño de mi pueblo, cuyo nombre no viene al caso, se conserva el edificio de una escuela pública del año 1893. Una escuela centenaria, vamos.
El edificio en sí, destinado ahora a otros menesteres, se conserva de aquella manera y, por lo singular, atrajo la atención de Nikita.
Convinimos lo adecuado de fotografiarlo antes que la modernidad diera con sus piedras por los suelos, pero siempre encontramos que… ante su fachada, se estacionaba algún vehículo que daba al traste con el aire novecentista con que pretendíamos aderezar la fotografía. Vehículos, cables, antenas, grúas, contenedores de basura, cartelería varia… vamos, lo habitual dada la sensibilidad de algarroba con que nos manejamos respecto de nuestro patrimonio.

Eso hasta esta tarde.
Hasta esta tarde digo porque, como regalo de reyes atrasado, hemos tenido unas horas para perder… o ganar, según se mire.
El coche, los cables, las antenas, grúas, contenedores de basura y cartelería varia continuaban en su sitio.
Pero de nuestra parte estaban las ganas, el cariño, una miajilla de paciencia, un chorrito de arte y la voluntad decidida de escapar a la amenaza de un bostezo.

¡Ale, hop!
Les dejo dos fotografías de la misma escuela.
¿Se preguntarán sus mercedes que dónde está la gracia?
La gracia está en que la primera de las fotografías, la que inicia este hilo, la de color, es más antigua que la segunda, la que cierra el hilo y supone la consecución de nuestro objetivo. Algo así como una osmosis inversa, pero sin agua.

Si no termina de creérselo observe que la hora del reloj es la misma en las dos fotos. Y que en las dos falta la A de Antonio. Sería mucha casualidad ¿verdad?

Bueno, pues ahora ya puede caerse la escuela con total tranquilidad.
Para la posteridad quedan una foto del año 1893 en que se inauguró y otra de esta tarde, en que el Mairena andaba matando moscas con el rabo.

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3/1/16

tres mejor que uno

Alguno de ustedes, mendrugos irredentos, considerará que ir al fútbol es una nonada, una pérdida de tiempo… y dinero.
Pero si les digo que fui acompañado de mi hijo, rebajarán en algo sus calificativos. El compartir algo padre e hijo siempre tuvo buena prensa.
Y si les añado que, además, nos acompañó mi nieto, estarán a un paso de indultarme. Padre, hijo, nieto; la cosa adquiere tintes de película de la sobremesa en Antena-3. Tres mejor que uno, pastelosa…. pastelosa.

Añadamos, al pastel, que el niño… 10 años, disfrutó como un enano.
No es la primera vez que lo llevamos al estadio, pero es la primera vez que le vemos disfrutar, participar en el juego, saltar de la silla, cantar el gol.

La cosa va tomando apariencia de baboseo; rebajémoslo un poco.
Nos cabreamos con el árbitro… y mucho. Siempre dentro de un respeto, pero lo hemos puesto a parir. Le hemos dedicado calificativos como tarugo y vejete. Es que… gritar al árbitro, dentro del respeto… saben…, es una cosa que une mucho. Une un montón. Más todavía si a todas luces lo merece.
Hemos añadido, como quien no quiere la cosa, apunte necesario, que sin árbitro no hay fútbol. Y que hay árbitros incompetentes como delanteros tuercebotas, pero hay que tratarlos con cariño… a las dos especies.

Uy, que se me viene abajo la aventura.
Hemos ganado. Después de diez partidos sin hacerlo, hemos vuelto a ganar. Era lo previsible, dado que se había cambiado de entrenador.
Este de ahora promete convertir en estrellas los que hasta ayer eran tuercebotas. Alicia en el País de las Maravillas.

Claro que… ganar al Llagostera que no tiene ni campo propio –juega en el del Palamós- tampoco es pa tirar cohetes.

Eso, me van a perdonar, no se lo he contado al niño. Ya lo sabrá cuando tenga edad de leer estos cristalitos.

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Perdonen la calidad de las fotos; estábamos a lo que estábamos.

2/1/16

Scarabeo 3

Antiguamente –no sé si se mantiene en la actualidad-, el Diario Sur de Málaga incluía entre sus páginas una sección que informaba a los lectores del movimiento en el puerto de la capital:

-12’05 entra la motonave Ciudad de Valencia, con pasaje y carga, procedente de Nador.
-13’25 sale el carguero Grillau, en lastre, con destino Tenerife.

Y así con todo lo que entraba o salía por la bocana del puerto.
Yo leía, siempre, aquella sección. Algo que puede parecer una estupidez a mí me encandilaba. Lo hacía tanto que aún hoy lo recuerdo. Era como una forma de realizar esos viajes que no podía permitirme y la imaginación consumaba agarrada a la rueda del timón de aquellos barcos.

No ocurre eso en mi ciudad a día de hoy.
Ni eso ni parecido. Es más, una especie de cortina de humo se tiende desde la Administración para alejar la actividad portuaria del mundo que la rodea.
El recinto del puerto ha sido transformado en una especie de burbuja en la que es imposible entrar si no mueves los resortes adecuados. Y aún así, cuesta entenderlo, te miran de manera sospechosa.
Supongo que es una miseria, otra más, de la modernidad. El miedo a un atentado terrorista, que alguien caiga a la dársena, se trompieze con un estay o lo aplaste un fardo desprendido de la grúa de Ronco y luego pidan indemnización millonaria, se llevó por delante el romanticismo de los paseos por el puerto. A tomar por culo la melancolía.

Por eso tiene más mérito la crónica de hoy.
Acceder a la plataforma y sus circunstancias, me ha llevado su tiempo.
Ahora, de coraje, por puritico desquite, lo traigo a La Vidriera.

Digo que el pasado día 23, con el ocaso, entró a puerto ayudada por cuatro remolcadores la plataforma Scarabeo 3. Se trata de una plataforma dedicada a la perforación del subsuelo marino para la extracción de combustibles o gas. Posee bandera de Madeira y pertenece a la empresa Saipem. Fue botada en 1975, tiene un calado de 12 metros y desplaza casi 13 mil toneladas. El motivo de la entrada a puerto no es sino una avería y mantenimiento que la mantendrán a nuestra vista -se ve casi desde toda la ciudad- por un periodo de dos meses aproximadamente. Viajaba desde Chipre a las Canarias cuando se vio obligada a interrumpir el viaje; lo cual le reportará al puerto de Almería unos buenos dividendos.

Mi contacto en el puerto está al tanto para avisarme cuando, nuevamente, se haga a la mar. Fotografiarla cuando esté abandonando la ciudad es un hito que tengo subrayado en mi agenda. Que es, casi, como la vuestra.

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Dependiendo del estado de la mar, se desplace o esté inmóvil, esté perforando o no, los pilares de la plataforma pueden hundirse más o menos. Obra muerta, que se llama.
Es perfectamente visible la marca máxima del mar en estos pilares.
Asimismo pueden sus mercedes hacerse una idea del tamaño de la plataforma comparándolo con el portacontenedores que duerme a su sombra.

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Esta fotografía la traigo como regalo de Año Nuevo; y para darle envidia a mi amigo Gatofrito. Está tomada el 3 de enero desde el alto de La Molineta, donde he subido con Julieta. Podéis apreciar perfectamente El Melillero, que inicia su viaje, la Torre de Salvamento Marítimo, y a la derecha, sobresaliendo sobre las Murallas de Jairán, la torre central de la Scarabeo.

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