Escribir de uno mismo –o de sus obras- en un lugar como este puede perseguir un fin exculpatorio, de reconocimiento, o justificativo. En cualquier caso, lo que si representa es un ejercicio de pedantería. Y aunque asumo el último, rechazo de plano los tres primeros.
Deberán tomar este cristalito como el ¡eureka! de Arquímedes; sólo que a mí no me verán correr desnudo por las calles; no estimo la cosa para tanto.
Convendrán sus mercedes conmigo en que cualquiera podría afirmar que un cuadro es de Dalí sin ver la firma.
Cualquiera puede asegurar que un texto está escrito por Pérez Reverte, sólo leer los dos primeros párrafos.
Cualquiera también puede aventurar que una fotografía es de Domingo Leiva o Ramón Masats sin más que ponerle los ojos encima.
Y Dalí, Reverte o Leiva pudiera ocurrir que le caigan a Cualquiera talmente como el culo. Pero una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra.
Todos los que andamos en el mundo del artisteo, seas profesional o por pura afición, persiguen aquello que se da en llamar definición de estilo. Podrá gustar más o menos, de aplaudir o abuchear, pero si consigues trazar un resultado definido, estas bastante cerca de la meta… dando por sentado que a la meta no se llega nunca.
Tengo motivos, subjetivos, para estar contento.
¡EUREKA! Estoy bastante cerca de conseguir lo que quería, alcanzar lo que tanto perseguía y adoptar, definitivamente, una definición de estilo. Fotos que son tales, pero con ínfulas y sueños de pintura, dibujo, quizás de comic; donde el color cobra protagonismo –la vida es en color- y los perfiles se acentúan como lianas que pretenden amarrar al espectador.
Ello no podría haber sido posible, evidentemente, sin las herramientas adecuadas. Estas herramientas no son otras que el Photoshop, el plugin de filtros de Nik Collection y alguna pócima más de las que guardo en el más íntimo de mis baúles.
Hay, habrá, algunos lienzos que no admiten el tratamiento ni a las malas. Paridos igualmente, siempre serán hijos bastardos a los que reconoces, pero quieres un poquito menos y casi te da vergüenza presentarlos en sociedad. Son esos que alguno de ustedes pediría… no lo toques por favor.
Les dejo dos ejemplos de los primeros, de los queridos, de los que me llenan el alma de gozo y justifican, al fin, una jartá de años de desvelo.
Podrías decirme… ¿y tanto para esto? Pues sí, primo, tanto para esto. Que no se trata que te guste a tí –que si también, mejor-, se trataba de llenar mis ojos con los colores de mi paleta.
Y que tú, crítico sañudo y feroz, al contemplar mi obra, pudieras decir dándotelas de chulo:
Esto lo ha perpetrado el Mairena.
Calle Mayor de El Burgo de Osma, Soria. La piedra y el alma castellana, tan sola, como protagonistas.
Pensé llamarla La Violetera; pero algún insensible me reprocharía una inexistente falta de respeto. Así que la he llamado “el vendedor de nardos”. A las puertas del Santuario de la Virgen del Mar, los ofrece, casi por la voluntad, a los que no sabemos rezar.
La Vidriera del Mairena
1/9/16
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