Debo tener especial cuidado al colocar este cristalito. No es un cristal más, y temo se me escape por los dedos, lo que no debería escapar del ánimo.
Con todo, me veo obligado; es referencia vital.
Una vez creí en Dios.
Confieso a sus mercedes que una vez creí en Dios. En el Dios que ellos me enseñaron.
Y una buena parte de responsabilidad tuvo un sacerdote, lo más progre de la época, al que conocíamos por El Cura Diego; tampoco quiero entrar en más detalles ni a ustedes les interesan.
No le culpo al ciento por ciento; sólo al cincuenta.
Profesor, compañero, amigo, referente, el otro cincuenta cae en el debe de la voluntad exquisitamente moldeable de un chaval de dieciséis años.
Aún me lamo de las heridas.
Porque hubiera bastado con que me advirtiera de la posibilidad de estar equivocado. A él, me refiero. Pero no lo hizo.
Siempre me habló desde la verdad absoluta. Y no te puedes fiar de quien habla desde ese púlpito.
Nunca sabremos el daño que me hizo. Que nos hizo.
Bien es cierto que doy por supuesto que no se condujo con mala fe. Que su intención fuera buena. Era lo que tocaba y no hacía más que seguir el protocolo. Lo de pensar con voluntad propia, si no se ajustaba a los cánones ya establecidos, ni siquiera se contemplaba. Este es el CAMINO y todos por aquí, que ya remarcó su colega Escrivá de Balaguer.
El Cura Diego era un referente, el mago Merlín, el dueño de la norma, el intérprete del dogma. Un faro del que quedé prendado y prendido. Luego pasó lo que pasó, fallaron los cimientos y el castillo se vino abajo con estrépito.
Desde entonces me dan miedo los iluminados.
Recelo, de mucho recelar, de todo el que se cree en posesión de la verdad, sin ambages y sin matices. Del que justifica el fin por los medios. Del que no oye más que su voz interior. Me digo, por aprendido, que eso no puede ser sano.
Tengo gente cercana que se conduce así… pero no se me ocurre más que encogerme de hombros.
Desde el cariño, a día de hoy, el cura Diego no estaría contento conmigo. Su trocito de plastilina le salió rana. En cuanto despegó de su sotana le salió rana.
Yo tampoco estoy contento con él. Desde el cariño también, nunca se lo perdoné.
Ni a él ni a la empresa que representaba.
No se juega con la voluntad de un chiquillo.
¿Que por qué les cuento todo esto?
Porque el cura Diego falleció ayer lunes.
En su Málaga y en la mía, a los 83 años de edad.
Deseo, de todo corazón, que esté sentado a la derecha del Padre, de su Padre, y que fuera yo el equivocado. Me quedaría así al menos un atisbo de esperanza para la clemencia y la salvación.
Pero si estoy en lo cierto, si fue humo lo que me vendió, ahora estará dando las explicaciones del elefante. A su Dios y al mío.
El cura Diego, entre otras habilidades, jugaba al fútbol de puta madre.
Fueron épicos los partidos entre profesores y alumnos que, en ocasiones, rozaron las tortas.
La foto que les dejo es del equipo de profesores de uno de aquellos años.
Si no le señalo, como les he dicho, es porque no me gusta señalar.
La Vidriera del Mairena
20/1/16
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