Hoy, 1º de diciembre de 2016, he hecho testamento.
Que no es que entre dentro de mis planes inmediatos morir de aquí ha pasado mañana, pero era algo pendiente a lo que ya dejé de dar largas.
A partir de esta mañana, mis herederos lo tendrán un poquito más fácil a la hora de sustraer de las garras de Hacienda los derechos sobre los cuatro cortijos, el chalet de Matalascañas, el de Puente Romano, el piso del Paseo de la Castellana con derecho a palco en el Bernabéu y las acciones del Club de Golf de Sotogrande. No entran en esta relación los medios de locomoción (el jet privado, el yate y los coches) porque funcionan todos en modo renting.
La cosa sería mucho más fácil si bastara con un papelito firmado por mí en el que yo te lo dejara a tí. Pero se trata de complicar el asunto. Complicarlo hasta la exageración. Y eso, doy fe, sólo lo puede hacer un notario.
Porque sólo un notario puede enrevesar la digna lengua de Cervantes hasta el punto que no logres entender nada de lo que allí hay escrito. Eso sí, te tienes que fiar porque para eso lo ha escrito el notario.
A cambio de tamaño enrevesamiento, el notario te sopla cincuenta euros del ala y te desea larga vida y prosperidad.
Por si creen que he exagerado un pelín siquiera el asunto, les he fotografiado una de las claúsulas del testamento en cuestión: Si de verdad hay algún cristiano que entienda lo que ahí pone, ruego encarecidamente que le den no ya una estrellita de la fama, sino el firmamento entero.
Y de título: Iluminado por la sabiduría.
La Vidriera del Mairena
4/12/16
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