Mi familia es de muchas Inmaculadas. Empezando por doña Concha y terminando por ningún sitio porque siguen sucediéndose las Inmas entre la progenie.
Hoy, al tiempo que las felicito, les voy a recordar este episodio de la historia de España, que seguro tienen olvidado. Les advierto, para que no me acusen de plagio, que prácticamente es un corta-pega de la Wikipedia.
La esencia de lo que os voy a contar la plasmó sobre más de un lienzo el magistral Augusto Ferrer Dalmau.
Cuentan las crónicas, otras crónicas, que el 7 de diciembre de 1585 el Tercio del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla (compuesto por unos cinco mil hombres) combatía durante la Guerra de los Ochenta Años en la isla de Bommel, allá por los Países Bajos, defendiendo los intereses de España y en contra de los rebeldes protestantes holandeses. La situación era desesperada para los Tercios españoles debido a la escasez de víveres provocada por el asedio de las tropas enemigas. ⠀
El enemigo propuso a las tropas españolas la rendición, pero la respuesta española fue clara: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». A tal punto llegó la situación que algunos capitanes propusieron el suicidio colectivo.
La respuesta, tan española, provocó que el comandante holandés diera la orden de abrir los diques para cercarlos, obligándoles a agruparse en la colina donde se alzaba la Iglesia de Empel.
La derrota parecía segura, los españoles empezaron a cavar trincheras para defenderse y morir con honor. Durante esas labores, un soldado español encontró una tabla con una imagen de la Inmaculada Concepción; aquel hallazgo fue interpretado por las tropas españolas como una señal del Cielo.
Esa misma noche un viento gélido descendió sobre el río Mosa y las aguas se congelaron. Este hecho, que los españoles consideraron milagroso, cambió completamente el signo de la batalla. Los barcos holandeses tuvieron que retirarse para no quedar encallados en el hielo, y los españoles pudieron romper el cerco y lanzarse al ataque contra los rebeldes que, sorprendidos, huyeron despavoridos.
Se dice que el comandante holandés, atónito ante lo ocurrido, comentó: «Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro». Le faltó decir que además era del Madrid.
En 1644 el Rey Felipe IV proclamó el 8 de diciembre como fiesta de guardar en todos los dominios del Imperio Español. Y de aquellos lodos, estos barros.