La antigua estación de Renfe en Almería es, tras la Alcazaba, muy posiblemente el edificio más emblemático de la ciudad. Fue construida en el año 1890 y es un ejemplo perfecto de la arquitectura del hierro y del cristal. Su interior lo preside un reloj firmado por Paul Garnier y en el vestíbulo se podían admirar varios murales cerámicos de Francisco Cañadas, con escenas del ferrocarril y paisajes de Almería.
Y he escrito "se podían" porque hace ya mucho tiempo, demasiado, que el disfrute de la estación fue hurtado –en unas obras de conservación interminables- a sus verdaderos propietarios; los almerienses.
La más fiable información sobre el autor sostiene que fue diseñada por Laurent Farge, quien se encargó del proyecto de cálculo y montaje. El cuerpo central y algunas vidrieras fueron diseñados por la compañía francesa Fives-Lille. Está en trámite para ser declarada Bien de Interés Cultural desde el año 1985; pero el expediente, que sepamos e inexplicablemente, no se ha resuelto.
Dando sombra a la estación, durante muchos años, estuvo una edificación que los lugareños siempre conocimos como el Toblerone. El Toblerone, parte fundamental del entramado que la Compañía Andaluza de Minas dispuso para la evacuación del mineral de hierro procedente de las minas de Alquife, fue un elemento singular de la decoración urbana de la capital desde el año 1973 al 2013, en que el Ayuntamiento –con la oposición de buena parte del sentir de la sociedad almeriense- decidió demolerlo.
Con tan singular edificio, al que ya estaban acostumbradas las retinas de los almerienses, podían haberse trazado cien y un proyectos, pero nada pareció oportuno. El Toblerone, llamado así por su parecido con la famosa chocolatina, terminó bajo la piqueta.
Entonces se nos vendió la moto. En el lugar que ocupaba la chocolatina se construiría algo similar al paraíso, un salto de calidad en la arquitectura de la ciudad que nos adentraría, por fin, en el siglo XXI. Y nosotros, como siempre, nos lo creímos. Bueno… nos lo creímos el 50%, que el otro 50% -como suele suceder- pasó del tema como pasa con cualquier otro problema que afecte a la ciudad o a la provincia. El almeriense es pasota por naturaleza… parece como si lo llevásemos en el adn.
Bien, pues aquí tienen el salto de calidad prometido: Una mole de hormigón, una colmena de viviendas –carísimas, eso sí-, y de tan feo horroroso, que ha terminado de dinamitar el entorno de la estrella de la corona almeriense; la antigua estación de Renfe.
Recuerdo, como si fuese ayer, que en el año 1998 se derribó el edificio Trino, situado junto a la gasolinera de Oliveros, porque se pretendía que Almería se asomase al mar… quedaba bonito eso, mira tú.
Ignoro, como casi todos, el procedimiento a seguir para que un desatino como este vea la luz. Sospecho, como casi todos, que alguien ha hecho el negocio del siglo.
Y mientras, como decía mi abuela, ajo y agua. Porque pasotas seremos, pero ojos tenemos en la cara.
La Vidriera del Mairena
3/8/20
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