Esta mañana, tras derramarme a cántaros subiendo con Julieta a La Molineta, he acompañado a mi amigo Ramón a un textil-shop donde se iba a comprar una mascarilla. Una mascarilla de tela lavable, guay/pija se entiende, no una de esas del todo a cien. Así me pillo yo otra, me dije. Mi amigo Ramón da clases de griego en un instituto. Bueno... daba, que ahora se limita a pasearse por el ágora.
Lo de las mascarillas se ha convertido en un desmadre nacional. Las hay de todos tipos y colores. Alegóricas y artísticas, serias y divertidas. Mi amigo Ramón estuvo mirando unas cuantas y al final se decidió por una de color azul marino, sin más historias. Pero cuando el dependiente se la iba a entregar le preguntó que si con banderita o sin ella.
-Qué es eso de la banderita, dijo Ramón.
-Pues que este modelo lo tenemos con o sin la banderita de España adornándolo; usted elije.
-Sin banderita, replicó Ramón.
Cuando ya estábamos en la calle, mi amigo comenzó a decirme:
-Oye… que lo de la banderita…
-Para el carro, Ramón -le interrumpí-, ni necesito explicaciones ni tienes porqué dármelas; tampoco te voy a preguntar porqué te añades aguacate a las tostadas.
-No es por ti, es por mí, a veces me gusta escucharme. Yo soy español, me siento español, hasta tengo DNI, pero no tengo sentimiento de patria. Soy español como podía ser belga, o congoleño; la nacionalidad es un accidente. Tampoco presumo de ser extremeño y nací en la misma Plaza Chica de Zafra. No soy del Madrid, ni del Barsa, y la religión no es para mí más que una expresión de folklore.
Entiendo que tú oigas el himno de la Legión y se te erize el vello, pero a mí lo que de verdad me pone es el Street of Philadelphia, the Boss. Es por eso que no cuelgo banderas, ni en mis ventanas ni en ningún otro sitio. Pero ni la de España ni la de ningún otro país. Como no hice la mili por ser hijo de viuda, nunca tuve la necesidad de reinventarme. Siempre he preferido vivir sin banderas. Sé que no me vas a querer menos por eso.
-Pues claro que no Ramón. Pesan otras cosas más en la balanza. Es más, ya ni siquiera eres un tipo original; cada vez hay más ejemplares de los de tu especie. Eso sí, siempre te miro un poco desde la atalaya del escepticismo, de la perplejidad. Te tengo un poco comparado con el jazz; me gusta, pero no lo entiendo.
-Anda… vamos a tomarnos un café.
Y allá que nos fuimos, con nuestras recién estrenadas mascarillas tapándonos el careto.
Por cierto, que yo también compré otra mascarilla; CON banderita.
Y allá que nos fuimos, con nuestras recién estrenadas mascarillas tapándonos el careto.
Por cierto, que yo también compré otra mascarilla; CON banderita.
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