La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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15/4/20

la Dormidina tiene efectos secundarios

Anoche, en el divagar de mi insomnio, he tenido un sueño: 
Érase una vez que se era un joven pintor que anhelaba alcanzar la excelencia de sus maestros, y a ello se aplicaba con tesón, voluntad y paciencia. Sus días transcurrían sentado frente al caballete con el pincel en la mano. Un día, a las puertas del museo que frecuentemente visitaba –y que cantó la Triniá- se le apareció el diablo encarnado en musa. Te daré la sabiduría que necesitas a cambio de tu alma, y con una condición.
-Qué condición, preguntó el pintor.
-Los cuadros que pintes, sólo los podrás ver tú.

El joven, harto ya de dar brochazos sin que su arte fuera reconocido le dijo que sí, y firmó la compraventa de su alma con un bote de oleo rojo de la marca Titán.

A partir de aquel día, los cuadros que salían de las manos del pintor eran verdaderas obras de arte. Y uno tras otro se iban acumulando en su taller sin que pudieran ver la luz. Pasaron los años y una natural inquietud se apoderó de su ánimo; él quería que su obra fuera admirada, estimada, puesta en valor pues ese es el fin último del artista. Un día el pintor quiso renegociar el contrato, pero el demonio se le rio en la cara.
-No eres tú quien pinta, soy yo, le espetó el Maligno.

Preso de la rabia, de la ira, de la impotencia, el pintor cogió su cuadro más reciente, se fue a la galería de su mentor y no había hecho más que colgarlo en la pared cuando el óleo se diluyó como si fuese agua. En el suelo quedó un manchurrón informe, espeso y colorido que, además, olía a azufre. Aquella noche el pintor prendió fuego a su taller y a su obra con él dentro.

Me desperté preso de la angustia y reconocido en el artista. Olía a quemado y la cama era la de un demente; no sabía muy bien dónde estaba. En la penumbra, la visión de los objetos de mi celda me fue devolviendo poco a poco a la realidad. 
-Coño, ya ni la Dormidina me hace efecto.

Volví a acurrucarme entre las maltrechas sábanas, pero una pregunta se fijó en mi cabeza hasta el amanecer:
-¿Dónde van los besos que no se dan, quiero decir… los cuadros que nunca se exponen?

Me contestó un amigo que quedan en el alma del autor. Pero... ¿y si el autor no tiene alma porque la vendió?

14abr-131

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