Todos los
que somos aficionados a la fotografía tenemos en nuestra agenda, más o menos
visible, una lista de elementos, lugares, iconos, cuyo “afotamiento” es de
obligado cumplimiento.
Podrás
tardar más o menos en capturarlo con el sensor de tu cámara, pero es una tarea
pendiente para cualquiera que se diga fotógrafo.
El Castillo
de Santa Ana, el de San Telmo, la Alcazaba, la Plaza Vieja, el Arrecife de las
Sirenas, la piedra fósil de Los Escullos, la iglesia de Las Salinas, la barraca
del Catalán, las torres vigías de Macenas o el Pirulico, el faro de Mesa
Roldán, el castillo de Vélez-Blanco… y eso por circunscribirnos al ámbito
provincial, son algunos ejemplos de las citas de obligado cumplimiento que los
fotógrafos almerienses tenemos.
Y luego está el submarino. El Submarino es una formación rocosa, cercana a los
Escullos, que semeja a uno de estos navíos mientras emerge de las aguas. Son
inconfundibles su proa… su torreta… su entorno…
No es fácil
de localizar pues según el ángulo de visión te puede parecer un submarino o un
peñasco más de los que jalonan la costa del parque natural del Cabo de Gata.
Sólo se trata de ponerle voluntad… e imaginación, claro.
Debería
apuntarse en mi Debe que he tardado en conocerlo nada más y nada menos que 36
años. O quizás lo conocí antes, cuando no tenía ojos para verlo.
El caso es
que allí ha estado siempre, entre las calles Eras y el Olivo, y allí sigue… enhiesto
y airoso, con sus aspas al viento.
El Molino de
los Díaz, fue construido en el año 1849; eso fue en el siglo XIX. Se asienta
sobre una plataforma cilíndrica que lo eleva unos tres metros del suelo.
Una vez que
dejó de funcionar como tal molino, quedó abandonado. En el año 1971 fue
utilizado como parque infantil y merendero. Luego volvió al olvido y al
abandono.
En el año 1996
se benefició de una somera rehabilitación, pero fue en el año 2012 cuando el
Ayuntamiento de Almería lo puso en valor y dignificó su entorno como lo podemos
ver en la actualidad. Para qué? Pues la verdad es que, aparte de adornar, no
sabemos si se utiliza para algo.
De cualquier
forma, no tenemos ocasión de encontrar un molino dentro del casco urbano de una
capital. Y me ha parecido oportuno traerlo a La Vidriera.
Coincidirán
conmigo mis fieles clientes en que no todos los días se inaugura un faro de señales
marítimas; ni siquiera cada siglo. Si a ello se le añade que este maestro
vidriero tiene vocación marinera, el motivo justifica el hecho de que la noticia
origine un nuevo cristalito en La Vidriera.
Así pues
deben conocer que el pasado 22 de septiembre, en la ladera norte del cerro del
Moro Manco, término municipal de Mojácar, quedó inaugurado el nuevo faro de
señalización marítima que jubila el de Garrucha, tras 140 años de servicios, y
que había quedado definitivamente obsoleto.
-El sustituido faro de Garrucha, engullido por la civilización.
El nuevo
faro, encaramado donde anidan las águilas, es un edificio con cúpula de color
blanco y aspecto mediterráneo. Su corazón, o lo que es lo mismo… su linterna,
está constituida por un faro giratorio MBR 900 que permite un alcance de luz de
hasta 24 millas náuticas.
Está dotado
además, por si los apagones, de una baliza destelladora de emergencia que,
dixit doña Concha, alcanza lo traspuesto.
Desde la
plataforma acondicionada por el ayuntamiento mojaquero para la instalación del
faro, se disfruta además de una vista espléndida de la costa del levante
almeriense, desde Águilas hasta Carboneras.
El nuevo
faro de Mojácar es responsabilidad también de mi amigo Mario Sanz, que no es
que sea farero, sino multifarero, pues cuida de todos los faros del levante
almeriense.
-Vista de la Urbanización Marina de la Torre, desde el mirador del nuevo faro.
Mi amigo y
compañero de armas Berengueli, que es el sheriff de Zafra y su comarca, me
lo tenía dicho repetidas veces:
-Juanito, si
te da la vida, vete un día al Museo Naval de San Fernando y apúntate a una
visita guiada. Me lo agradecerás de por vida.
Y tenía esta
consigna, como un deber por hacer, desde hace ya unos cuantos años.
Y la vida
dándome largas y uno buscándole las vueltas a la vida. Hasta el pasado sábado 9
de octubre, en que a la hora del ángelus estaba el tío, más bonico que un San
Luis y con la cámara al hombro, a las puertas del antiguo edificio de la
Capitanía General de la Zona Marítima del Estrecho, donde en un anexo se ubica
el Museo Naval en cuestión.
-
-
Y como me
tenía anunciado mi amigo, de la mano de un guía que lo vive, me sumergí –nunca
mejor dicho- durante un par de horas en la Historia Naval de España.
El Museo,
fundado en 1992, fue acondicionado y reinaugurado por el Rey Felipe VI en el
año 2016, como consta en la firma plasmada en el Libro de Honor situado a la
entrada del recinto.
No les voy a
cansar con lo mucho y de calidad que albergan las cuatro paredes del moderno
edificio que acoge el museo. Sólo, y a modo de aperitivo, como un esbozo de
pincel, les citaré el primer mascarón de proa del buque escuela Juan Sebastián
Elcano, de cabeza apócrifa y realizada por un imaginero malagueño que hacía la
mili en San Fernando.
-
La Manolita,
conocida así familiarmente el vehículo oficial del antiguo Comandante del
Cuartel de Instrucción de Marinería.
-
… o el
Último Combate de El Glorioso, de Ferrer-Dalmau, que nos recuerda que un navío español
de 70 cañones se enfrentó por tres veces a los británicos, puso a salvo el
tesoro que traía de las Américas a España y volvió a la batalla hasta ser
finalmente desarbolado, hasta el punto de que el Comodoro Walker, al mando del
Russell, el último navío que enfrentó el Glorioso escribiera: Y de nuevo
comenzó la persecución y la conquista de su audaz y escurridizo enemigo; porque
nunca los españoles, y nadie en realidad, ha luchado mejor con un barco que lo
hicieron ellos.
-
Hay que
estar ahí, frente al cuadro, en el silencio y soledad del museo, para sentir en
la piel el frío que produce la derrota con honra.
Y si la
visita ya me tenía lleno de satisfacción y orgullo patrio, rendido a los héroes
anónimos que un día defendieron nuestra bandera hasta el final, el postre lo
supuso el encuentro con un ilustre navegante internauta que conocedor de mis
pasos se personó en el Museo para que tuviéramos la ocasión de conocernos
personalmente, detalle que agradezco en lo que vale.
Para el
final dejo el lema con que se abre este hilo. El dicho marinero de que en el
mar y en la vida, lo mejor y más conveniente es no cortar la proa, no cruzar
por delante del que se supone tiene la preferencia, sino cruzar por su popa y
con la suficiente precaución y mesura.
Este curso, mi nieto Sergio juega al fútbol en un equipo
federado de juveniles. Él tiene 15 años y la categoría agrupa chicos de 15 a 18
años, con lo que las diferencias de envergadura pueden ser notables.
Pero no es a eso a lo que voy a referirme. Voy a que el
ambiente del fútbol es absolutamente nefasto, deprimente, asqueroso.
No hay partido en el que no encuentre un energúmeno al que,
por decreto-ley, habría que impedirle su entrada a los estadios. Esta clase de
sujetos… y sujetas… se retratan ellos mismos. Llevan a la grada lo que son en
su casa, en su trabajo, en su entorno; y no son otra cosa que personas muy
deficientes en lo emocional.
Siempre encontrarán el blanco de su ira, de su desprecio;
preferentemente el árbitro. No entiende la criaturita que, sin el árbitro, no
se daría el espectáculo. Pero también están los jugadores contrarios, los
espectadores como él o sus propios jugadores cuando las cosas vienen
rematadamente mal.
Y además no callan. Este fin de semana, una señora que se
sentaba a mi lado, harta ya de escuchar la perorata de uno de estos energúmenos
le pidió, por favor, que se contuviera un poquito. Para que le dijo nada… lo
más suave que le contestó es que él no se callaba ni en su casa y no se iba a
callar allí. Ya podemos imaginar cómo será la vida de este elemento en su casa.
Los aborrecibles no entienden de género. Se da en ellos, en
ellas y en elles.
Por propia experiencia conozco que no se vive lo mismo desde
dentro, que él jugador sólo quiere jugar y vive ajeno a estas movidas. Tan
cierto como que he practicado/seguido unos cuantos deportes, pero a ninguno le rodea
un ambiente tan insano como al fútbol.
Y miran que se organizan movidas para anularlos. No hay
manera; es un cáncer con metástasis.Son aborrecibles con muy mala sombra.
Lucía ha
cumplido este verano 11 años. Así que este curso escolar termina la primaria y
el próximo año comenzará en el instituto los estudios de ESO.
Lucía, por
sus especiales circunstancias, siempre ha gozado de un punto especial de protección
de su abuelo, que soy yo. Al otro abuelo, Casto, un buen hombre, poco pudo
conocerlo.
Y desde que
comenzó su etapa escolar, cada jueves de cada semana, su abuelo… o sea yo, ha
entregado a Lucía un huevo Kinder antes de que entrara en el colegio. Si, un
huevo de esos de chocolate que traen dentro una sorpresa. Si de invierno en invierno, si de verano en verano. Cosa que sigue
sucediendo a día de hoy.
Era una
forma, mi forma, de hacerle ver a Lucía que ahí estaba su abuelo por si venían
mal dadas… o peor dadas, que todo se puede esperar. Luego resultó que la vida
me sorprendió haciéndome ver que Lucía era un estiloso camaleón que se adaptaba, sin
estridencias, a los vaivenes que la vida le iba presentando.
El caso es
que este año, cuando comenzaba el curso, y así en una conversación
abuelo/nieta, le espeté:
-Lucía, el
año que viene comienzas en el instituto. Tendré que seguir trayéndote huevo
Kinder cadajueves?
Y Lucía, con
esa voz pausada y tenue que a veces ni se oye, contestó:
Esta vez a mi amigo el Sherpa se le quedó corto lo de "la
charca de las extranjeras", que era nuestra meta habitual en estos parajes. Así
que superada la cuesta de Atanasio –menudo bicho tenía que ser el Atanasio-, la
cuesta Mojones, y otras veinte cuestas más en la mitad de las cuales tuve que
descabalgar para recoger el corazón de la cuneta, llegamos a lo más intrincado
de la Sierra Bermeja, allá cerquita de donde nace el río Padrón.
A este nuevo conjunto de pozas, las bautizamos como La
Marmolina, porque de mármol parecen las paredes que forman el vaso de la
piscina.
Cuatrocientos cincuenta metros de desnivel positivo sobre el
lugar en que iniciamos la andadura, cuando llegas aquí te bañas sí o sí, porque
el capricho se ha convertido, desde kilómetros atrás, en pura necesidad.
Bien es verdad que el esfuerzo queda compensado por la
belleza del paisaje y la paz que allí se respira, medicinas ambas que no vas a
encontrar en ninguna farmacia.
Para regresar, como aún se le hacía escaso lo de triscar
montes a golpe de pedal, nos desviamos hasta el club de tenis donde esta vez
finalizamos como es tradición y de reglamento; con un par de cervezas en la
mano.
Les dejo un resumen de lo vivido en una calurosa mañana de julio cuando el "terral" de poniente amenazaba con secarnos…
Esta vez tocaba visitar el Acueducto de los 20 Ojos… ahí es na.
Los acueductos de la rambla o barranco de Carcauz son un sistema de acueductos y acequias de origen romano, que se encuentran situados en el límite municipal entre los municipios de Felix y Vícar, en la provincia de Almería, y que transcurren a lo largo de la rambla de Carcauz, en las faldas de la Sierra de Gádor.
Lo forman tres acueductos de piedra de diferente tipología y las acequias que los comunican. De ellos el más importante, y el primero que te encuentras, es el conocido por de los 20 ojos o, directamente, Acueducto de Carcauz, obviando los otros dos. Estos, de menor prestancia, se conocen por los motes de “el inacabado” y el “de un solo ojo” y se encuentran situados más al interior del barranco.
Así que documentados debidamente y someramente estudiados los mapas de la zona, nos arrojamos a la aventura cual Indiana and Jones cualquieras.
Nosotros iniciamos la aproximación atacando el objetivo desde la parte baja del barranco, entrado por la Ciudad del Transporte, salida 420 de la autovía A-7, pasando por la zona de Las Cantinas y estacionando el coche en el último grupo de casas que encuentras, donde finaliza el camino asfaltado y comienza el de tierra. Desde allí, en el de San Fernando.
Imprescindible llevar calzado adecuado y pantalones largos, lo que nos evitará el ataque de la maleza a nuestras pantorrillas, como le pasó al incauto que les relata.
Lo primero que deberíamos indicar al intrépido explorador es que desde cualquier lugar en el que se sitúe siempre se verá observado por el impresionante Peñón de Bernal, famoso desde que John Milius lo eligió para rodar escenas de Conan el Barbaro.
El itinerario hasta el acueducto carece en absoluto de señalización –ni un mal cartel- por lo que os aconsejamos estudiar concienzudamente el google maps antes de meterse en harina.
Ya bajo la sombra de nuestro acueducto podemos comprobar de primera mano lo que ya sabíamos, que su estado de conservación es lamentable. El agua, que antes discurría entre ellos por una interminable acequia, ahora se conduce por modernas tuberías de plástico o pvc. Eso sí, en algunos tramos, la tubería es conducida por el cauce de la acequia romana.
Al igual que nos pasó en nuestra excursión a la Caldera Volcánica de Majada Redonda, también aquí encontramos un coche abandonado, aunque este con origen más conocido; se despeñó por el barranco. Aquí no cabe duda que se trata de un Peugeot y que no lleva mucho tiempo en el lugar.
Una vez alcanzamos la cota del acueducto y tonteamos un poco entre sus ojos, continuamos la ascensión hasta un camino que conduce a la cortijada El Cañuelo y por el mismo, otra vez hacia el mar, llegamos al lugar donde habíamos dejado estacionado el coche.
No quiero terminar este cristalito sin hacerles saber que el Acueducto de Carcauz es el cuarto en importancia de la península ibérica, a pesar de lo cual aún no está declarado como Bien de Interés Cultural… y lo que te rondaré, morena.
-El Peñón de Bernal, desde uno de los ojos de nuestro amigo.
Esta vez rematamos la faena, el tercer tiempo que decimos nosotros, en la Venta El Cortijo Blanco, donde degustamos una carrillera que estaba pa morirse. Hasta la próxima.
Otrosí:
Fue declarado Bien de Interés Cultural, en la tipología de Monumento, en diciembre de 2023.
Una de las cosas que más fastidia a los jugadores de tenis
–mis colegas podrán confirmar lo que digo- no es que te hagan el punto, es que te
lo hagas tu mismo.
Es lo que se llama “errores no forzados”. Partiendo de la
base de que dominas todos los golpes, fallas el punto cuando el golpe del
rival, al que contestas, no te está exigiendo. Es lo que en fútbol sería
rematar fuera o al palo estando la puerta vacía.
Y es algo, eso de los errores no forzados, que te mina tanto
la moral como sube la del contrario. Mandar la bola a la red, o dos metros
fuera, cuando nada te impide hacerlo bien, es tan deprimente como cierto.
Esta mañana –ya saben que los miércoles toca tenis-, me he
entretenido en contabilizar mis errores no forzados, o cagadas, que también se
les llama en mi pueblo. Cada vez que hacía el cambio de lado, dejaba sobre el
raquetero tantas hojitas como errores cometidos. Al final de un partido al
mejor de tres sets, hora y medio de juego, este ha sido el resultado: Nueve
meteduras de pata, por la jeta.
Les advierto que no es un mal índice. Es bueno tirando a
sobresaliente. En un día malo, uno de esos en que ya puedes pintar angelitos
que te saldrán diablos, puede no haber bastantes hojas en el árbol para
contabilizarlos.
Que porqué les cuento esta pamplina? Es mi forma de darle las
buenas tardes.
Hace unas fechas mi amigo Rafael @ Gatofrito, ese desde cuya
ventana se ve Medina Azahara y se huele el Guadalquivir, revolviendo en una
casa palaciega que su familia posee en Ecija, descubrió un librito desvencijado
cuya impresión podríamos fechar en torno al año mil novecientos. Y con ser la
fecha importante, no es lo más significativo. Lo más significativo es que el
libro recoge un manual sobre la ingeniería de mi empresa. Sí, porque mi empresa va
a cumplir, en nada, dos siglos de vida.
Mi amigo podría haberlo defenestrado, con el resto de
muebles viejos de la casa, pero al percatarse de su contenido… y como mi amigo
que es, decidió regalármelo. Tras unas peripecias muy propias de la poca
profesionalidad de los que en este país se visten de amarillo para trasladar
envíos postales, el libro ya está en mis manos.
De su estudio hemos deducido, a las primeras de cambio, que ojear sus páginas es como poner los pies en el ocaso del siglo XIX;
llamándonos especialmente la atención, entre otras varias cosas, como el
“compañero de armas” ocupa un lugar preferente sobre el “amigo”. Es
perfectamente lógico; raramente tendrás la vida en manos de tu amigo por mucho
cariño que le tengas y comúnmente la tienes en las de tu compañero, aunque
cuando cuelgues el mono de trabajo no te lleves con él.
El manual es una joyita que hay que sentir con ojos y
corazón de mil novecientos. Sus páginas te hablan desde el remedio para un
envenenamiento con estricnina a la importancia del baño semanal y el no tenerle
miedo al agua.
Pese a que su estado de conservación es nada más que
regular, voy a intentar que trascienda de nuestro ámbito, esto es, que pase a
formar parte de la biblioteca de Estudios Históricos donde si tienen la
suficiente sensibilidad podrá seguir durmiendo por los siglos de los siglos.
Y si no la tienen… pues… de padres a hijos, que tampoco es
mal plan.
Le prometí a mi amigo, el Gatofrito, que mi forma de darle
las gracias sería dedicarle una cristalito en este lugar. Y soy un tipo de
palabra; lo aprendí en el manual.
Otrosí:
Con fecha de agosto de 2021 nos participan, por escrito y oficialmente, que el manual ha sido aceptado para formar parte de la biblioteca de Estudios Históricos que citamos. Consta en el expediente su origen y el donante. Larga vida.
El cristalito de hoy también viene disfrazado de documentales de La 2.
Esta vez fue mi amigo Enrique quien me propuso una excursión al centro de la Caldera Volcánica de Majada Redonda. Él, como suele suceder, haría de sherpa. La verdad, sus mercedes lo saben, a mí me resbala un mucho todo esto de la arqueología, la minerología y por ende la vulcanología; lo mío siempre fue el elemento humano. Pero un guacabaud al centro de la naturaleza es un caramelo difícil de rechazar.
Así que mientras nosotros vamos, les guío por si alguno de ustedes quiere seguirnos. Y para que no te pierdas...
Antes que nada deberíamos saber que es una Caldera Volcánica. La Wikipedia dice que"una caldera volcánica se forma cuando se derrumba la cavidad magmática de un volcán. El cono se hunde y deja una depresión circular en el terreno. La producción de una caldera es uno de los eventos más devastadores e impresionantes del vulcanismo. El colapso del techo y del edificio del volcán se produce tras un proceso muy rápido (pocas semanas o incluso días). Y está ligado a erupciones de alta explosividad en las que llega a expulsarse 2000 kilómetros cúbicos de magma".
Algunas de las "bombas" lanzadas en estas erupciones se pueden encontrar por los alrededores.
Las calderas volcánicas, debes saberlo, no son corrientes. Y en la Península sólo hay unas cuantas.
Para llegar a esta tienes que tomar la AL-4200 que es la carretera que va a Los Escullos y San José. Justo en el km. 3, a la izquierda, sale un camino rural asfaltado –no me atrevería a llamarlo carretera- que te llevará hasta las Presillas Bajas, una pedanía de Nijar. Este ramal tiene escasamente un kilómetro.
A la entrada de las Presillas Bajas te encuentras una era bien conservada y un estacionamiento donde puedes dejar tu vehículo. La era, por la parte superior, está limitada por la calle Perdigal. Siguiendo esta calle, hacia poniente, te llevará a la rambla que marca el inicio del sendero hasta la Caldera.
El trayecto de ida, todo siguiendo la rambla y perfectamente señalizado, no tiene más de 3 kilómetros en una suave y agradable subida.
El paisaje que verás se caracteriza por vegetación esteparia a un lado y otro de la rambla, cubriendo cerros y depresiones. Algarrobos, lustrosas higueras, almendros, palmitos, pitas, hinojos, y un catálogo completo de vegetación mediterránea.
Aproximadamente a mitad de camino, a mano izquierda según subes, te encontrarás con las ruinas del Cortijo de los Berengueles. No te pasará inadvertido porque está justo detrás de un pozo chapuceramente señalizado. Tan chapuceramente que constituye un serio peligro para todos los que por allí se acerquen. La boca del pozo tiene más de un metro de diámetro y el fondo ni se ve; pero lo peor es que la boca está a ras del suelo.
El que ha puesto la señalización al citado pozo debería haber caído en que por allí pueden pasar niños, mascotas, e irresponsables como el que les escribe que se asomen a ver la profundidad del pozo salvando los cuatro palos que lo delimitan y de los que ya faltan dos. No estaría de más –es una opinión, claro- que el pozo estuviera enrejado de forma que fuera absolutamente imposible que nadie se caiga dentro.
Lo más característico del Cortijo de los Berengueles, volviendo a lo esencial, es la hermosa era que luce ante su fachada.
Unos metros más adelante encontrarás otro de los hitos característicos de esta ruta; el Simca 1000. Qué difícil es hacer el amor… ya lo dice la canción… está lleno de piedras y resulta inexplicable como el cochecito pudo llegar hasta aquí. Iker Jiménez y todos los recursos del Cuarto Milenio se pusieron al servicio de esta investigación sin que sacaran nada en claro. A mí, más que Simca, me pareció un Renault 8 como el de mi amigo Marcos.
Recorridos casi tres kilómetros, encontraras el cartel que anuncia la finalización del sendero, pero este sólo te deja a las puertas de lo que es propiamente la caldera.
Si quieres entrar en ella… ya que estás allí… deberás caminar aproximadamente un kilómetro más, hasta llegar a un Indalo que alguien, con extraordinario sentido de la oportunidad y la ubicación, ha dibujado con piedras en un pequeño claro.
Nosotros lo hicimos unos cientos de metros más, pues queríamos hollar el centro geográfico de la caldera. Allí nos hicimos una foto, con el fondo de la cúpula del centro de ayuda a la navegación aérea que el Ministerio de Fomento tiene situada en la cima de la caldera, y a la que se llega siguiendo el Sendero Requena, al otro lado de la vertiente. Que nadie diga que no estuvimos.
Luego sólo queda volver. Aunque la dificultad del trazado es baja, te aseguro que agradecerás la ducha consiguiente; te aconsejo, eso sí, que no hagas esta ruta en agosto. Y hablando de ducha, antes de llegar a ella, lo mejor será disputar el tercer tiempo; la mejor forma de terminar una agradable mañana de senderismo. Como en Las Presillas no hay farmacia, tendréis que bajar a Los Escullos o La Isleta del Moro. Te pillan a un paso.
Una de las ventajas de tener amigos es que siempre pueden acompañarte a lugares en los que, ni de coña, irías solo. Es el caso. Esta vez fue mi amigo Enrique, compañero de tenis y aventuras, el que se brindó amablemente para servirme de sherpa y acompañante en el guacabaud que nos llevó a visitar las ruinas del antiguo poblado minero de San Diego.
-Punto de partida.
El poblado minero de San Diego fue una de las tres instalaciones que Minas de Rodalquilar S.A. construyó en la zona para la extracción de oro. Estas viviendas, construidas cerca de las minas, eran disfrutadas por los mineros en régimen de alquiler e incluían almacén y garaje. Lo del garaje parece algo superfluo porque no creo que ninguno de los mineros, en aquellos tiempos, dispusiera de coche.
Lo que si sabemos, consecuencia de meter las narices en los lugares oportunos, es que disponían de cocina/chimenea y patio, pero no de baño. Las necesidades más elementales se realizaban en el campo… que allí sobra.
La empresa, de capital inglés, explotó las minas desde el año 1929 al año 1936, en que estalló la guerra incivil. Una empresa de capital nacional, ADARO, volvió a poner las minas en funcionamiento en el año 1940, a raíz del nuevo hallazgo de un yacimiento aurífero en el Cerro del Cinto. La explotación continuó hasta el año 1966 en que, definitivamente, cerraron las minas. Desde entonces, desolación, abandono y ruina.
Alguno de los mineros pretendió quedarse con las casas que hasta entonces habitaban pero la Administración, siempre tan oportuna, no lo permitió. El resultado es el conocido; derrumbe y soledad.
Al poblado minero de San Diego se llega partiendo del Centro de Interpretación –Casa de los Volcanes- de Rodalquilar por el camino hacia Los Albaricoques, al norte y al oeste, a unos 2’5 kilómetros. Si siguiéramos el camino, antes de llegar a Los Albaricoques, pasaríamos por el Barranco Requena y el afamado Cortijo del Fraile. Les apunto esto por si quieren prolongar la aventura.
Lo más curioso de San Diego es el túnel que desde el camino atraviesa la montaña para desembocar en un mirador desde el que se contempla el poblado.
-Los expedicionarios en el mirador que da al poblado.
Luego sólo queda desandar lo andado y refrescarse el gaznate en cualquiera de los bares de Rodalquilar. Nosotros elegimos el Crisol, que regenta nuestro barbudo amigo Antonio, motero de pro que exhibe su Harley en el propio local como los matadores lucen en sus cortijos la cabeza del toro con el que se cortaron la coleta.
-Mojar la aventura en cerveza es la mejor forma de terminarla.