La Virgen, así con mayúsculas, no me quiere ni en pintura. O eso, o que la Virgen, así con mayúsculas, no existe. No sé cuál de las dos hipótesis me puede doler menos.
Comencemos por el principio. Me toca, estos días, cuidar a mi madre. Mi hermano, que tiene el cielo ganado, se ha ido unos días de vacaciones, anda perdido con su novia –que envidia me da el jodío- por los bosques de Irati, y me toca sustituirle.
Es de justicia.
Con todo, había dejado un paréntesis para disfrutar de las cosas del corazón.
Había planeado viajar con mi hijo, y mis nietos, y mostrarles -de primera mano- el prodigio de la naturaleza y el desquicie humano que representa el pueblito de Setenil de las Bodegas. Aconsejo a sus mercedes no morir sin visitar este lugar. Menos Praga –no lo digo por nadie- y más pueblos blancos… que diría doña Concha.
Luego extenderme unos kilómetros en el espacio para llegar al Santuario de la Virgen de los Remedios, otrora mi tótem protector, y presentarle a mis niños.
No fue posible. Perdidos en un recóndito recoveco de Setenil, Jack decidió que hasta allí habíamos llegado… el muy hijo de puta. La verdad es que había avisado unos días antes, pero un lumbreras de la Renault minimizó el percance y poco menos que me puso de torpe. Ya me veré las caras con él.
Jack, en lo mejor del día, decidió que ya no arrancaba más. Problema eléctrico. Día arruinado. [i]Pin de Autenticidad…[/i] rezaba el ordenador de a bordo. ¿Y yo qué coño sé cuál es el pin ese?. Hubo más recochineo, pero les voy a ahorrar los detalles.
Una grúa de asistencia en viaje, a la que le costó encontrarnos lo que no está en los escritos se hizo cargo del traidor. El resto de la expedición, en un taxi proporcionado por la aseguradora, devolvió a los ocupantes a su lugar de origen. Mi hijo, que llevaba su propio vehículo, no se vio con ánimo de seguir la aventura.
Les cuento esto para el que tenga in mente comprarse un Renault. Jack sólo tiene dos años.
El Ibiza, mi querido Ibiza, nunca me dio puñalada trapera como esta. Veremos lo que me dicen el lunes en el servicio oficial.
A la vuelta –a lomos de la grúa… por dios que despropósito- nos encontramos con el ambiente de la tradicional Goyesca de Ronda. Despedida de los ruedos de Francisco Rivera, hijo, nieto y biznieto de toreros. Si no cabía un alma en la localidad, imaginen en la plaza. Los rondeños, vestidos para la ocasión, esto es, traje y corbata; que la ceremonia es importante y la liturgia más. Me hubiera gustado estar de humor para viborear por allí.
Cuando regresé a casa eran las seis de la tarde. Sin comer y con una decepción tan alta como el Veleta.
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