La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


.

4/5/10

la abuela Esperanza

Alguna vez me da en pensar que somos un pelín raros. La rareza es una forma suave de explicar, o justificar, que tuvieran que pasar casi sesenta años para que reparase en ella, en mi abuela Esperanza.
Nunca, al menos que yo recuerde, estuvo la abuela Esperanza en mi vida. La distancia y, supongo, los posibles, nos mantuvieron alejados el año escaso que coincidimos en este planeta de vivos. Luego, sencillamente, nadie se preocupó de que yo hiciera memoria de ella.

Así que he tenido que plantarme en los umbrales de la vejez, más vale tarde que nunca, para hacer gala de esta afición mía a nadar contra corriente y subvertir lo que se daba por natural; que era vivir en el desconocimiento.
Es cierto, desde luego, que en igual situación se encuentra el abuelo Eugenio, pero sólo sé salvar una memoria de cada vez.
Y no conozco mejor manera de remediar el entuerto, de presentar a mi abuela las excusas que merece, que traerla a La Vidriera, lugar donde no sólo será recordada por mí, sino por sus nietos, biznietos y tataranietos, si es que tienen a bien asomarse algún día a contemplar estos cristalitos.


No sé si será serio mezclar a mi abuela con los indios, pero aquel año pocas cosas más importantes pasaron y tampoco yo soy un tipo serio.

Cuando aún no se habían apagado en los mentideros los ecos de que el general Custer y su séptimo de caballería –fíjese su merced de que tiempos le estoy hablando- habían sido aniquilados por 2.500 indios de varias tribus comandados por el jefe Caballo Loco, venía al mundo en la aldea de El Pozuelo, la noche del 5 de Octubre de 1876, la abuela Esperanza.

Doy por seguro que sus padres, Nicolás y Matilde, ni nadie en El Pozuelo, ni en Riotinto, ni siquiera en Huelva entera, estaban muy al tanto de quien era Custer y sus trajines con los indios, cosa de no tener telediarios, pero son dos importantes sucesos que ocurren paralelos en el tiempo y no es cosa baladí dejar de relacionarlos.
La abuela Esperanza a los 26 años.

Como por aquellos tiempos se bautizaba todo lo que era capaz de moverse, no iba a ser menos la niña y en la iglesia de El Pozuelo, ante una tal Patricia Delgado que consta en acta da fe de su nacimiento, le fue impuesto el nombre de María Isabel Esperanza Vélez de la Banda. Luego en el registro civil le quitarían el Maria Isabel y se quedaría en Esperanza, a secas, que tanto nombre era un lujo para aquella época de penuria. Sirvieron de padrinos, a ver que remedio, Emilio y Eugenia, vecinos de Riotinto y firmaron como testigos Juan y Eulogia Domínguez.


La infancia de la abuela Esperanza, su niñez, se nos ha perdido en el tiempo; como se perdieron el general Custer, sus soldados del séptimo de caballería y los propios indios, pero nos consta que toda ella, como su vida entera, transcurrió en El Pozuelo.

No me cuesta trabajo imaginarla al contemplar las fotografías, cercanas para mí, de Gustavo Gillman, un ingeniero de minas inglés que fotografío la vida rural de Almería a finales del siglo XIX.

La niña se casó no ya tan niña, a los 31 años. El elegido fue Eugenio Francisco Domínguez García, hijo de José y de Rita, y cinco años más joven que ella, cosa extraña de imaginar en aquellos tiempos. El 4 de febrero de 1907, en la iglesia de El Pozuelo –cómo no- y tras pronunciar los protocolarios “si quiero” ante el cura don Pedro Ramos Lagares y su Jefe, y de que firmaran como testigos Francisco Feria Conejo y Leopoldo Vélez de la Banda, este último hermano de la novia, fue día de boda y celebración en la aldea.
No es de extrañar que, el arroz a punto de pasarse, los recién casados se aplicaran de lleno a sus deberes, resultado de los cuales irían viniendo al mundo Manuel (que moriría en la guerra civil), Teodora, José y Andrés, al que todo el mundo llamaba Emilio..., supongo que por cosas de los pueblos. Luego ya no hubo lugar a más arroz, o este se pasó definitivamente.

La memoria de la gente la recuerda como una mujer alta y delgada, vestida de negro y con un pañuelo a la cabeza, costumbre de los tiempos.

También la recuerdan extremadamente alegre, y a la que siempre se la veía con una cesta de mimbre en la mano y las llaves de la iglesia del pueblo en la otra. Recuerdan igualmente que se levantaba a las 5.00 de la mañana para aviar los animales y la casa. A las 7.00 anunciaba “el alba” en las campanas de la iglesia, se iba al campo a trabajar con las bestias y sobre las 12.00 volvía al pueblo para tocar “angelus”. Marchaba de nuevo a sus quehaceres y a las 14.00 horas volvía a la iglesia para tocar “vísperas”.
Sus tardes transcurrían ocupada con nuevas faenas y a las 20.00 horas de nuevo estaba en la iglesia para tocar “el rosario”. Acabado de rezar el rosario tocaba “ánimas” y… hasta el día siguiente.
Tanta campana, tanta iglesia y tanto rosario hacía decir a la gente que era más beata que el cura.

Dado su carácter jovial, cuando llegaban los carnavales era de las primeras en disfrazarse. Lo hacía vistiéndose de gitana de las que pedían por los pueblos, y se adornaba con una trenza larga que fue de su madre. A los niños les tiznaba la cara con carbón para disfrazarlos y solía llevar en la cesta un pedazo de pan y un trozo de chorizo. Cuando alguno decía que tenía hambre les refregaba el chorizo por la boca, pero no permitía que ninguno de ellos le diera un bocado, única manera de conseguir que el trozo de chorizo durara todo el carnaval.

No era la abuela Esperanza mujer de penas, aunque las tuviera como todo el mundo. Por el contrario, era frecuente verla contando chascarrillos. De tener alguna aflicción, su confidente era su vecina Isabel; pero poco dada al chismorreo, cuando la hacía partícipe de alguna confidencia, siempre le añadía: “Y de esto chitón, que está padre en el cajón”.

Una hepatitis crónica acabó con su vida el 2 de Noviembre de 1954, con 78 años, en El Pozuelo. Tenía yo algo menos de dos años y no pudo llegar a conocerme. A su lado estaban su yerno Emilio Delgado, marido de la tía Teodora, y José Domínguez, uno de sus hijos.
-Descanse en paz, susurró en voz baja don Manuel Pérez Rivera, el cura que le dio sepultura.

Con el último “intro” de mi portátil al escribir esta crónica pretendo reparar, en lo posible, dos dolores de corazón; el de mi abuela y el mío propio.
¡Va por ti, abuela!

A los 65 años



Agradecimiento:
Este cristalito no hubiera podido subir a La Vidriera sin la colaboración, absolutamente indispensable, de mi prima Elena, tan diligente como guapa, a quien agradezco de veras se tomara la molestia de recopilar –por un capricho de su primo- la totalidad casi de los datos que se ofrecen.
Apunte para ratones de biblioteca:
Investigando por la otra parte del árbol genealógico, he dado en averiguar –gracias al tío Antonio Moreno… el único que guarda memoria a estas alturas- que mis bisabuelos, los padres del abuelo –por parte de madre- Bartolomé, se llamaban Juan Moreno Rubio e Isabel Téllez Vega.- Ambos eran de Jiméra de Libar (Málaga) pero vivieron mucho tiempo Teba, con último domicilio en calle Antequera nº 9. Él era capataz de Vía y Obras de Renfe.- Marchaba al tajo en un borrico y completaba jornadas de trabajo de sol a sol durante quince días.- Volvía a casa para apañar ropa y cuerpo y regresaba de inmediato al tajo.- La abuela Isabel tuvo seis hijos (Bartolomé, Juan, Isabel, Dolores, Francisca y Francisco) y todos trabajaron en la Renfe.


16jul-122*
Aquí teneis una foto de los dos, facilitada igualmente por el tío Antonio.

No hay comentarios: