Este capítulo, epílogo de las crónicas, quizás no debiera llamarse así, pero tampoco veo la necesidad de buscar titulares donde debería haber contenidos. Dejémoslo estar.
En mi mocedad viví en Soria un considerable número de años. Soria me trató bien, es una ciudad pequeña y pulcra, acogedora, limpia... pero al final pudo más la llamada del mar nuestro. Siempre el mar.
(*) Pongan sus ojos en el horizonte, por Dios, es el Monte de las Ánimas.
Casi todos los recuerdos que almaceno de aquellos tiempos son agradables, aunque la memoria se hace perezosa.
Y de vez en cuando acudo a beber de esos recuerdos; cielos limpios, calles solitarias, amigos entrañables, frío en la cara y don Antonio en el ambiente. Siempre don Antonio.
... conmigo irás mientras proyecte sombra mi cuerpo,
y quede a mi sandalia arena.
He vuelto a pasear la orilla del Duero, allá por San Saturio, tomar café en el Espolón con mi amigo Barrón, recogerme en San Juan de Rabanera y llorar en Leonor todos los sueños que pudieron ser y no fueron.
Soria sigue bien conservada y los años le van sentando bien. Cuando uno sea ya ceniza del hogar de alguna mísera caseta, seguirá valiendo la pena a los que nos siguieron hacer por conocer esta ciudad que enamora, como vuelven cada año las cigüeñas que, agradecidas, colocan sus nidos en las espadañas de cada iglesia.
Soría, pura cabeza de extremadura, donde anida la cigüeña y la eterna melancolía del mayor de los Machado.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
El olmo seco siempre me sonó a catecismo. Y el caso es que me confieso agnóstico.
Hasta aquí hemos llegado. Las he disfrutado.