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La Vidriera del Mairena
-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente. No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)
-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).
.
Anoche, en el divagar de mi insomnio, he tenido un sueño:
Érase una vez que se era un joven pintor que anhelaba alcanzar la excelencia de sus maestros, y a ello se aplicaba con tesón, voluntad y paciencia. Sus días transcurrían sentado frente al caballete con el pincel en la mano. Un día, a las puertas del museo que frecuentemente visitaba –y que cantó la Triniá- se le apareció el diablo encarnado en musa. Te daré la sabiduría que necesitas a cambio de tu alma, y con una condición.
-Qué condición, preguntó el pintor.
-Los cuadros que pintes, sólo los podrás ver tú.
El joven, harto ya de dar brochazos sin que su arte fuera reconocido le dijo que sí, y firmó la compraventa de su alma con un bote de oleo rojo de la marca Titán.
A partir de aquel día, los cuadros que salían de las manos del pintor eran verdaderas obras de arte. Y uno tras otro se iban acumulando en su taller sin que pudieran ver la luz. Pasaron los años y una natural inquietud se apoderó de su ánimo; él quería que su obra fuera admirada, estimada, puesta en valor pues ese es el fin último del artista. Un día el pintor quiso renegociar el contrato, pero el demonio se le rio en la cara.
-No eres tú quien pinta, soy yo, le espetó el Maligno.
Preso de la rabia, de la ira, de la impotencia, el pintor cogió su cuadro más reciente, se fue a la galería de su mentor y no había hecho más que colgarlo en la pared cuando el óleo se diluyó como si fuese agua. En el suelo quedó un manchurrón informe, espeso y colorido que, además, olía a azufre. Aquella noche el pintor prendió fuego a su taller y a su obra con él dentro.
Me desperté preso de la angustia y reconocido en el artista. Olía a quemado y la cama era la de un demente; no sabía muy bien dónde estaba. En la penumbra, la visión de los objetos de mi celda me fue devolviendo poco a poco a la realidad.
-Coño, ya ni la Dormidina me hace efecto.
Volví a acurrucarme entre las maltrechas sábanas, pero una pregunta se fijó en mi cabeza hasta el amanecer:
-¿Dónde van los besos que no se dan, quiero decir… los cuadros que nunca se exponen?
Me contestó un amigo que quedan en el alma del autor. Pero... ¿y si el autor no tiene alma porque la vendió?
Me lo ha vuelto a hacer; el muy hijo de puta. La vez anterior fue en el mes de septiembre de 2017, justo el día en que se celebraba la corrida Goyesca de Ronda… lo recuerdo bien. El muy cabrón nos dejó tirados en una barranquera de Setenil de las Bodegas arruinándonos el día, la excursión, y la madre que lo parió. Fue como hoy, sin avisar, con traición y alevosía. Lo conté aquí mismo, allá por la fecha que señalo.
Esta mañana tocaba Mercadona; tiempos de encierro y cuarentena por el coronavirus. Ello ha contribuido a que mi sueño nocturno, ya de por sí endeble, se haya diluido hasta no existir; he pasado la noche en blanco. Y como una noche da para mucho, repasé mentalmente todos los supuestos, incluido el que ha terminado pasando.
El caso es que a las 9 en punto ya estaba en la cola del Mercadona en la que he pasado una hora de reloj, otra mientras hacía la compra y ya con toda la compra en el interior de Jack, me dispongo a volver a casa.
Que si quieres arroz, Catalina. Justamente lo mismo que aquel infausto día de septiembre de 2017. El ordenador de a bordo comenzó a decirme pamplinas y tonterías y el coche sin arrancar. Otra vez la batería. ¿Es posible que una batería dure sólo tres años escasos?
Llamé a mi hijo y se desplazó con su coche y unas pinzas desde 40 kms. para hacerme un apaño. Pero estos coches, al parecer… tampoco arrancan con las pinzas. O arrancan de una forma que en aquel momento desconocía. Así que tuve que trasladarle la compra –dos carros hasta arriba- de coche a coche y me hizo el favor de llevarla a mi trastero.
Llamé a mi taller de confianza, que debe estar cerrado pues no atendieron mi llamada. Luego llamé a asistencia en viaje y les conté lo que pasaba. Al momento me llamó el gruista, un tipo muy apañao que me sugirió traer una batería nueva y cambiarla in situ para evitar tener que trasladar el coche a ningún taller pues ningún taller está abierto. Así que eso hicimos; en veinte minutos lo tenía allí con la batería nueva y la disposición de cambiármela. Nada que no arreglen 120 euros de nada, que he tenido que apañar en un cajero al que me ha acompañado pues ni él tenía para cobrar con tarjeta ni yo dinero en metálico.
Malaje tiene; Jack, digo. Monto un circo y me crecen los enanos. O eso, o que es martes y santo.