La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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9/11/14

pecas

- ¿Qué buscas de ella?
- Quiero contarle las pecas, Piloto.
La Carta Esférica, Arturo Pérez-Reverte.

Ando apurado estos días. San Silvestre se nos echa encima y he de encontrar textos para el Anuario lo suficientemente buenos como para sostener la mediocridad de mis fotos –dixit, el maestro-. Así que ando sumergido en lo taurino y lo flamenco –así se titulará el volumen-, empeñado en rescatar del pecio de mi ignorancia algo que merezca la pena.
Relevados este año mis incondicionales –si, alguno hay- del engorroso encargo de allanar el camino, me dejo las pestañas y unos cuantos ratos de ocio –tampoco tengo muchos- en conseguir unas peanas lo suficientemente firmes para que el trabajo, por inestable que resulte, no se venga abajo con estrépito.

Así que estaba el otro día, muy a primera hora, en la biblioteca que me sirve de refugio, 2ª planta, sección de Etnología y Etnografía. Como era el único usuario a esa hora, me acomodé en un lugar que me aovilla de forma particular, frente a un ventanal con el edificio de Ministerios haciendo sombra.

No había aun calentado la silla cuando accedió a la sala una chica de aspecto desenvuelto. Diecisiete o dieciocho años, melena pelirroja, sobrepeso evidente, gafas de pasta naranja y un millón de pecas en la piel. Podría haberse sentado en cualquier otro lado, el espacio entero estaba a su disposición, pero eligió sentarse frente a mí. Susurró un quedo buenos días y esparció sus libros y apuntes sobre la mesa.

A esas alturas estaba uno a vueltas con la intrigante y sorpresiva vida de Ana Amaya Molina (a) Anica la de Ronda, de quien ya les hablaré otro día que venga al caso; pero pronto hubo algo que llamó mi atención e hizo que todo lo demás quedara en no ya un segundo plano… sino un tercero o un cuarto.
La chica que se sentaba frente a mí, estudiante de química a juzgar por los apuntes que barajaba, había decidido a modo de festejo matinal, mostrarme sus exuberantes y bien formados pechos.
Y uno, claro está, quiso contarle las pecas.

Se volvió a producir aquella situación frecuente en la pista del tenis cuando la de al lado está ocupada por alguien con las piernas bastante más bonitas que las tuyas.
Y, lo sé por experiencia, no se puede estar en misa y repicando.
Así que, abandonado a la contabilidad, transcurrió la mayor parte de la mañana.
No crean que lo lamento, no. El caer en estos pecados, sin arrepentimiento posible, es la causa de que uno también –dixit, Fito- no le rece a la Virgen de la Locura.

Si yo no les trajera, como suelo, la prueba documental, alguna de sus mercedes –incrédulos irredentos- apostillaría que vuelvo a hacer un ejercicio de estilo. Dame tu dedo, Tomás, y clávalo en mi llaga.

pecas -priv-

El original de la fotografía, como ustedes pueden suponer, tiene un campo más amplio. Pero ni puedo ni quiero identificar a la modelo.
Estas cosas quedarán, como casi siempre, entre usted y yo.

2 comentarios:

Dorita/Alh. dijo...

Hola Maestro, las pecas si, tienen gracia, me gustan, pero a mi se me quitaría la gana de contarlas, fijándome en las manos, con esas uñitas bbbbbrrrrrrr!
Aunque para gustos..........
Bss

Juan de Mairena dijo...

Amiga Dorita: Habiendo jamón... ¿quién se entretiene en comer lentejas?
Era un chiste malo.