Y esto puede valer como banda sonora; espero no le distraiga de lo principal,
Cada tarde, al toque de oración, una sección del cuartel de infantería situado a escasos 300 metros, con escuadra de gastadores y banda, se dirigía en formación militar hasta el lugar de La Verja donde ondeaba la bandera española. Allí, con el debido protocolo, la bandera era arriada y trasladada al cuartel, donde permanecía hasta la mañana siguiente, en que era izada con igual ceremonia. Así un día tras otro, de lunes a domingo.
Les estoy hablando del año 1976. El acto era seguido por una multitud de curiosos que se congregaba en el lugar para asistir al singular rito.
Uno, que por entonces vivía en Algeciras, vivió algunas de aquellas tardes.
Personalmente, lo que más curioso me resultaba de toda aquella parafernalia, era como los bobby’s del otro lado de la verja, que momentos antes habían retirado la bandera británica sin más historias, se cuadraban y permanecían firmes y en la primera posición del saludo hasta que la bandera española bajaba de su mástil. Cortesía británica, supongo.
Luego venía la comunicación, a voz en grito, entre familiares y amigos residentes a uno u otro lado de la frontera, tierra de nadie de por medio. Este espectáculo, al contrario del que les contaba, no sólo no me gustaba… sino que me deprimía. La razón de la sinrazón. Los mismos pañuelos que servían para hacerse ver, luego valían para secarse las lágrimas.
Habían pasado siete años desde que don Gregorio López Bravo -con dos cojones y la anuencia de don Paco- había cerrado a cal y canto la frontera. Por un tuerto me saco un ojo, se habría dicho. En ese tiempo, que yo recuerde, sólo una vez se había abierto la verja. Y fue para permitir el paso a una ambulancia que trasladaba una británica cuya vida corría serio e inminente peligro y que fue intervenida quirúrgicamente en el hospital de La Línea.
Así de chulos éramos.
Luego vino la democracia, y la modernidad. Se abrió la valla… oh… que bien. Algunas cosas ganamos, si. Ya podíamos llenar el depósito de combustible y comprar tabaco a precio de colonia –no se les ocurra comprar cualquier otra cosa en la roca-. Pero ellos, los británicos, ganaron más. Nosotros volvimos a nuestra vieja costumbre de bajarnos los pantalones, cualidad esta que… como la de montar en bicicleta, es algo que no se olvida.
-el peñón de la ignominia, desde la playa de Estepona
Les ahorraré los detalles históricos, los pueden consultar en cualquier Wikipedia. Valga el resumen de que fue ocupada en 1704 por una escuadra anglo-holandesa, con la ayuda de una peña del Barcelona, y con el fútil pretexto de entregarla a Carlos III que por entonces hacía oposiciones a Rey de las Españas.
El Tratado de Utrecht, unos años más tarde, la cedió a la corona británica; muy lejos pues el propietario del postor original.
Si me parece conveniente recordarles algunos detalles:
Fueron los ingleses los que levantaron la barrera fronteriza, luego bautizada por los lugareños como La Verja.
Fueron los ingleses los que construyeron el aeropuerto apropiándose, unilateralmente, de parte de la zona de nadie.
Fueron los ingleses los que, ganando terreno al mar, extendieron la plataforma del Peñón adentrándose en la bahía de Algeciras.
Fueron y son los ingleses los que nos impiden pescar donde siempre lo habíamos hecho.
Han sido los ingleses los que, un día si y otro también, nos buscaron la lengua y las manos, ante nuestra proverbial incapacidad para responder. Se mueve uno mal con los pantalones en los tobillos.
Han sido los ingleses, los gibraltareños, y los propios llanitos, los que nunca nos trataron de igual a igual en un pacto llamado a ser tripartito.
Podremos perder los pantalones, pero no el sentido del humor.
También parece oportuno recordarles que en el dichoso Tratado –único documento del que se deriva la soberanía británica- se recoje explícitamente que:
- sólo se ceden la ciudad y el castillo de Gibraltar junto con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen; España no cedió el istmo, las aguas territoriales o el espacio aéreo supra yacente.
- la cesión se efectúa sin jurisdicción territorial alguna para Gran Bretaña;
- la cesión se realiza sin comunicación alguna por tierra con el resto de España; y - España tiene un derecho preferente para recuperar este territorio en el caso en que la Corona británica decida darlo, venderlo o enajenarlo de cualquier modo.
Y finalmente que la colonia de Gibraltar, porque es una colonia, no forma parte ni de la Unión Europea ni del espacio Schengen, extremo este último muy a tener en cuenta por si algún pollinfla indocumentao viene en alegar algo sobre el paso de fronteras.
Gibraltar, lo saben, es un lugar condicionado, muy condicionado.
A Gibraltar hay que llevar hasta el agua que se beben. Por esa razón, los años de verja cerrada le costaron a Su Graciosa Majestad un buen montón de libras esterlinas.
¿Qué ganamos a cambio? Absolutamente nada. Como los macacos del Peñón, que saltan cuando les lanzas cacahuetes, nosotros saltamos cuando nos prometieron que seríamos europeos. De cuarta fila, pero europeos.
Ahora, centro financiero, paraíso fiscal, ombligo del narcotráfico y destino de un turismo añejo, rancio y limitado, muy limitado, Gibraltar no debería ser para nosotros más que la Cueva de Alí Babá.
Pero hasta Alí Babá se puede mofar con absoluta impunidad de quien sabe que no le van a perseguir.
Se corre mal con los pantalones en los tobillos.
- la roca desde Piedra Paloma.
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