La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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18/10/11

la historia según Mairena; doña Ana

Esta mañana, que me he levantado histórico, voy a hablarles de doña Ana.
Doña Ana de Mendoza de la Cerda –con perdón-, condesa de Melito; personaje al que me ha llevado, por aquello de la lógica contagiosa, el machaqueo continuo al que me someten con la vida de otra aristócrata, doña Cayetana, tan avanzada a su tiempo como mi protagonista.

Doña Ana, de quien cuentan las crónicas que estaba de toma pan y moja, casó por imperativo social a los doce años con un portugués pleyboy y gilipollas que nada más bajar del altar se marchó a estudiar inglés a la city –de ahí lo de gilipollas-, circunstancia por la cual Anita se plantó en los 17 sin comerse otras roscas que las que su natural curiosidad y deseo le proporcionaron. Y, también a decir de las crónicas, se comió unas cuantas.
No sería justo dejar de mencionar que cuando el portugués regresó, con el inglés ya aprendido, recuperó el tiempo perdido y le hizo a doña Ana diez hijos como diez soles.

Por esas, y otras nimiedades, se llevaba a partir un piñón con otra top-woman de la época, Teresa, Teresita de Ávila, ya saben… aquella del vivo sin vivir en mí.
Tan a partir se llevaban que las lenguas –malas, desde luego- aseguran que en alguna que otra ocasión se agarraron de los pelos, para jolgorio de la corte de Felipe II, el buen rey.

Buen rey que no dudó en encerrarla durante largo tiempo en el palacio ducal de Pastrana.
Aquí la historia se muestra confusa; no quedan claros los motivos que llevaron a Felipe a firmar la orden de encierro. Algunos historiadores apuntan a la vida desenfrenada de doña Ana una vez enviudó, otros a que se metió en política y se afilió al partido republicano. Mis pesquisas sobre el asunto, que beben de fuentes de todo mérito y confianza, apuntan más bien a un ataque real de huevos una vez el monarca recibió la negativa de doña Ana a que plantara nabos en su huerto y si se lo permitiera, sin embargo, a su secretario Antonio Pérez; hombre este que podría poseer nabos de extraordinaria calidad, pero no era más que secretario.

Allí, encerrada en aquel caserón, doña Ana vivió los últimos años de su vida asomada al balcón desde el que se le permitía –una hora al día- la contemplación de la vida alcarreña. Es por eso que aquella plaza, desde entonces, se conoce por la Plaza de la Hora.

Contemplación -he dejado a propósito este apartado para el final- que sólo podía hacer a través de su único ojo con visión, el izquierdo. Leerán por ahí que el derecho lo perdió, de niña, en desafortunado lance de una sesión de esgrima. Más mentira que el evangelio.
El ojo lo perdió en el transcurso de un partido de fútbol femenino. El entrenador del equipo contrario, Mouzinho, portugués y colega de su marido, enterado de las fogosas andanzas de doña Ana, quiso vengar las afrentas a su amigo y lo hizo metiéndole un dedo en el ojo en el transcurso de una algarada tras que el árbitro pitara un discutido penalti. Sólo le castigaron con dos partidos de suspensión.


De la hora.

Palacio Ducal de Pastrana.- Guadalajara.- Plaza de la Hora.- Balcón de la Princesa.

1 comentario:

Victor Domínguez dijo...

La plaza de la hora, recuerdo gloriosos partidos de futbol en esa plaza, con Nalo, Javi y Fernando Camara, Patiño, Javi Salanova... y otros de los que conservo caras pero no nombres... También recuerdo alguna aventura dentro de Palacio en busca de fantasmas, y las regañetas de Don Licinio(el cura del pueblo)...