Disculpen que les hable bajito, es que no me sale la voz del cuerpo… aún.
Desde ayer conozco la sensación –ad litere- de lo que uno pasa cuando le arrancan la piel a tiras.
También sé, esto ya de antes, que el hombre es el bicho que tropieza dos veces en la misma piedra. Pocos días antes de practicarme la vasectomía, un amigo, pongan lo de amigo entre comillas, me aseguró:
-No te enteras de ná.
Llevaba razón. Tras recibir cuatro banderillas negras en el perímetro de los huevos, a modo de anestesia, perdí el conocimiento y cuando desperté –ya en la sala de reanimación- lo mismo daba que hubieran hecho una vasectomía, una ligadura de trompas o una capadura en toda regla. Ni que decir tiene que a este "amigo" no he vuelto a dirigirle la palabra.
Ayer pasó algo parecido. A las cinco de la tarde, hora taurina y premonitoria donde las haya, estaba citado en el Instituto Glamourmen para depilarme la espalda… a la cera.
Vaya por delante que uno es hombre de pelo recio, abundante, varonil, algo parecido al hombre-lobo.
Pregunté si iba doler y ella, candorosa, susurró… un poquito. A los quemados de la Inquisición, a los desollados en el potro, debían decirle lo mismo.
Tendido sobre la camilla, decúbito prono, indefenso, me dejé hacer… y la confianza mata.
La marmita de la cera hervía, y el burbujeo de aquel mejunje anaranjado y espeso me puso la mosca detrás de la oreja; luego vino lo que vino.
El primer alarido se oyó –dicen los vecinos- en casi todo el barrio. Cuando ya el grito no era posible porque mi garganta se había secado, se me escaparon dos lágrimas como puños, y cuando quedé sin lágrimas lo que escapó –creo-, al tiempo de un nuevo arrancamiento en las partes blandas, fue un estruendoso peo que debió sonar a alarma de fusión nuclear porque puso a la esteticien en fuga por los pasillos dando grititos de horror, no sin antes tirar la cuchara en el cazo de la cera y salpicar de mala manera la inmaculada limpieza de la sala.
Esta vez no perdí el conocimiento, aunque si la compostura. Me quejé amargamente a la dirección.
De cualquier forma, la culpa no es mía. Estas cosas se avisan, se previenen, se amortiguan, se citan en la publicidad.
-Mira Juanito, que esto duele.
Y ya uno se hace su composición de lugar y sube a la piedra del sacrificio sabiendo que le espera… si es que sube.
Luego lo quisieron arreglar con masajitos en la espalda, caricias varias y mimos comerciales, pero ya el mal estaba hecho; yo ahí no vuelvo.
Camilla de terapia del Instituto Glamourmen. El agujero del centro pueden imaginar para lo que es.
La Vidriera del Mairena
5/8/11
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