Como este año sólo vivo para mis alergias, y es mi deseo que esto no se convierta en la “Guía Perfecta del Ciclero Piltrafilla”, parece el momento oportuno de añadir, a forma de cristalito y por aquello de la variedad, el sucedido que me acaeció hace tan sólo unas horas.
La primavera, o la madre de todas las primaveras, me tienen acogotado. Paso el día en un estornudo, me pican atrozmente la nariz, los ojos y la garganta, duermo mal y navego el día en un estado de semi inconsciencia mas propio de un ser de ultratumba que de un gentleman decente. Tanto es así que mi compañera sentimental es una caja de kleenex.
Para colmo, en un acceso irrefrenable de estornudos, la última costilla flotante se me ha clavado en el músculo serrato y estoy en un dolor que se origina en el costado, se eleva por la subclavia hasta el cerebro donde riza un rizo, baja por el oblicuo mayor, se pasea por la pelvis, desciende por una pierna pellizcando el pectíneo, asciende por la otra, me muerde en los huevos y vuelve a clavarse en el costado dolorido.
Con estos antecedentes, resulta que a tenor del tiempo entre primaveral y ártico que disfrutamos en el sur del sur, en mi empresa es preceptivo trabajar con camisa y corbata.
¿Cuándo se ha visto un tarugo con corbata?
A uno, que en su tosquedad, también es alérgico a los trajes y a las corbatas, se le juntó el hambre con las ganas de comer.
La cosa ya empezó a torcerse cuando, después de hacer el nudo de la corbata como media docena de veces, sin encontrar la longitud adecuada, opté por llevarla al modo de Pepe Targa, esto es, ligeramente larga. Se complicó cuando, con cien tareas por atender, decidí que el ir a mear podía esperar un poquillo más.
Cuando el poquillo más ya no daba más de sí, me encaminé -de urgencia, con los rotativos y la sirena puesta- al baño. Pero el baño estaba ocupado.
Y tuve que esperar otra miajilla.
Y la alergia me agarraba por la nariz, por los huevos y por la churra.
Cuando por fin pude entrar al baño, la urgencia había pasado a ser angustia.
No sabremos nunca si fue debido al estado de somnolencia producido por los antihistamínicos, a la precipitación propiamente dicha, o a que la tengo chica y escondía, en definitiva dificultosa de encontrar; el caso es que me vine a mear en el pico de la corbata.
¡Una porquería!
Si un tarugo con corbata es algo bochornoso, un tarugo con la corbata meada es algo deleznable. Opté pues -otra alérgica decisión-, por quitarme la chalina, hacerla un rollo y meterla en mi bolsillo.
Cuando salía del baño, meado, cabreado, y descorbatado, me di de bruces con el Gran Jefe Malrayoteparta.
El Gran Jefe, que no es alérgico, que no tiene mil asuntos que atender porque ya se los atienden otros, que tiene un baño para él solo, y que claro está, no se mea encima, me reprochó de forma explícita y con mucha mala follá que me paseara por ahí sin corbata.
Entre pegarle una patá en los huevos o pegarle una patá en los huevos, vine a decidir -hago memoria y creo que con enajenación mental transitoria- patear la puerta de mi despacho. A resultas de ello, he agujereado la puerta y tengo un esguince en el tobillo derecho.
Y no sé que hacer con la corbata meada.
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