Hace unos días, mientras peregrinaba hacia Yuste con el único objeto de comprobar, sobre el terreno, si lo que había sido bueno para Carlos V podía ser bueno para mí, tope de bruces con el cementerio.
A escasos metros del lugar donde el emperador entregó la cuchara, disimulado a la salida de una curva, se encuentra el cementerio más original de los que yo hubiera podido visitar hasta ahora.
Una placa situada junto a la cancela herrumbrosa de la entrada, abierta de par en par, no deja dudas sobre lo que tenía ante mis ojos: DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF, o lo que es lo mismo, Cementerio Militar Alemán.
Con el respeto que la cosa merecía me adentre por la senda que lleva a su interior hasta quedar atónito con lo que se ofrecía a mis ojos. En una explanada rodeada de olivos, de aproximadamente 80 metros de largo por 50 de ancho se alinean, en marcial formación, 180 cruces de granito negro bajo cada una de las cuales descansan los restos de soldados alemanes que, por una u otra causa, vinieron a morir en territorio español durante la primera o la segunda guerra mundial.
Sobre cada una de las cruces el nombre del soldado, su rango militar, y las fechas de nacimiento y muerte.
Allí no veréis más capillas, más jardines ni más monumentos funerarios. Un sencillo porche y un espartano banco de madera es todo el cobijo que se ofrece al visitante. Los que allí reposan no necesitan de ninguna otra comodidad.
Ya de puestos, y dado que no puedo dejar de lado mi vena cotilla, vine al conocimiento que los que allí descansan son 26 soldados alemanes fallecidos en la primera guerra mundial y 150 de la segunda, por lo general tripulación de barcos hundidos frente a las costas españolas o aviones derribados en nuestro cielo; entre ellos los 36 tripulantes del submarino U-77 que el 29 de marzo de 1943 fue hundido frente a la costa de Calpe por dos aviones británicos con base en Gibraltar.
Como el resto de sus compañeros todos andaban desperdigados por suelo español hasta que en 1980, algún desocupado alemán se ocupó en reunirlos a todos y trasladarlos a un lugar común.
¿Porqué Yuste?
Supongo que, estando donde ya estaban, por cercanía al que fue su emperador, porque el desocupado alemán resultó hispanófilo y porque, definitivamente, como el sol español no hay sol que caliente los huesos.
A escasos metros del lugar donde el emperador entregó la cuchara, disimulado a la salida de una curva, se encuentra el cementerio más original de los que yo hubiera podido visitar hasta ahora.
Una placa situada junto a la cancela herrumbrosa de la entrada, abierta de par en par, no deja dudas sobre lo que tenía ante mis ojos: DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF, o lo que es lo mismo, Cementerio Militar Alemán.
Con el respeto que la cosa merecía me adentre por la senda que lleva a su interior hasta quedar atónito con lo que se ofrecía a mis ojos. En una explanada rodeada de olivos, de aproximadamente 80 metros de largo por 50 de ancho se alinean, en marcial formación, 180 cruces de granito negro bajo cada una de las cuales descansan los restos de soldados alemanes que, por una u otra causa, vinieron a morir en territorio español durante la primera o la segunda guerra mundial.
Sobre cada una de las cruces el nombre del soldado, su rango militar, y las fechas de nacimiento y muerte.
Allí no veréis más capillas, más jardines ni más monumentos funerarios. Un sencillo porche y un espartano banco de madera es todo el cobijo que se ofrece al visitante. Los que allí reposan no necesitan de ninguna otra comodidad.
Ya de puestos, y dado que no puedo dejar de lado mi vena cotilla, vine al conocimiento que los que allí descansan son 26 soldados alemanes fallecidos en la primera guerra mundial y 150 de la segunda, por lo general tripulación de barcos hundidos frente a las costas españolas o aviones derribados en nuestro cielo; entre ellos los 36 tripulantes del submarino U-77 que el 29 de marzo de 1943 fue hundido frente a la costa de Calpe por dos aviones británicos con base en Gibraltar.
Como el resto de sus compañeros todos andaban desperdigados por suelo español hasta que en 1980, algún desocupado alemán se ocupó en reunirlos a todos y trasladarlos a un lugar común.
¿Porqué Yuste?
Supongo que, estando donde ya estaban, por cercanía al que fue su emperador, porque el desocupado alemán resultó hispanófilo y porque, definitivamente, como el sol español no hay sol que caliente los huesos.
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