A mi amigo Antonio Atienza, a mi hermano José Antonio, porque con ellos todo resultó, sino más fácil… si más entretenido.
Bien es verdad que la aventura que hoy les vengo a contar, no se corresponde en el espacio con el título que la cobija, pero si en el tiempo, y me ha parecido oportuno trastear lo imprescindible los recovecos de los recuerdos no fuera a ser que, con las pamplinas, se perdieran los hechos por el desagüe de la memoria.
El caso es que coincidimos Lagartija y este que les cuenta en las faldas de Sierra Bermeja cuando una tarde de sopor, mientras huíamos del calor de agosto a la sombra de una tasca del puerto pesquero y con la excusa de tomarnos un café que sabía a rayos, oímos a un lugareño contar sobre lo ordinario y extraordinario de un lugar que él conocía por “el charco de las nutrias”, paraje este donde no había estado jamás… pero que debía ser la leche.
Así que esta vez, para huir de la amenaza del aburrimiento, acordamos Lagartija y yo que sería bueno salir de guacabaud y llegar a la maravilla esa de Las Nutrias, algo así como Eldorado para el lugareño aquel que dejaba sobre la barra aluminizada de La Escollera, con la ceniza de su cigarro, un espeso sudor impregnado del aroma rancio de una lonja vespertina.
Como todo explorador que se precie, preguntamos y nos documentamos. Por llevar, hasta llevábamos en la mochila –con una brújula regalo del Coronel Tapioca- un primoroso mapa extraído del Internet. Mapa este que nos debía acercar, sin posibilidad de error, al destino programado.
Hasta el límite del territorio civilizado la cosa fue más o menos bien. Algunos dislates en el kilometraje marcado, pero el norte seguía siendo el norte y el sur seguía siendo el sur. Con todo, el mapa debía de estar hecho con el culo, porque rebasado el acueducto sobre la autovía, principio del ignoto territorio, aquello fue Babel.
La brújula marcaba el este y el sentido común el norte, el mapa decía bajar y la ruta sólo hacía subir… y subir… y subir…
La hora del ángelus, agosto, un calor del copón, ni pájaros en el aire, los lagartos emigraron hace tiempo, el mapa en una mano, la brújula en la otra, las gafas –de ver- en la punta de la nariz y una cara de tonto que te cagas.
Pensé en hacer una llamada para contar por donde andaba, pero el móvil no tenía cobertura. Así que asumí que, si por fin sobrevenía el zamacuco, me encontraría el próximo explorador de pacotilla que pasara por allí.
Tanto subimos que coronamos el Puerto de la Mentira, llamado así porque a cualquiera que se lo cuentes te dice que es mentira que tú hubieras estado allí. Y menos en bicicleta.
Coronado el puerto, sin rastro ni de las nutrias ni del charco, observamos que un camino forestal caía al lado norte de la montaña. Nos sentamos a debatir Lagartija y yo y debatimos que, si bajábamos al otro lado… y luego no había salida, y había que volver a subir, lo que subirían serían nuestros restos cuando los levantara el juzgado de guardia de turno.
Así pues, intento fallido, desde allí mismo nos descolgamos en sentido inverso y cuando escribo “nos descolgamos”, pueden interpretarlo en el sentido literal de la expresión.
Incompetentes pero tozudos, el segundo día de guacabaud, una vez utilizado el mapa para limpiarnos el culo y nuevamente documentados con testimonios de gente que una vez oyó, una vez leyó, una vez quiso ir, nos pusimos de nuevo en el camino. Esta vez por otra ruta. Esta vez… también nos perdimos.
Perdidos andábamos cuando vimos acercarse un ciclero en sentido contrario al que seguíamos. Nos contó, mira tú que cosas, que él también andaba extraviado, que venía ni dios sabía de donde, que llevaba dos días con el bañador y la toalla en la mochila y, pese a ser aborigen del lugar, aún no había podido meter las patitas en el agua.
Tomamos buena nota de sus desventuras y rectificamos nuestra ruta en base a lo que nos contaba. Colocamos al Lebrijano en la banda sonora, calle arriba… calle abajo, y seguimos camino. Al llegar al cauce seco del río, vinimos a dar con quien Lagartija dio en llamar “el último mohicano”, y ello en base a su tez aceitunada, su vestimenta tipo “el corte chino”, su gorro modelo Cocodrilo Dundee, y porque detrás de donde él vive ya no vive nadie.
Fue allí donde tuve que dejar a Lagartija. Hay parajes que ni las más intrépidas bicicletas pueden hollar. La deje oculta entre unos arbustos, le acaricié la rueda trasera y me perdí cauce arriba, saltando entre matas y roquedal.
A los trescientos metros de escalada el agua salió a mi encuentro. Primero tímidamente, luego saltando con alegría, finalmente de modo torrencial y desinhibido. A unos dos kilómetros de donde dejé a Lagartija, me sorprendió la naturaleza. Al coronar un alto de roca de unos dos metros de altura, me asaltó la belleza agreste, silenciosa y solitaria, de lo que yo creí mi destino; una piscina natural de agua de montaña.
Como no tenía quien inmortalizara el momento, quien diera memoria de mi logro, coloque la mochila a la orilla del agua, le acomodé la gorra y las gafas de sol… y disparé la cámara. Valdría para documentar que yo, piltrafilla pero tenaz, había estado allí. Fue algo así como clavar el piolet y la bandera en la cima del Everest.
Y volví sobre mis pasos.
Y se lo conté primero a Lagartija. Y después a todo el que me quiso escuchar.
Y entre los que me escucharon, estaba quien sabía. Quien sabía más que yo… que deben ser muchos; pero este estaba en el lugar y tiempo adecuado, no perdiendo tiempo en chafarme la ilusión.
Así que no tuvo reparo en contarme que lo que yo creía el charco de las nutrias no era más que el charco de las extranjeras. También de admirar, pero ni mucho menos el afamado paraje natural que yo perseguía.
Nos vimos en la necesidad de programar una nueva salida, un nuevo itinerario, unas nuevas ganas y un renovado afán para descubrir la luna.
Esta vez viajamos acompañados de mi amigo Antonio Atienza, tenista cualificado pero igual de ciclero piltrafilla que el que les cuenta, y del Bosco Chico… que le ha cogido gusto a esto de explorar a golpe de pedal.
A estas alturas ya he consumido la mitad de las letras de que disponía, como entonces la mitad de las fuerzas a emplear… así que habrá que resumir.
Está lejos, bastante lejos, no viene en los mapas –en ningún mapa-, no es aconsejable subir en agosto pero… ojo… en invierno puede ser peor. También hubo un punto en que tuvimos que abandonar las bicicletas y continuar a golpe de zapatilla.
Hubimos de caminar.
Hubimos de escalar, descender, vadear, nadar.
Pero mereció la pena. Lo que hicimos no es sino el precio, rebajado al día del espectador, de lo que nos esperaba al final… EL CHARCO DE LAS NUTRIAS.
Y para que sus mercedes no piensen que les estoy contando milongas, me he permitido –con sumo gusto- dejarles el adjunto reportaje fotográfico.
Para que metan el dedo en la llaga… y se mueran de la envidia.
He vuelto al lugar el 1 de septiembre de 2012.
Ha sido reconfortante porque pude comprobar que han limpiado –a conciencia- la zona. La última vez que visité el lugar, hará ocho o diez meses, aquello se había convertido en un estercolero gracias a la sensibilidad de los senderistas del todo a cien, aquellos que llegan con el coche hasta la orilla misma del río Castor, donde ya es imposible continuar más arriba y no tienen más remedio que echar las patitas –nunca mejor dicho- abajo. Veremos cuanto dura.
Llegar hasta el corazón mismo de la Charca de las Nutrias viene a ser una experiencia religiosa, que cantaría el Iglesias; aunque aconsejo no hacerlo nunca solo… por si los accidentes.
No puedo ni quiero sustraerme al placer de traerles dos nuevas fotos de esta excursión, acompañadas del ruego de que protejamos el lugar.
La Vidriera del Mairena
24/9/10
crónicas batuecas (2) / la torre de Aliseda.
Hoy tocan documentales de la 2. No es bueno que todo sean pedaladas y aventuras tipo tras el corazón verde.
Así que les hablaré de torres; de una torre en particular, la última que llamó mi atención.
Yo la bauticé como la Torre de Aliseda, pero en realidad se denomina Torre de la Higuera, a medio camino entre Malpartida y Aliseda.
Su ruina se levanta en un páramo desprotegido, fuera de elevación alguna que no sea una formación rocosa de muy baja altura y más baja situación estratégica. En su base se adivina el opus incertum*, propio de los campamentos romanos, lo que hace pensar que pudo ser un puesto defensivo, o una torre vigía, en el camino de Medellín a Alcántara cuando las legiones romanas pacificaban Iberia como ahora las nuestras pacifican Afganistán, sólo que entonces no salía en la CNN.
Por la poca o nula documentación encontrada sobre la torre, parezco deducir que tanto a la administración, como a su actual propietario –formó parte de varios señoríos- como a los lugareños, les importa un huevo de pato. O sea, que de aquí a tres días de la torre no quedarán mas que los sillares (si colaboran las cigüeñas, uno y medio). Y quedarán los sillares si, como en otros sitios ya ocurrió, no son expoliados para emplearlos en otras construcciones más del tipo casita de fin de semana.
Las torres vigías, como las ruinas, son algo que siempre han llamado mi atención. Ustedes, muy suspicaces, enseguida lo relacionarán con el impulso fálico tan tópico de la gente primitiva. Por aquí, por el sur del sur, tenemos innumerables muestras de ellas… aunque de distinto origen pues casi todas se levantaron como defensa a las incursiones piratas de los seguidores de Alá. Les he dejado repetidas muestras en el lugar de la red donde colecciono estampitas.
¿Que porqué les cuento esto?
Muy posiblemente porque nunca vuelva a pasar por el lugar, el tiempo cada vez da para menos.
Y si no lo cuento… dentro de unos años –pocos ya- encontraré la fotografía en una caja de cartón y mis conocimientos sobre la torre de Aliseda se habrán ido por el desagüe de la memoria.
(*) Del latín, obra irregular. Que venía a ser, traducido al cristiano, que la obra se hacía con la colocación de sillares irregulares ordenados como Júpiter les fuera dando a entender.
Así que les hablaré de torres; de una torre en particular, la última que llamó mi atención.
Yo la bauticé como la Torre de Aliseda, pero en realidad se denomina Torre de la Higuera, a medio camino entre Malpartida y Aliseda.
Su ruina se levanta en un páramo desprotegido, fuera de elevación alguna que no sea una formación rocosa de muy baja altura y más baja situación estratégica. En su base se adivina el opus incertum*, propio de los campamentos romanos, lo que hace pensar que pudo ser un puesto defensivo, o una torre vigía, en el camino de Medellín a Alcántara cuando las legiones romanas pacificaban Iberia como ahora las nuestras pacifican Afganistán, sólo que entonces no salía en la CNN.
Por la poca o nula documentación encontrada sobre la torre, parezco deducir que tanto a la administración, como a su actual propietario –formó parte de varios señoríos- como a los lugareños, les importa un huevo de pato. O sea, que de aquí a tres días de la torre no quedarán mas que los sillares (si colaboran las cigüeñas, uno y medio). Y quedarán los sillares si, como en otros sitios ya ocurrió, no son expoliados para emplearlos en otras construcciones más del tipo casita de fin de semana.
Las torres vigías, como las ruinas, son algo que siempre han llamado mi atención. Ustedes, muy suspicaces, enseguida lo relacionarán con el impulso fálico tan tópico de la gente primitiva. Por aquí, por el sur del sur, tenemos innumerables muestras de ellas… aunque de distinto origen pues casi todas se levantaron como defensa a las incursiones piratas de los seguidores de Alá. Les he dejado repetidas muestras en el lugar de la red donde colecciono estampitas.
¿Que porqué les cuento esto?
Muy posiblemente porque nunca vuelva a pasar por el lugar, el tiempo cada vez da para menos.
Y si no lo cuento… dentro de unos años –pocos ya- encontraré la fotografía en una caja de cartón y mis conocimientos sobre la torre de Aliseda se habrán ido por el desagüe de la memoria.
(*) Del latín, obra irregular. Que venía a ser, traducido al cristiano, que la obra se hacía con la colocación de sillares irregulares ordenados como Júpiter les fuera dando a entender.
15/9/10
crónicas batuecas / el cementerio alemán
Hace unos días, mientras peregrinaba hacia Yuste con el único objeto de comprobar, sobre el terreno, si lo que había sido bueno para Carlos V podía ser bueno para mí, tope de bruces con el cementerio.
A escasos metros del lugar donde el emperador entregó la cuchara, disimulado a la salida de una curva, se encuentra el cementerio más original de los que yo hubiera podido visitar hasta ahora.
Una placa situada junto a la cancela herrumbrosa de la entrada, abierta de par en par, no deja dudas sobre lo que tenía ante mis ojos: DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF, o lo que es lo mismo, Cementerio Militar Alemán.
Con el respeto que la cosa merecía me adentre por la senda que lleva a su interior hasta quedar atónito con lo que se ofrecía a mis ojos. En una explanada rodeada de olivos, de aproximadamente 80 metros de largo por 50 de ancho se alinean, en marcial formación, 180 cruces de granito negro bajo cada una de las cuales descansan los restos de soldados alemanes que, por una u otra causa, vinieron a morir en territorio español durante la primera o la segunda guerra mundial.
Sobre cada una de las cruces el nombre del soldado, su rango militar, y las fechas de nacimiento y muerte.
Allí no veréis más capillas, más jardines ni más monumentos funerarios. Un sencillo porche y un espartano banco de madera es todo el cobijo que se ofrece al visitante. Los que allí reposan no necesitan de ninguna otra comodidad.
Ya de puestos, y dado que no puedo dejar de lado mi vena cotilla, vine al conocimiento que los que allí descansan son 26 soldados alemanes fallecidos en la primera guerra mundial y 150 de la segunda, por lo general tripulación de barcos hundidos frente a las costas españolas o aviones derribados en nuestro cielo; entre ellos los 36 tripulantes del submarino U-77 que el 29 de marzo de 1943 fue hundido frente a la costa de Calpe por dos aviones británicos con base en Gibraltar.
Como el resto de sus compañeros todos andaban desperdigados por suelo español hasta que en 1980, algún desocupado alemán se ocupó en reunirlos a todos y trasladarlos a un lugar común.
¿Porqué Yuste?
Supongo que, estando donde ya estaban, por cercanía al que fue su emperador, porque el desocupado alemán resultó hispanófilo y porque, definitivamente, como el sol español no hay sol que caliente los huesos.
A escasos metros del lugar donde el emperador entregó la cuchara, disimulado a la salida de una curva, se encuentra el cementerio más original de los que yo hubiera podido visitar hasta ahora.
Una placa situada junto a la cancela herrumbrosa de la entrada, abierta de par en par, no deja dudas sobre lo que tenía ante mis ojos: DEUTSCHER SOLDATENFRIEDHOF, o lo que es lo mismo, Cementerio Militar Alemán.
Con el respeto que la cosa merecía me adentre por la senda que lleva a su interior hasta quedar atónito con lo que se ofrecía a mis ojos. En una explanada rodeada de olivos, de aproximadamente 80 metros de largo por 50 de ancho se alinean, en marcial formación, 180 cruces de granito negro bajo cada una de las cuales descansan los restos de soldados alemanes que, por una u otra causa, vinieron a morir en territorio español durante la primera o la segunda guerra mundial.
Sobre cada una de las cruces el nombre del soldado, su rango militar, y las fechas de nacimiento y muerte.
Allí no veréis más capillas, más jardines ni más monumentos funerarios. Un sencillo porche y un espartano banco de madera es todo el cobijo que se ofrece al visitante. Los que allí reposan no necesitan de ninguna otra comodidad.
Ya de puestos, y dado que no puedo dejar de lado mi vena cotilla, vine al conocimiento que los que allí descansan son 26 soldados alemanes fallecidos en la primera guerra mundial y 150 de la segunda, por lo general tripulación de barcos hundidos frente a las costas españolas o aviones derribados en nuestro cielo; entre ellos los 36 tripulantes del submarino U-77 que el 29 de marzo de 1943 fue hundido frente a la costa de Calpe por dos aviones británicos con base en Gibraltar.
Como el resto de sus compañeros todos andaban desperdigados por suelo español hasta que en 1980, algún desocupado alemán se ocupó en reunirlos a todos y trasladarlos a un lugar común.
¿Porqué Yuste?
Supongo que, estando donde ya estaban, por cercanía al que fue su emperador, porque el desocupado alemán resultó hispanófilo y porque, definitivamente, como el sol español no hay sol que caliente los huesos.
6/9/10
el vicio solitario.
Uno sólo debería asomarse a este lugar, pegar cristalitos, cuando tiene alguna buena fotografía que mostrarles, algo que les pinte una sonrisa, les ilumine el día o sirva, como poco, para contarles algún cotilleo tipo La Noria que les ponga en la pista de que en todas las casas hay un cuadro ladeao. Se ahorraría con ello un buen número de pamplinas escritas y una no menos considerable merma en su prestigio como escritor, si es que alguna vez tuvo de eso.
Si ello no es así, las más de las veces, es porque la fotografía ha quedado impresa en la tarjeta dt –desastre total- del alma y no en la sd de la Nikon. En uno y en otro caso, mal que nos pese a ustedes y a mí, me veo en la necesidad de exponerlas.
Otros van al psicólogo y yo pego cristalitos pero, sin lugar a equivocarme, es la misma cosa.
El caso es que hoy creo que está justificada mi presencia aquí. Hoy les traigo cotilleo de primera calidad. Podía haberla titulado de otro modo, algo más genérico, pero estoy muy influenciado por Don Camilo y se me pegan con facilidad todas las guarradas.
La descubrí hace unos días en un lugar muy frecuentado de mi barrio.
A mí no me parece ni mal ni bien, más bien que mal, pero no deja de sorprenderme que con la cantidad de meapilas y de tiquismiquis tipo “me la agarro con papel de fumar” que hay en mi ciudad, aún no haya puesto nadie el grito en el cielo.
Máxime cuando el graffiti, una verdadera obra de arte por lo expresivo, se encuentra en el obligado paso hacia uno de los colegios más importantes de la zona.
Quizás sea que nos vamos sacudiendo viejos prejuicios o que aún no la haya visto el tonto de turno (pa mi que va a ser lo segundo), pero este año va a comenzar el curso con una clase gratuita de educación sexual.
En cualquier caso lo que si me parece estupendo es la invitación al disfrute, al gozo y a la vida sana. Porque… ¿sabe su merced?... resulta que eso de que se te caen los ojos o te quedas tontito, como tantas otras cosas, ha resultado ser purita mentira… cosas de curas.
Si ello no es así, las más de las veces, es porque la fotografía ha quedado impresa en la tarjeta dt –desastre total- del alma y no en la sd de la Nikon. En uno y en otro caso, mal que nos pese a ustedes y a mí, me veo en la necesidad de exponerlas.
Otros van al psicólogo y yo pego cristalitos pero, sin lugar a equivocarme, es la misma cosa.
El caso es que hoy creo que está justificada mi presencia aquí. Hoy les traigo cotilleo de primera calidad. Podía haberla titulado de otro modo, algo más genérico, pero estoy muy influenciado por Don Camilo y se me pegan con facilidad todas las guarradas.
La descubrí hace unos días en un lugar muy frecuentado de mi barrio.
A mí no me parece ni mal ni bien, más bien que mal, pero no deja de sorprenderme que con la cantidad de meapilas y de tiquismiquis tipo “me la agarro con papel de fumar” que hay en mi ciudad, aún no haya puesto nadie el grito en el cielo.
Máxime cuando el graffiti, una verdadera obra de arte por lo expresivo, se encuentra en el obligado paso hacia uno de los colegios más importantes de la zona.
Quizás sea que nos vamos sacudiendo viejos prejuicios o que aún no la haya visto el tonto de turno (pa mi que va a ser lo segundo), pero este año va a comenzar el curso con una clase gratuita de educación sexual.
En cualquier caso lo que si me parece estupendo es la invitación al disfrute, al gozo y a la vida sana. Porque… ¿sabe su merced?... resulta que eso de que se te caen los ojos o te quedas tontito, como tantas otras cosas, ha resultado ser purita mentira… cosas de curas.
NOTA DEL AUTOR: Desgraciadamente, el graffiti sobrevivió pocos días. El censor de turno no podía permitir semejante impudicia. Su sentido de la moralidad, y su spray de pintura negra, hicieron el resto. No me voy a tomar la molestia de mostrarles como quedó tan original dibujo.
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