He convenido con una de las voces de mi conciencia que sería oportuno traer esta foto a La Vidriera. Semejará una de aquellas fotografías, murales, que con el adusto rostro del antepasado escudriñando cada rincón, sirven de referencia en los salones de las nobles casas.
Tiene la friolera de 125 años, y está tomada una tarde de octubre de 1984.
Da un poco el cante que Lagartija es una bicicleta de última generación y que el fulano que galanamente la sujeta es de la generación que es; por mucho sombrero que el fotógrafo se haya empeñado en colocarle.
Hay otros gazapos, pero no quiero terminar de chafarles el cuento.
Así que, mientras unos examinan la historia, otros nos sumergimos en ella para contarles que no corrían buenos tiempos. Hace 125 años éramos un país tercermundista, y como tal nos sacudió un terremoto que dejó más de 800 muertos en las provincias de Granada y Málaga. A día de hoy seguimos siendo tercermundistas, y los terremotos tienen sus epicentros, principalmente, en las calles Ferraz y Génova de Madrid, para desdicha de todos nosotros.
Hace 125 años los fotógrafos, para retratarte, metían la cabeza debajo de una manta y eran mitad artistas mitad pirotécnicos, disparando a la par de la cámara un chute de magnesio, cortina de humo incluida, que convertía la sesión de fotografía en una de magia.
Ayer tarde uno de ellos se empeñó en recordármelo.
Así resultaban engendros como este, que nos les voy a decir que vaya a ganar ninguna edición del premio nacional de fotografía, pero sirven para que días como hoy, café endulzado con calma, templaico en el sur, el olor del otoño doblando ya la esquina del Cabo, me sirva a mí como excusa para colocar un cristalito en La Vidriera y a su merced, si acaso, dibujarle una sonrisa.
Quedará además testimonio de que, a veces, quise parecer un hombre antiguo.
Tiene la friolera de 125 años, y está tomada una tarde de octubre de 1984.
Da un poco el cante que Lagartija es una bicicleta de última generación y que el fulano que galanamente la sujeta es de la generación que es; por mucho sombrero que el fotógrafo se haya empeñado en colocarle.
Hay otros gazapos, pero no quiero terminar de chafarles el cuento.
Así que, mientras unos examinan la historia, otros nos sumergimos en ella para contarles que no corrían buenos tiempos. Hace 125 años éramos un país tercermundista, y como tal nos sacudió un terremoto que dejó más de 800 muertos en las provincias de Granada y Málaga. A día de hoy seguimos siendo tercermundistas, y los terremotos tienen sus epicentros, principalmente, en las calles Ferraz y Génova de Madrid, para desdicha de todos nosotros.
Hace 125 años los fotógrafos, para retratarte, metían la cabeza debajo de una manta y eran mitad artistas mitad pirotécnicos, disparando a la par de la cámara un chute de magnesio, cortina de humo incluida, que convertía la sesión de fotografía en una de magia.
Ayer tarde uno de ellos se empeñó en recordármelo.
Así resultaban engendros como este, que nos les voy a decir que vaya a ganar ninguna edición del premio nacional de fotografía, pero sirven para que días como hoy, café endulzado con calma, templaico en el sur, el olor del otoño doblando ya la esquina del Cabo, me sirva a mí como excusa para colocar un cristalito en La Vidriera y a su merced, si acaso, dibujarle una sonrisa.
Quedará además testimonio de que, a veces, quise parecer un hombre antiguo.
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