A las cinco de la tarde, como manda la tradición, volví ayer a torear en la plaza de toros de Ronda, la de los toreros machos. Calor a espuertas y sofoco en el ambiente.
Se trataba, esta vez, de despedir a Juanito. Siempre fue Juanito, aunque se fuera pasados con largura los ochenta.
Se fue el hombre que recuerdo delgado y enjuto, serio siempre, sentencioso, capaz de quitarse sus zapatos en plena calle para dárselos a quien caminaba descalzo. Se fue el hombre de andar despacioso y un enorme manojo de llaves colgado del cinturón.
Se fue el hombre enamorao de Ronda y a quien no le fue dado vivir donde quería porque su vida, como la de tantos otros, no le pertenecía. La fue dejando entre las vías del tren, su mujer y sus hijos.
Se fue volando, por marchita, otra de las páginas del libro de mi vida a la que, más pronto que tarde, van a seguir tantas que dejaran sólo las tapas. Y estas, maltrechas.
De camino a Ronda, sobre el mediodía, hice un alto en la estación de Almargen. Buscaba la casa familiar, un recuerdo donde asirme, un regreso a los orígenes, un lugar que reconocer. También he llegado tarde. Donde antes lucía hermosa la casa ferroviaria del sobrestante, ahora sólo queda un solar cubierto de malvas y matojos. Por estas vías ya no pasan trenes que nos lleven a alguna parte. Hay que trasladar el corazón, ley de vida, a otras vías de nuevos trazados.
No sé si Juanito creía en el cielo… mis dudas tengo. Los cielos, o los infiernos, se disfrutan o se sufren aquí abajo. Y no hay más cera que la que arde. Prefiero contarme que fue un hombre bueno.
Se fue en la paz con que vivió y ahora descansa donde quería. A un paso de las vías del tren que tanto anduvo. A un paso de la estación.
A un paso de nuestro recuerdo.
.Se trataba, esta vez, de despedir a Juanito. Siempre fue Juanito, aunque se fuera pasados con largura los ochenta.
Se fue el hombre que recuerdo delgado y enjuto, serio siempre, sentencioso, capaz de quitarse sus zapatos en plena calle para dárselos a quien caminaba descalzo. Se fue el hombre de andar despacioso y un enorme manojo de llaves colgado del cinturón.
Se fue el hombre enamorao de Ronda y a quien no le fue dado vivir donde quería porque su vida, como la de tantos otros, no le pertenecía. La fue dejando entre las vías del tren, su mujer y sus hijos.
Se fue volando, por marchita, otra de las páginas del libro de mi vida a la que, más pronto que tarde, van a seguir tantas que dejaran sólo las tapas. Y estas, maltrechas.
De camino a Ronda, sobre el mediodía, hice un alto en la estación de Almargen. Buscaba la casa familiar, un recuerdo donde asirme, un regreso a los orígenes, un lugar que reconocer. También he llegado tarde. Donde antes lucía hermosa la casa ferroviaria del sobrestante, ahora sólo queda un solar cubierto de malvas y matojos. Por estas vías ya no pasan trenes que nos lleven a alguna parte. Hay que trasladar el corazón, ley de vida, a otras vías de nuevos trazados.
No sé si Juanito creía en el cielo… mis dudas tengo. Los cielos, o los infiernos, se disfrutan o se sufren aquí abajo. Y no hay más cera que la que arde. Prefiero contarme que fue un hombre bueno.
Se fue en la paz con que vivió y ahora descansa donde quería. A un paso de las vías del tren que tanto anduvo. A un paso de la estación.
A un paso de nuestro recuerdo.
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