Hoy vengo de prestado. En la foto y en el texto. No importa. A veces es necesario agachar el culo para recoger algo del suelo. Es un tema que por vivirlo de cerca, siempre me ha preocupado; la necesidad irracional de cobrar en los hijos los sueños que no pudimos alcanzar por vagos o ineptos, tanto da. Siempre es mejor que el esfuerzo o el sacrificio lo haga otro y, pa capataz, valemos casi todos.
Llevaré en el macuto una copia de esta carta, que encontré pegada a una taquilla de mi club de tenis. Pueda que, disimuladamente, tenga que introducirla en el bolsillo de algún energúmeno de los que pueblan las gradas de los recintos deportivos.
"No sé cómo decírtelo. Seguramente crees que lo haces por mi bien, pero no puedo evitar sentirme raro, molesto, mal.
Me regalaste una raqueta cuando apenas empezaba a andar. Aún no iba a la escuela cuando me apuntaste al club de tenis.
Me gusta entrenar durante la semana, bromear con los compañeros y jugar torneos como lo hacen los campeones de la ATP. Pero cuando vienes a los partidos… no sé. Ya no es como antes. Ahora no me das una palmada cuando termina el partido ni me invitas a tomar algo. Estas en la grada pensando que todos son enemigos. Tienes malas caras para los jueces de silla, los líneas, los entrenadores, los otros jugadores, sus padres… ¿porqué has cambiado?.
Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que sólo vale ganar. Ese entrenador, del que dices que es un inútil, es mi amigo, el que me enseñó a divertirme jugando.
El chico que el otro día el entrenador decidió que jugara por mí… ¿te acuerdas?, si papá, aquel que estuviste todo el partido criticando porque "no sirve ni para recogepelotas", como tu dices. Ese chaval está en mi colegio. Cuando lo vi el lunes me dio vergüenza.
No quiero decepcionarte. Y siendo el tenis lo que más me gusta, creo que no tengo suficiente calidad, que soy un jugador como la mayoría, del montón, y que no llegaré a ser profesional y ganar millones, como tú quieres. Me agobias.
Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero… ¡me gusta tanto!
Papá, por favor, no me obligues a decirte que no quiero que vengas a verme jugar".
Llevaré en el macuto una copia de esta carta, que encontré pegada a una taquilla de mi club de tenis. Pueda que, disimuladamente, tenga que introducirla en el bolsillo de algún energúmeno de los que pueblan las gradas de los recintos deportivos.
"No sé cómo decírtelo. Seguramente crees que lo haces por mi bien, pero no puedo evitar sentirme raro, molesto, mal.
Me regalaste una raqueta cuando apenas empezaba a andar. Aún no iba a la escuela cuando me apuntaste al club de tenis.
Me gusta entrenar durante la semana, bromear con los compañeros y jugar torneos como lo hacen los campeones de la ATP. Pero cuando vienes a los partidos… no sé. Ya no es como antes. Ahora no me das una palmada cuando termina el partido ni me invitas a tomar algo. Estas en la grada pensando que todos son enemigos. Tienes malas caras para los jueces de silla, los líneas, los entrenadores, los otros jugadores, sus padres… ¿porqué has cambiado?.
Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que sólo vale ganar. Ese entrenador, del que dices que es un inútil, es mi amigo, el que me enseñó a divertirme jugando.
El chico que el otro día el entrenador decidió que jugara por mí… ¿te acuerdas?, si papá, aquel que estuviste todo el partido criticando porque "no sirve ni para recogepelotas", como tu dices. Ese chaval está en mi colegio. Cuando lo vi el lunes me dio vergüenza.
No quiero decepcionarte. Y siendo el tenis lo que más me gusta, creo que no tengo suficiente calidad, que soy un jugador como la mayoría, del montón, y que no llegaré a ser profesional y ganar millones, como tú quieres. Me agobias.
Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero… ¡me gusta tanto!
Papá, por favor, no me obligues a decirte que no quiero que vengas a verme jugar".
9 comentarios:
¡Que pena! El tema prometía... Pero... ¿Por qué no se apunta a algún taller de escritura?
Mi amigo anónimo está por dar por culo.
Y yo podría, en respuesta, borrar sus intervenciones o bloquear la entrada de comentarios. En principio no voy a hacer ninguna de las dos cosas. Me resbala.
Eso sí, le agradezco -mire usté- que me lea. Y le hago dos consideraciones... a saber:
a) La evidencia le está dejando en muy mal lugar.
b) Debe tener mucha sed de lectura para venír, una y otra vez, a posar sus ojos en estas tonterías.
¿Que por qué no me voy? Pues por caridad, querido amigo.
No me negará usted que, aunque sea una crítica (para nada destructiva, pues creo que ganarían mucho sus historias) mi comentario le he dado vidilla, ¿o no?
Como usted ya habrá podido comprobar, es mucho más destructora la indiferencia que la crítica más pertinaz.
Que tenga un buen día.
Me encantan los "anónimos" porque revelan mucho de quien los utiliza. Con lo facilito que es identificarse, y siempre hay algún amigo de tirar las piedritas y esconder las manos.
Que el señor Mairena no es Cervantes ni se le aproxima, es algo que está clarísimo. Tanto como que al señor Mairena lo que le interesa es contar sus vivencias a su humilde manera, y no darse un baño de pedantería escribana. Quizá sea precisamente ese detalle -su falta de pretenciosidad y de pedantería pseudoliteraria- lo que hace que muchos nos acerquemos a leerle con gusto, porque tiene la habilidad de despertarnos una sonrisa tierna y cómplice; cosa que hace con una sintaxis aceptabilísima y sin faltas de ortografía.
Agropaleto convicto y confeso, el señor Mairena no acostumbra a vestirse de etiqueta, ni llama a las cosas que pasan en su calle "los eventos consuetudinarios que acaecen en la rue".
Y, sin quizá de ningún tipo, posiblemente al señor crítico literario le convendría recordar que "la caridad bien entendida, empieza por uno mismo". ¿Existe un lugar donde podamos aprender de quien viene a dar clases, o con que nos señale las carencias ajenas basta para que demos por bueno que "él sí sabe" y nos quedemos satisfechos?
Qué bien, esto se está animando.
Encantadora Mª del Mar, su defensa lo está rematando.
A ver como se lo explico...
Estará usted de acuerdo en que no es lo mismo escuchar una historia en boca de alguien que tiene la voz melodiosa, armónica, que hace las pausas donde debe y utiliza el tono adecuado que si nos la cuenta alguien con voz de pito, farfullando, gritando, con exceso de velocidad, de parsimonia o lleno de muletillas cacofónicas.
Del mismo modo, la buena escritura tiene que ser capaz de que el lector "oiga" esa voz melodiosa y armónica.
No estamos hablando de literatura, ni de pedanterías. El buen contador de historias (anécdotas o como quiera llamar a lo que el Sr. Mairena cuenta en su blog) utiliza un lengaje sencillo, que no simple. Sabe elegir el verbo adecuado, el adjetivo preciso, y por supuesto no le cabe jamás la pedantería ni la ñoñez.
Que tenga una buena noche.
La señora Mº del mar debe pertenecer al grupo de los palmeros.
¿Se da cuenta de lo que digo sobre los pelotas?
Perdon, le he dado al boton antes de poner mi nombre.
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