De mi trabajo siguiendo la pista del historiador Gerald Brenan me interesó especialmente su relación con Juliana Martín Peregrina, una niña de 15 años cuando él la conoció y con la que mantuvo, a lo largo de los años, algo más que una relación amorosa. Es por ello que seguí investigando sobre esta relación, y no encontré mejor y más fiable fuente que la propia autobiografía de Don Gerardo.
También aporto, como testifical, el trabajo del historiador Antonio Ramos Espejo y su libro Ciega en Granada, que trata precisamente sobre esta relación.
https://www.granadahoy.com/ocio/Yegen-recuerda-Juliana-Gerald-Brenan_0_474553176.html
Decía doña Concha que hay que separar el artista de su obra, y Torrente Ballester que cada uno de nosotros tiene sus gozos y sus sombras. Apunto este detalle porque, a mi juicio, la convivencia Brenan-Juliana deja mucho que desear y casi todos los “debes” caen en la cuenta del escritor, que no queda precisamente como héroe, sino más bien como villano, en este novelón. Al César lo que es del César.
Mi opinión personal es que Brenan, como poco, cosifica a Juliana durante toda su relación. Que no digo yo que tuviera que casarse con ella, pero no hubiera estado de más un trato algo más deferente, máxime cuando tuvieron una hija en común.
Tú, a la vista de las pruebas de cargo, podrás expresar tu veredicto al concluir esta lectura. Por supuesto hay que situarse en la España de 1920/1930, y en la Alpujarra granadina, escenario en el que se desarrollan los hechos. Vayamos a ello…
Este es el momento en que Brenan conoce, aún no bíblicamente, a Juliana. Los trozos subrayados son de mi autoría, para incidir en lo que creo principal.
Juliana -porque así se llamaba- era hija de una vieja bruja que compartía casa en la parte baja del pueblo con un individuo que había sido pastor en otro tiempo. El padre de Juliana había muerto cuando era niña, pero tenía varias hermanastras que se habían marchado de Yegen para buscar fortuna. Cuando la vi por vez primera regresaba de trabajar como criada en un pueblo cercano y como la única manera de verla con frecuencia era contratarla, lo hice al instante, aunque no tenía tareas que encomendarla. Juliana entendió, desde luego, la verdadera razón para tomarla a mi servicio.
Usted y yo ya imaginamos cuál era la verdadera razón; no hace falta ser mucho más explícito.
Por entonces apenas tenía quince años, pero como estaba físicamente bien desarrollada, daba la impresión de ser mayor.
Luego viene el conocimiento personal…
De carácter era muy temperamental. Sus estados de ánimo parecían cambiar a cada momento y, aunque afable e incapaz, de resentimiento, se ponía triste de cuando en cuando sin razón aparente. En gran parte eso se debía sin duda a su juventud y a su cambio repentino de posición y ocupaciones. Además era muy perezosa, le gustaba mucho comer y beber y estaba siempre propicia para cualquier sugerencia amorosa.
Este es el momento del conocimiento bíblico…
Hacía medianoche fui a su habitación y me metí en la cama con ella. Estaba, o parecía estar, profundamente dormida. Traté de despertarla sacudiéndola pero no lo conseguí. Hice entonces lo que había venido a hacer -es decir, el amor- y durante todo el tiempo fingió dormir. Gimió, suspiró y me apretó contra sí, y sólo manifestó estar despierta cuando termino todo.
Para ser la primera vez, no estuvo mal…
Empezaron entonces para mí unas relaciones amorosas como nunca las había tenido. Mis anteriores experiencias sexuales resultaron en comparación meros pasatiempos, que tenían que ver tanto con el corazón o con la cabeza como con el cuerpo; pero aquella chica era una criatura muy sensual y llegó a obsesionarme por completo. Fue mi primer episodio (había de ser también el último) de apasionado amor carnal, y sin embargo tampoco mi cabeza quedaba al margen porque su compañía me encantaba y cada noche que pasaba a su lado sentía mayor afecto por ella. Hacíamos el amor varias veces al día y apenas podía verla sin desear tocarla.
El hispanista va y viene, viaja por otros lados del mundo y, en determinado momento, vuelve a Yegen…
Reanudé mi vida anterior y una vez más me dejé obsesionar por mi amante, de manera que pasaba en su compañía buena parte del día además de toda la noche. Como hacíamos el amor con demasiada frecuencia, el letargo mental que había padecido anteriormente se reprodujo.
No podía vivir sin Juliana, pero con ella era incapaz de llevar una vida racional… ¿Cómo resolver el problema?
Porque, aparte de nuestros excesos amorosos, no era fácil vivir con ella. Como no tenía más de quince años, su nueva posición se le había subido a la cabeza, que nunca tuvo demasiado bien puesta. Se enfadaba y cogía rabietas continuamente, así que a menudo podía decirse que sólo nos iba bien en la cama. Cuando daba un baile para distraerla, se timaba con los muchachos que, amontonados a su alrededor como moscas sobre un terrón de azúcar, la consideraban ya mujer fácil y por tanto caza legar para todos desde que se conocieron sus relaciones conmigo.
No me parece una descripción adecuada y justa para una mujer que era tu amante. Pero hay más…
… había pensado alquilar un piso en Sevilla e instalar allí a Juliana pero el hecho me pareció completamente descabellado. No sólo empezaría a tener aventuras a diestro y siniestro, sino que además sería incapaz de hacer las faenas de la casa. Perezosa y sin la menor disciplina personal, no había aprendido a hacer ni tortillas.
Los jóvenes y hacer el amor eran por el momento su única preocupación y yo no tenía derecho a quejarme ya que la había conquistado precisamente por eso.
Don Gerardo sigue con su vida, con sus viajes, y… entre vuelta y vuelta…
Volví a Orán en camión a través de la seca meseta, y desde allí continué mi camino en tren, autobús y barco hasta Almería. Paco se reunió conmigo en Ugíjar. Me dijo que para poner a prueba la fidelidad de mi amante le había hecho requerimientos amorosos y que ella había accedido inmediatamente. Así que todas las noches había hecho el amor con ella en mi sillón del granero, aunque tomando precauciones para no dejarla encinta. No puedo decir que aquella información me sorprendiera o me apenara gravemente ya que no estaba enamorado de Juliana.
Aquí revela don Gerardo que el hijo fruto de su relación con Juliana fue a instancias de ella…
Al pasar unos cuantos días quedó claro que su aventura con Paco no la había dejado embarazada, así que, como ahora nos llevábamos bien, empezó a insistir más que nunca en que le diera un hijo, cosa que hasta entonces yo había tenido buen cuidado de evitar. Ella quería uno porque las chicas españolas creen que a las relaciones sexuales les falta algo si no hay hijos, pero también porque sabía que si tenía un hijo mío me vería obligado a mantenerlos a los dos durante bastante tiempo.
-Está bien -dije-. Tendrás un hijo. Aquí y ahora. Pero con la condición de que cuando lo destetes me lo darás para que lo eduque en Inglaterra y ya me ocuparé de que no resultes perjudicada por ello. Y hasta que no sepamos con seguridad que estás encinta no saldrás de casa de noche si no es acompañada y no hablarás con ningún muchacho.
Juliana aceptó, y al no tener que contenerme más, me encontré haciendo el amor con renovado entusiasmo y más apasionamiento y asiduidad que nunca. Pero aquel erotismo sin freno desgastaba nuestros nervios en exceso; enseguida empezamos a pelearnos y comprendí que nuestras relaciones se encaminaban hacia su conclusión natural.
Una despedida más…
Juliana se fue a Motril a visitar a un familiar sabiendo que estaba embarazada de mí, y yo salí para Londres un par de días después. Todavía le tenía considerable afecto y me quedé muy triste cuando se marchó.
Llegada a Yegen con Gamel…
… Juliana seguía allí; había cumplido dieciocho años y tenía más atractivo sensual que nunca. La acompañaba su hijita que ya empezaba a andar Acordamos que al cabo de un año Gamel y yo la adoptaríamos.
Y aquí se detalla la despedida definitiva…
… nos pusimos camino de Inglaterra, llevando con nosotros a mi hija Miranda. Era una extraña criaturita, muy retrasada debido a cómo la habían criado y todavía demasiado tímida para hablar con nosotros, pero de algún modo se daba cuenta de que se abría ante ella un futuro mejor y estaba contenta para cambiar de veda, de separarse de su madre, que se ocupaba muy poco de ella. Juliana también se alegró de dejarla porque estaba a punto de casarse.
No parece ser eso según el testimonio de Antonio Ramos en su libro Ciega en Granada…
Juliana se casó y tuvo otros hijos, enviudó y quedó ciega. Murió pidiendo limosna en Granada, con la pena de no haber vuelto a ver a su hija Elena, aquella a la que Brenan le cambió el nombre por el de Miranda, en un intento de borrón y cuenta nueva. Don Gerardo nunca más volvió a ocuparse de ella. Eso sí que fue un borrón. Por cierto, Miranda murió de cáncer a los 49 años, dos meses antes que su madre.
Ahora si creo que está el cristalito completo.
1 comentario:
😍😍
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