Los motivos:
Cuesta trabajo imaginar un guiri british trasplantado a un pueblo de la alpujarra granadina en el año 1900.
Aún cuesta más trabajo, rayando la incredulidad, si te dicen que el fulano agarra en aquella tierra como las propias macetas lo hacen; una decena de años, para ser exactos.
Conocido el amor a primera vista entre el guiri y la aldea alpujarreña, me vi empujado a curiosear en el trasfondo de todo aquello.
Lo primero fue investigar el fondo documental de la historia. Se me ofrecieron dos vías paralelas; la pluma del protagonista y las de aquellos que sobre él… “y sus asuntos” escribieron.
Lo segundo, irme a Yegen.
El personaje:
Gerald Brenan, don Gerardo para los alpujarreños, nació en la isla de Malta en el año 1894, hijo de un militar inglés y una aristócrata irlandesa. El oficio de su padre le hizo vivir una infancia tan viajera como la de Willy Fog.
Ya afincado en Inglaterra su juventud le sirvió como trampolín de una fallida “la vuelta al mundo en 80 días”.
Combatió, con honor, en la primera guerra mundial y finalizada esta -ya miembro del Círculo Bloomsbury, que no era sino un grupo de artistas de su barrio- decidió que la niebla londinense no era lo suyo y emprendió viaje hacia el sur del sur… o sea, Andalucía. Le sirvió como pasaporte la herencia que acababa de obtener tras el fallecimiento de su abuela.
España, desde Galicia a Despeñaperros, no le gustó en absoluto, pero esto cambió tras llegar a la alpujarra granadina. Mariposeó por Granada y Málaga y se instaló finalmente -año 1920- en Yegen, en el corazón de la Alpujarra.
Fue en este pueblito donde conoció a Juliana Martínez Pelegrina, una niña de quince años que le limpiaba su alquilada casa. Según reza una placa en el propio pueblo, Juliana se convirtió en “la sal” de la vida de don Gerardo. Hasta tal punto que la dejo preñada y tuvieron una hija. No se casaron y no se hizo cargo de su hija hasta que esta había cumplido los tres años y él regresó de una de sus vueltas por Inglaterra. Le cambió el nombre de Elena por el de Miranda y se la llevó del pueblo. Eso, probablemente, salvó la vida de la niña… y acabó con la de su madre, que murió mendigando en las calles de Granada, aunque las biografías pasan de puntillas sobre este espinoso asunto.
Todo personaje tiene sus gozos y sus sombras, que diría don Gonzalo Torrente Ballester.
Sus pasiones conocidas, obviadas la de enamorar, fueron la lectura y el senderismo… que antes se llamaba caminar. Caminar era su razón de ser y aquí tenía cancha para ello; un paraíso.
Al estallar la guerra incivil española abandonaron el país y trabajaron como cronistas y propagandistas de la República.
Iniciada ya su carrera como hispanista, en el año 1953 volvió con su esposa a España y se instalaron en Málaga. La tendencia de su obra cambió entonces al punto de justificar la dictadura y, de algún modo, integrar España en la corriente europea.
Su esposa murió en 1968 y el escritor fijó su residencia en Alhaurín el Grande, ahora acompañado de la traductora y escritora Lynda Nicholson, a la que nombró su heredera universal. Cuando en 1984 la tal Lynda decidió que no podía hacerse cargo del anciano, este regresó a Londres e ingresó en una residencia de la tercera edad para gente sin recursos.
Una campaña de prensa y la intervención del gobierno español posibilitó que pudiera volver a instalarse en Alhaurín, donde finalmente falleció -hospital civil de Málaga- en el año 1987, ya creada la fundación Gerald Brenan, destinada a preservar su biblioteca y fomentar el estudio de su obra.
Obra que rezuma, dicho sea para concluir, su cariño por todo lo español.
El paisaje:
Don Gerardo lo describió así:
“Era una aldea pobre, elevada sobre el mar, frente a la que se extendía un vasto panorama. Sus casas grises de formas cúbicas, como un gastado estilo Corbusier, en rápido descenso por la ladera de la colina y pegadas unas a otras, con sus tejados de greda, planos, y sus pequeñas chimeneas humeantes, sugerían algo construido por insectos. Contaba, asimismo, con abundante agua, que fluía a lo largo de la ladera por acequias de riego y descendía a veces a través de las calles y movía un par de molinos”.
Se estaba refiriendo a Yegen, en la alpujarra granadina, la pequeña aldea donde se afincó en su primera visita a España.
No cuesta mucho esfuerzo tampoco imaginar cómo eran las comunicaciones en la alpujarra granadina en el año 1900.
Del protagonista de nuestro trabajo es esta cita:
“No necesito hablar de las carreteras, pues pocas habían sido construidas en aquella época y la mayor parte de mi trayecto lo realizaría, a pie, por caminos de herradura”.
Afortunadamente ya no estamos en 1920. Así que poco costó echarme la Nikon al hombro, subir al Clio y tirar para Yegen. Pasear sus empinadas calles, arrullado por el rumor del agua que allí es la banda sonora original, ayuda -y bastante- a comprender al escritor.
El mejor final sería que espoleado por el incentivo que supone este cristalito, alguna obra de don Gerardo cayera en tus manos y así sacar tus propias conclusiones a modo de acercamiento y barniz, siquiera escaso, de culturilla general.
Yo ya saqué las mías.
La primera y la última foto -Brenan joven y anciano- están obtenidas de la red. Todas las demás son propiedad del autor de este trabajo.
6 comentarios:
Genial. Muchas gracias por contarlo tan bonito. 👏👏👏😘
Mirusté, pues he descubierto un Brennan desconocido al que le cogí cierta manía.
Ya me gustaría a mi coger puerta un sábado cualquiera a hacer lo que fuera que hiciese.
Pues yo le diría, don Francisco, que para "coger puerta" y darse un aire, siempre es un buen momento.
Saludos... y gracias por la visita.
Hola Juan, eres un maquina en estas lides de contar las historia sea cual sea su naturaleza Sigo con interes tus descubrimientos y narrativas.
Cuando quieras y puedas ya sabes :gateo de raqueta y alacraneo del bueno jajaja
Un fuerte abrazo Juan
Gracias, Antonio.
Nunca se me olvidarán nuestros buenos momentos.
Y a la espera de tomarme una cerveza contigo... UN ABRAZO.
😍😍
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