La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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14/12/22

las Menas de Serón

El poblado minero de Las Menas se ubica en la cara norte de la Sierra de los Filabres, pasado el Calar Alto según vas desde Almería. Doce kilómetros más abajo queda el pueblo de Serón, a cuyo término municipal pertenece. Nada que ver con el desierto de Tabernas que hemos dejado atrás; más pareciera que estamos en los pinares de las altas tierras de Soria.

El poblado minero creció en torno a las minas de hierro que allí se explotaron a partir del año 1860. Fue un poco lo de siempre; empresas extranjeras vinieron a por la riqueza que escondía nuestra tierra, que les sacamos además con nuestros propios brazos, para dejarnos después en el más absoluto de los abandonos.

Tal importancia llegó a tener el poblado que aquí se contaban escuela, bar, cine, casino, hospital, economato, cuartel de la Guardia Civil y hasta una plaza de toros.

Lo sangrante es que Las Menas ha sido abandonado dos veces. Primero por las empresas europeas que lo gestionaron, después por la propia administración andaluza.

Porque este poblado fue rescatado del abandono en el año 1983 para ser puesto en valor como referente turístico. Y aquí se gastaron un montón de dinero, una riada de subvenciones, para convertir aquello en una especie de paraíso de alojamiento y diversión. Todo comenzó a funcionar en torno al año 2000 y fue nuevamente abandonado, sin más razones, en el año 2013. La razón? habría que preguntárselo a Iker Jiménez y que dedicara a ello un especial del Cuarto Milenio.

A día de hoy los hermosos edificios que componen el complejo permanecen cerrados, abandonados, en estado semiruinoso, cubiertos de maleza y en la más completa desolación. Sólo el Camping de las Menas y su restaurante, de propiedad particular, escapan de la agonía del entorno.

El apartahotel construido, los bungalows, la casa del médico, y el resto de edificios coloniales que componen el conjunto urbanístico mueren, cada día un poquito más, en este privilegiado enclave de la Sierra de los Filabres. Sólo el viento se mueve ya entre ellos.

En la misma situación se encuentra el Parque Forestal inaugurado con pompa y boato en el año 2008 para ser abandonado poco después.

Y en medio de tanta ruina, la ermita de Santa Bárbara, erigida por los mineros en el año 1911, se eleva airosa sobre un pequeño montículo en uno de los recovecos que forma la estrecha y sinuosa carretera que baja a Serón. Me quedo con su imagen, por hacerlo de algo positivo, en esta excursión de un domingo de invierno.

 

Bibliografía:

Conchi Ruiz Alonso, el Confidencial Andaluz.

Rincones de la red.


-paisajes increibles

-la casa del médico; aquí ya no se cura a nadie.

-lo que debía ser un apartahotel.

-monumento al olvido.

-airosos, a nuestro pesar.

5/12/22

el bibliocausto

Y uno a uno, fueron revisando todos los libros, tirando a una pila sobre el patio la gran mayoría, salvo excepciones a los que el señor cura ofrecía su indulgencia, como el gran Amadís de Gaula o La Galatea, de Miguel de Cervantes. El resto, ardieron todos. 

(El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha).


Desde el principio de los tiempos, todas las sociedades que el hombre ha ido formando han sido muy dadas a quemar libros en la hoguera.

China, Alejandría, Roma, la Francia de Luis IX, el Cardenal Cisneros en España, la Italia del monje Savonarola, los nazis sobre los autores judíos, Argentina y las dictaduras sudamericanas, el Estado Islámico… pocas, por no decir ninguna, son las sociedades que se libran de la lacra del bibliocausto.

Las razones para arrojar los libros al fuego han sido, siguen siendo, de lo más variopintas; políticas, religiosas, ideológicas, racistas, de moda. Todas ellas, desde luego, sostenidas en los pilares del fanatismo y la ignorancia.

Todo esto se me ha venido hoy al campanario cuando, muy de mañana, he visto a unas señoras revisando algunos de los textos que algún desahogado, imbuido del espíritu de los que antes he citado, había arrojado a los contenedores de basura –léase la pira- cajas y cajas de libros de texto.

Tal práctica, cada vez más común porque es más fácil abrir un contenedor que encender un fuego, debería ser delictiva. Como delictiva la siento, y me da absolutamente igual quienes sean los autores y de que traten los textos abandonados a su suerte. Ni siquiera se molestó el propietario en depositarlos en el contenedor de papel/cartón, circunstancia esta que no le eximiría de la pena, pero podría actuar como atenuante.

Y como dice mi nieto Sergio, no me cabrea... pero me da coraje.