El día 12 de este mes se cumplen 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
No es un aniversario cualquiera. Es el recordatorio del horror sobre el horror.
El aniversario del día de la sevicia y el sadismo. De la ignominia.
Aún recuerdo el pellizco en el estómago, el dolor, la
impotencia… y la rabia. Sobremanera, la rabia. Veinticinco años no han bastado
para mitigar esas sensaciones. Veinticinco siglos tampoco bastarían.
Y aún nos duele más cuando vemos que este gobierno legítimo
y sin embargo podrido hasta el hedor, va de la mano de aquellos que lo
asesinaron. Disparan, otra vez, sobre la nuca del chaval de Ermua.
Ignacio Camacho, lo describe muy bien en un editorial del ABC.
Así que pasen otros 25 años, lo titula. Como yo no podría hacerlo mejor, seré
breve.
Pero no me sale de las tripas dejarlo pasar sin más, sin dar
la cara, sin recordar que yo fui de los que se pintó las manos de blanco. Que siguen pintadas todavía.
Y puedo jurar sobre su memoria, tan histórica como la de esos
malnacidos, que nunca le olvidaremos. Ni nosotros, ni nuestros hijos, ni los
hijos de nuestros hijos.
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