De amanecida hubo un pequeño temblor sísmico. Nada importante; uno más de los muchos que sacuden este sur del sur. Nada que ocupara los comentarios de los parroquianos más allá del mediodía.
A media mañana vino a visitarnos otro de nuestros compañeros habituales, un fuerte viento de poniente que rizó la superficie del mar y puso música en las drizas de los veleros que se mecen en el puerto deportivo.
Y sobre las 16.30 horas, cuando la hora de la siesta… o del café… sucedió lo imprevisto: Se vino abajo con estrépito toda la fachada del Club Costa.
Tras el ruido ensordecedor, la calle Úbeda quedó envuelta en una espesa niebla de polvo y cascotes. Nadie, al mirar hacia el punto de la tragedia, sabía a ciencia cierta que era lo que había pasado.
Lo que había pasado es que una fachada de 50 metros de longitud, quizás empujada por el viento y seguro que en mal estado de conservación se había derrumbado sobre una calle de normal bastante transitada. Justo sobre la puerta del bar Hermoso, establecimiento de hostelería –buenas tapas y mejor cerveza- que visitamos muy a menudo y del que somos clientela fija.
Cuando el polvo se fue despejando la gente corrió hacia los coches sepultados entre los cascotes temiendo encontrar lo que era lógico, los cuerpos maltrechos de sus ocupantes o de los viandantes que por allí cruzaban en aquel momento. Pero ayer era San Melito, y ya que no pudo evitar el desprendimiento al menos esperó el momento –raro, rarísimo- en el que nadie pasaba por la calle.
Policía, Bomberos, Ambulancias, Protección Civil… allí se lió la de Dios es Cristo. Regresaba yo con la boscomoto de hacer gestiones propias de mi situación laboral y pretendía acceder a mi calle cuando la policía me lo impidió; la zona estaba cortada. Dejé a Katalina tirada por allí y desenfundé a Nikita. Mi vena de freelance y reportero de guerra se vino arriba. Aproveché que alguien abría el portal de un edificio colindante y por allí me colé –como en la fiesta de Mecano- para acercarme al punto Cero.
Lo demás lo pueden ver en el documento gráfico que sigue. Fue a las 16.20 horas del día 24 de abril de 2019; doy fe.
La Vidriera del Mairena
25/4/19
22/4/19
Acinippo
Acompañamiento musical,
Debería empezar diciendo que no encontrarán Acinipo camino de ninguna parte. Para llegar al Yacimiento Arqueológico de lo que ahora se dio en llamar Ronda la Vieja, deberán sus mercedes programar y buscar el lugar. Aquello se encuentra apartado de cualquier ruta de paso y, por decirlo de alguna manera, alejado del mundanal ruido.
A unos 20 kilómetros de Ronda, en la carretera hacia Sevilla, deberán estar atentos al desvío que, a la derecha, te introduce en una pequeña calzada que te acercará al enclave. Diez o doce kilómetros más adelante, otro desvío –esta vez a la izquierda- y ya estarás en el camino que en un par de kilómetros más te pondrá a las puertas de la vieja ciudad de Acinippo. La señalización hasta llegar aquí no pasa de discreta. Estas son las coordenadas, para quien no se quiera calentar la cabeza y esté dispuesto a realizar la excursión: 36°49′55″N 5°14′25″O
También debería apuntar que tuve las venerables ruinas bajo las faldas de mi mesa camilla en buena parte de mi existencia. Pero no eran tiempos de turismo, ni de excursiones ni de otra cosa que no fuera el pan y el trabajo, no sé si por ese orden. Tuvo que ser cuando procurar el uno o el otro no era ya asunto esencial, cuando hubo lugar a poner los pies en la vieja Acinipo.
La época de esplendor de la ciudad –llegó a acuñar su propia moneda- se dio entre el final del siglo I a.d.c. y el siglo III d.d.c. en que fue decayendo hasta quedar abandonada. En la ocupación árabe de la península fue utilizada como observatorio.
El lugar se conforma como una pronunciada ladera repleta en la actualidad de agrupamientos de piedras sueltas. Mis fuentes, dignas de todo crédito, señalan que no son más que eso, apilamientos de material procedente de derrumbes y efectuados por antiguos ocupantes del terreno para permitirles el labrantío. Muchas de estas piedras, y sillares de las nobles construcciones, han terminado en los cortijos y caseríos de la zona.
A mitad de esta ladera encontramos los vestigios de una domus o casa señorial romana. Como todo el yacimiento, no se ha terminado de excavar, por lo que la mitad de esta historia aún está por escribir.
Más arriba, casi llegados a la cima, se encuentra el Teatro, que es el edificio más importante del yacimiento. Es uno de los más antiguos de Hispania y en su graderío, excavado en la propia roca, se sentaban unas dos mil personas.
Llegados al final de la colina, nos encontramos un murete de piedra que parece indicarnos el final del recorrido, pero aún nos aguarda una agradabilísima sorpresa; al acercarnos al muro comprobamos que este no es sino la protección al cortado vertical que aquí produce el terreno y que nos asoma, en un balcón inigualable, al valle del embalse de Zahara-el Gastor, con el telón de fondo de la Sierra de Grazalema.
El espectador curioso podrá observar en el fondo del valle dos grandes edificaciones, a las que se llega por señoriales entradas, y que pudiera confundir con los típicos cortijos andaluces. Pudieran serlo, pero no. En realidad se trata de las bodegas Ramos-Paul y Ronda la Vieja; de las que también aconsejo la visita.
Conforme descendemos hacia la salida encontramos los restos de las importantes Termas, que dotadas de una palestra permitían combinar el baño con los entrenamientos deportivos. Y para entrenamientos, la caminata que nos hemos pegado. Ahora lo que pega es acercarse a una de las innumerables Ventas de la zona y ponerte tibio con tu cerveza favorita y las chacinas del lugar. Las de Arriate, a un tiro de honda, son famosas en el mundo entero. Que les aproveche.
Debería empezar diciendo que no encontrarán Acinipo camino de ninguna parte. Para llegar al Yacimiento Arqueológico de lo que ahora se dio en llamar Ronda la Vieja, deberán sus mercedes programar y buscar el lugar. Aquello se encuentra apartado de cualquier ruta de paso y, por decirlo de alguna manera, alejado del mundanal ruido.
A unos 20 kilómetros de Ronda, en la carretera hacia Sevilla, deberán estar atentos al desvío que, a la derecha, te introduce en una pequeña calzada que te acercará al enclave. Diez o doce kilómetros más adelante, otro desvío –esta vez a la izquierda- y ya estarás en el camino que en un par de kilómetros más te pondrá a las puertas de la vieja ciudad de Acinippo. La señalización hasta llegar aquí no pasa de discreta. Estas son las coordenadas, para quien no se quiera calentar la cabeza y esté dispuesto a realizar la excursión: 36°49′55″N 5°14′25″O
También debería apuntar que tuve las venerables ruinas bajo las faldas de mi mesa camilla en buena parte de mi existencia. Pero no eran tiempos de turismo, ni de excursiones ni de otra cosa que no fuera el pan y el trabajo, no sé si por ese orden. Tuvo que ser cuando procurar el uno o el otro no era ya asunto esencial, cuando hubo lugar a poner los pies en la vieja Acinipo.
La época de esplendor de la ciudad –llegó a acuñar su propia moneda- se dio entre el final del siglo I a.d.c. y el siglo III d.d.c. en que fue decayendo hasta quedar abandonada. En la ocupación árabe de la península fue utilizada como observatorio.
El lugar se conforma como una pronunciada ladera repleta en la actualidad de agrupamientos de piedras sueltas. Mis fuentes, dignas de todo crédito, señalan que no son más que eso, apilamientos de material procedente de derrumbes y efectuados por antiguos ocupantes del terreno para permitirles el labrantío. Muchas de estas piedras, y sillares de las nobles construcciones, han terminado en los cortijos y caseríos de la zona.
A mitad de esta ladera encontramos los vestigios de una domus o casa señorial romana. Como todo el yacimiento, no se ha terminado de excavar, por lo que la mitad de esta historia aún está por escribir.
Más arriba, casi llegados a la cima, se encuentra el Teatro, que es el edificio más importante del yacimiento. Es uno de los más antiguos de Hispania y en su graderío, excavado en la propia roca, se sentaban unas dos mil personas.
Llegados al final de la colina, nos encontramos un murete de piedra que parece indicarnos el final del recorrido, pero aún nos aguarda una agradabilísima sorpresa; al acercarnos al muro comprobamos que este no es sino la protección al cortado vertical que aquí produce el terreno y que nos asoma, en un balcón inigualable, al valle del embalse de Zahara-el Gastor, con el telón de fondo de la Sierra de Grazalema.
El espectador curioso podrá observar en el fondo del valle dos grandes edificaciones, a las que se llega por señoriales entradas, y que pudiera confundir con los típicos cortijos andaluces. Pudieran serlo, pero no. En realidad se trata de las bodegas Ramos-Paul y Ronda la Vieja; de las que también aconsejo la visita.
Conforme descendemos hacia la salida encontramos los restos de las importantes Termas, que dotadas de una palestra permitían combinar el baño con los entrenamientos deportivos. Y para entrenamientos, la caminata que nos hemos pegado. Ahora lo que pega es acercarse a una de las innumerables Ventas de la zona y ponerte tibio con tu cerveza favorita y las chacinas del lugar. Las de Arriate, a un tiro de honda, son famosas en el mundo entero. Que les aproveche.
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