El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño.
Me contaba un compañero de fatigas, hace unos días, haber estado comiendo en el complejo hotelero de La Almoraima, camino de Castellar de la Frontera, y de la visita que hizo a este pueblo gaditano.
Cuando le pregunté sobre el balcón de los amorosos me confesó no conocerlo. Hablamos y hablamos sobre Castellar y se extrañó que, conociéndolo, no lo hubiera traído a La Vidriera, otro lugar que él visita de cuando en cuando.
Así que me he visto obligado a pergeñar un nuevo cristalito que insertaré con amoroso cuidado entre los ya expuestos.
Las dos veces –recientes- que he visitado el lugar lo hice con la única compañía de Nikita. De esta manera me pude empapar del cómo y el porqué, que ahora les voy a resumir. Ese cómo y porqué que pasó desapercibido a mi amigo –avergonzado por el descuido, prefiere que omita su nombre- por ir, según él, en comandita.
Castellar de la Frontera, y me refiero al viejo, es un pueblecito dentro de un castillo medieval. Se redujo tanto para caber entre las almenas, que parece ser un pueblo de juguete.
La gente lo abandonó en los años setenta para irse a vivir al nuevo pueblo de colonos ubicado en el llano; nada que ver con la gloria que dejaban atrás. Castellar, el antiguo, el genuino, no terminó convirtiéndose en ruinas gracias a una población más o menos estable de hippies que lo ocupó –y lo sigue ocupando- dándole un tinte de originalidad a lo que ya de por sí era original. Luego vendría la restauración y la calificación de patrimonio histórico-artístico, que lo salvó definitivamente del olvido.
Está enclavado en el parque natural de Los Alcornocales y para subir al mismo pasará su merced por la puerta de un lujoso complejo hotelero acondicionado en lo que fue el convento mercedario del Santo Cristo de la Almoraima, que es donde le dieron de comer a mi compañero fotero y donde uno –sigue habiendo clases- no ha tenido la fortuna de poner jamás los pies y, mucho menos, sentar el culo.
El caso es que ya arriba, entre las murallas, podrá disfrutar de un coqueto pueblecito de calles empedradas, ambiente casi místico, paredes blanqueadas de cal, macetas, enredaderas y geranios por doquier, amén de un silencio y soledad casi absolutas en cualquier época del año -aquello está donde cristo perdió las chanclas-. Si alza la vista verá, en la lejanía, a un lado el peñón de la ignominia y al otro las abrupteces de la Serranía de Ronda. Aunque no quiera se topará con la plaza del Salvador, con la iglesia que ya no es tal sino un edificio de uso comunitario y con el palacio del Marqués de Moscoso que tampoco es ya del marqués, sino un hotel propiedad de Tugasa.
Y a poco que se entretenga en callejear, en perderse por los rincones para poder ceñir la cintura de su amada, terminará asomado al balcón de los amorosos.
Cuenta la leyenda que un zagal de Los Barrios, un tarugo sin lugar a dudas, subía cada noche de luna llena a Castellar y se asomaba al balcón para desde allí poder contemplarla más cerca cuando Luna se miraba en el espejo del Guadarranque. Fue allí donde encontró a Morayma, la hija del emir, y allí donde se enamoró de ella. Fue allí donde cada noche de luna llena se amaron y allí donde les sorprendió la guardia del moro, escamado ya de tanta salida de la niña, tanta luna y tanta tontería. Fue allí, en definitiva, donde el chaval entregó la vida atravesado por la daga del sarraceno, que no tuvo piedad en acabar con quien había tomado la honra de su hija. Pagó con su vida, como tantos otros, la dulzura de explorar –de luna en luna llena- la piel de una mujer.
Veintinueve días después, justo el tiempo que tardó la luna en volver a aparecer en su plenitud, la princesa nazarí saltó por el balcón para reunirse con su amado.
Este balcón, a día de hoy, es el único balcón público para asomarse en la muralla.
García Lorca, dicen, se inspiró en estos hechos para escribir su Leyenda del Tiempo, que luego cantaría Camarón. Pero a mí Camarón no me gusta y esa ha sido la razón de excluirle de la banda sonora.
De mis paseos por esas calles atesoro tantas fotografías que sería excesivo castigarles con ellas. Me contentaré con dejarles la del balcón al tiempo les pido excusas por la extensión.
Hay cosas que no resisten lo escueto.
La Vidriera del Mairena
22/5/12
3/5/12
otra aventura de los hermanos D
En este capítulo dejaremos memoria de la importancia de que los hermanos, Dalton o Domínguez, sigan haciendo cosas juntos. Lo de la bicicleta, como el avispado lector deducirá, no es sino el vehículo que sirve de excusa.
Quiero además, en esta ocasión, dejar a mis nietos la provechosa enseñanza de lo importante que es robar limones con el suficiente estilo y decencia.
Así pues, en cuanto el diluvio que caía desde hacía días nos dio una tregua, enjaezamos las cabalgaduras y nos dispusimos a adentrarnos en el corazón verde en busca, una vez más, de la afamada y poco conocida Charca de las Extranjeras.
Y nada mejor que empezar la aventura tomando fuerzas y desayuno en la terraza de la cafetería La Viña. Un café caliente y unos churritos son el mejor prólogo para el viaje que se avecina.
el escenario de la aventura
las curiosidades del camino
luego tocará abandonar las bicicletas, convenientemente atadas, en el lugar en que el río ya no permite más licencias que la zapatilla y el escalo
de lo que da testimonio la imagen que les adjunto
río arriba, con la soledad que sólo la naturaleza poco pateada es capaz de regalarnos,
nos acercamos a nuestro destino...
... hasta llegar a la meta fijada.
Es la hora del tentempié, el trago de vino de la bota… y la de volver.
No sin antes, tomen buena nota mis nietos, de recoger unos limones de las huertas próximas que puedan hacer realidad el dicho de “si la vida te da limones, haz limonada”.
Les esperamos en la próxima.
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