Me lo encontré hace unos días en el paseo marítimo de Estepona, el infamante peñón a sus espaldas.
Mi amigo Roque, Roque Jesús, es mi amigo invisible. Y no me estoy refiriendo a la tontada esa del regalito de empresa.
Los nómadas solemos tener algunos de estos amigos. En mi caso, un buen surtido.
Porque ¿saben sus mercedes que define la cualidad de amigo?
Desde luego no es el roce, sino más bien la empatía.
Mi amigo Roque y yo coincidimos brevemente en el tiempo y el espacio. Eran tiempos de sueños, proyectos e incertidumbres. Los dos fuimos, a la par, estudiantes casi buenos, novieros, futbolistas, tenistas y ciclistas. Luego tiramos ca uno pa un lao y nos vemos de higos a brevas, o sea, muy de tarde en tarde.
Pero siempre que lo hacemos viene a ser como si lo hubiésemos hecho la tarde anterior.
Y hasta que los años le empujaron a dejar el tenis y decidirse por la mariconada del padel, era frecuente que los abrazos fueran seguidos de un disputado partido en las pistas del Club de Tenis de Estepona.
Roque, por más tiempo que medie entre reencuentros, es mi amigo.
Lo es porque en cada saludo su mirada me devuelve el afecto del amigo y pocos certificados de garantía son tan fiables como ese.
He querido traerlo a La Vidriera, con una imagen diaria de su retina porque, amén de querido, es indolente. Confiesa, socarrón, que se divierte con la lectura de este blog. Pero ha sido incapaz, en año y medio, de contestarme un correo electrónico.
No se lo tengo en cuenta, es consustancial con su persona.
Alguna vez leí, en alguna parte, que amigo era aquel que llegaba cuando todo el mundo se había ido.
Pues basta con sentir la sensación. A mis amigos, no suelo ponerles condiciones.
Mi amigo Roque, Roque Jesús, es mi amigo invisible. Y no me estoy refiriendo a la tontada esa del regalito de empresa.
Los nómadas solemos tener algunos de estos amigos. En mi caso, un buen surtido.
Porque ¿saben sus mercedes que define la cualidad de amigo?
Desde luego no es el roce, sino más bien la empatía.
Mi amigo Roque y yo coincidimos brevemente en el tiempo y el espacio. Eran tiempos de sueños, proyectos e incertidumbres. Los dos fuimos, a la par, estudiantes casi buenos, novieros, futbolistas, tenistas y ciclistas. Luego tiramos ca uno pa un lao y nos vemos de higos a brevas, o sea, muy de tarde en tarde.
Pero siempre que lo hacemos viene a ser como si lo hubiésemos hecho la tarde anterior.
Y hasta que los años le empujaron a dejar el tenis y decidirse por la mariconada del padel, era frecuente que los abrazos fueran seguidos de un disputado partido en las pistas del Club de Tenis de Estepona.
Roque, por más tiempo que medie entre reencuentros, es mi amigo.
Lo es porque en cada saludo su mirada me devuelve el afecto del amigo y pocos certificados de garantía son tan fiables como ese.
He querido traerlo a La Vidriera, con una imagen diaria de su retina porque, amén de querido, es indolente. Confiesa, socarrón, que se divierte con la lectura de este blog. Pero ha sido incapaz, en año y medio, de contestarme un correo electrónico.
No se lo tengo en cuenta, es consustancial con su persona.
Alguna vez leí, en alguna parte, que amigo era aquel que llegaba cuando todo el mundo se había ido.
Pues basta con sentir la sensación. A mis amigos, no suelo ponerles condiciones.
1 comentario:
Juan y José
sentados contra el muro del frontón
hacían planes mientras reponían fuerzas.
Dudaban
entre ir a la escuela o al río a pescar,
cuatro cangrejos para la merienda.
Nadie jamás
vio amigos más unidos que esos dos
que a un tiempo descubrieron
el fuego del licor, el brillo del dinero,
el automóvil, el cine y la mujer.
Tibio era el Sol,
ancha la mar
y el mundo aún
por estrenar.
A Juan y a José
se les acabó pronto la niñez
segada con la mies, pisada por los bueyes.
Y mientras José
tomaba los caminos de la mar
el otro le despidió desde el muelle.
Del que se fue
llegaron cartas con olor a ron
cargadas de promesas
que Juan leía mientras ponían la mesa
y releía sin prisa en el café.
Caña dulce,
mamey colorao,
verde la palma,
blanca la garza,
con un ojo abierto, en la charca,
vigila el caimán.
Cómo puedes conformarte, Juan
con un solo cielo si hay toda una América
del otro lado del mar.
José viajó
de las Antillas a la Cruz del Sur,
Huaquero en Fundación, buhonero en la Puna,
cafisho
en un quilombo flotante en el Paraná,
y con los años llegó a hacer fortuna.
Juan se quedó
trabajando la tierra y se casó
con su novia de siempre.
Después los años discurrieron mansamente...
Frío en invierno y en verano calor.
Tibio era el Sol
los días que
llegaban cartas
de José.
Juan y José
volvieron a encontrarse en el frontón
medio siglo después, y como si tal cosa
Juan preguntó:
"¿A cuál le vas... azul o colorao...?"
y respondió el indiano: "Al que vaya a esa moza...
Qué cosas, Juan,
tanto rodar y estamos otra vez
en donde lo dejamos..."
"Pero a ti, Pepe, que te quiten lo bailado...
Y gracias, Pepe, por llevarme a bailar."
Caña dulce,
mamey colorao.
Tú cabalgabas
y yo iba a la grupa
en las largas tardes junto a la estufa
del viejo café.
Con las alas de tus cartas, José,
atravesé todos los cielos de América
contigo,
¡Amigo!
(J.M. Serrat - Juan y José)
Felicidades. No todo el mundo puede decir que cuenta con buenos amigos. Amigos de los de verdad, de los que no piden cuentas y, sin embargo, están.
Publicar un comentario