La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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18/5/24

... tras los pasos de Brenan


Los motivos: 
Cuesta trabajo imaginar un guiri british trasplantado a un pueblo de la alpujarra granadina en el año 1900. 
Aún cuesta más trabajo, rayando la incredulidad, si te dicen que el fulano agarra en aquella tierra como las propias macetas lo hacen; una decena de años, para ser exactos. 

Conocido el amor a primera vista entre el guiri y la aldea alpujarreña, me vi empujado a curiosear en el trasfondo de todo aquello. 
Lo primero fue investigar el fondo documental de la historia. Se me ofrecieron dos vías paralelas; la pluma del protagonista y las de aquellos que sobre él… “y sus asuntos” escribieron. 
Lo segundo, irme a Yegen.



El personaje: 
Gerald Brenan, don Gerardo para los alpujarreños, nació en la isla de Malta en el año 1894, hijo de un militar inglés y una aristócrata irlandesa. El oficio de su padre le hizo vivir una infancia tan viajera como la de Willy Fog. 

Ya afincado en Inglaterra su juventud le sirvió como trampolín de una fallida “la vuelta al mundo en 80 días”. Combatió, con honor, en la primera guerra mundial y finalizada esta -ya miembro del Círculo Bloomsbury, que no era sino un grupo de artistas de su barrio- decidió que la niebla londinense no era lo suyo y emprendió viaje hacia el sur del sur… o sea, Andalucía. Le sirvió como pasaporte la herencia que acababa de obtener tras el fallecimiento de su abuela. 

España, desde Galicia a Despeñaperros, no le gustó en absoluto, pero esto cambió tras llegar a la alpujarra granadina. Mariposeó por Granada y Málaga y se instaló finalmente -año 1920- en Yegen, en el corazón de la Alpujarra. 

Fue en este pueblito donde conoció a Juliana Martínez Pelegrina, una niña de quince años que le limpiaba su alquilada casa. Según reza una placa en el propio pueblo, Juliana se convirtió en “la sal” de la vida de don Gerardo. Hasta tal punto que la dejo preñada y tuvieron una hija. No se casaron y no se hizo cargo de su hija hasta que esta había cumplido los tres años y él regresó de una de sus vueltas por Inglaterra. Le cambió el nombre de Elena por el de Miranda y se la llevó del pueblo. Eso, probablemente, salvó la vida de la niña… y acabó con la de su madre, que murió mendigando en las calles de Granada, aunque las biografías pasan de puntillas sobre este espinoso asunto. 


No es el único affaire amoroso de don Gerardo. Notable es también la relación tortuosa con la pintora inglesa Dora Carrington -también del Círculo Bloomsbury- por la que sintió una atracción intelectual y erótica -tanto monta- y a la que consideró el amor de su vida, como revela la correspondencia entre ambos. 
Todo personaje tiene sus gozos y sus sombras, que diría don Gonzalo Torrente Ballester. 

Sus pasiones conocidas, obviadas la de enamorar, fueron la lectura y el senderismo… que antes se llamaba caminar. Caminar era su razón de ser y aquí tenía cancha para ello; un paraíso. 


La segunda etapa de don Gerardo en España discurrió en Churriana (Málaga), donde se asentó con su esposa, la escritora norteamericana Gamel Woolsey. Allí intimó con el único amigo español que se le conoce; Julio Caro Baroja. 

Al estallar la guerra incivil española abandonaron el país y trabajaron como cronistas y propagandistas de la República.

Iniciada ya su carrera como hispanista, en el año 1953 volvió con su esposa a España y se instalaron en Málaga. La tendencia de su obra cambió entonces al punto de justificar la dictadura y, de algún modo, integrar España en la corriente europea. 

Su esposa murió en 1968 y el escritor fijó su residencia en Alhaurín el Grande, ahora acompañado de la traductora y escritora Lynda Nicholson, a la que nombró su heredera universal. Cuando en 1984 la tal Lynda decidió que no podía hacerse cargo del anciano, este regresó a Londres e ingresó en una residencia de la tercera edad para gente sin recursos. 

Una campaña de prensa y la intervención del gobierno español posibilitó que pudiera volver a instalarse en Alhaurín, donde finalmente falleció -hospital civil de Málaga- en el año 1987, ya creada la fundación Gerald Brenan, destinada a preservar su biblioteca y fomentar el estudio de su obra. 

Obra que rezuma, dicho sea para concluir, su cariño por todo lo español. 

El paisaje: 
Don Gerardo lo describió así: 
“Era una aldea pobre, elevada sobre el mar, frente a la que se extendía un vasto panorama. Sus casas grises de formas cúbicas, como un gastado estilo Corbusier, en rápido descenso por la ladera de la colina y pegadas unas a otras, con sus tejados de greda, planos, y sus pequeñas chimeneas humeantes, sugerían algo construido por insectos. Contaba, asimismo, con abundante agua, que fluía a lo largo de la ladera por acequias de riego y descendía a veces a través de las calles y movía un par de molinos”. 

Se estaba refiriendo a Yegen, en la alpujarra granadina, la pequeña aldea donde se afincó en su primera visita a España. 

No cuesta mucho esfuerzo tampoco imaginar cómo eran las comunicaciones en la alpujarra granadina en el año 1900. Del protagonista de nuestro trabajo es esta cita: “No necesito hablar de las carreteras, pues pocas habían sido construidas en aquella época y la mayor parte de mi trayecto lo realizaría, a pie, por caminos de herradura”. 

Afortunadamente ya no estamos en 1920. Así que poco costó echarme la Nikon al hombro, subir al Clio y tirar para Yegen. Pasear sus empinadas calles, arrullado por el rumor del agua que allí es la banda sonora original, ayuda -y bastante- a comprender al escritor. 





Epílogo: 
El mejor final sería que espoleado por el incentivo que supone este cristalito, alguna obra de don Gerardo cayera en tus manos y así sacar tus propias conclusiones a modo de acercamiento y barniz, siquiera escaso, de culturilla general. 
Yo ya saqué las mías. 




Nota del Maestro Vidriero: 
La primera y la última foto -Brenan joven y anciano- están obtenidas de la red. Todas las demás son propiedad del autor de este trabajo.

6/5/24

el Jazmine

Un buen día de 1964 el actor Richard Burton regaló a la también actriz Liz Taylor -por quien estaba colado- un barquito (34 metros de eslora) que antes había pertenecido a un tal Aristóteles Onassis. Sobre su cubierta, y en la frescura de sus camarotes, los dos pavos vivieron un tórrido romance.

 

Dicen las lenguas de doble filo que la Taylor, sólo tocada con una pamela para que el sol no le diera en la cara, gustaba de pasearse en pelotas por la cubierta del yate, para deleite de toda la tripulación. Era el paraíso.

 

Pero el amor es caprichoso y voluble y el Burton y la Taylor terminaron tarifando y el Jazmíne que así se llama el barquito, atracado en el puerto de Santa Pola. 

El Richard terminó vendiendo el barco a unos narcotraficantes que lo rematricularon en Málaga y se dedicaban con él a las cosas propias de su sindicato. Eso fue hasta que la Guardia Civil les echó el guante; los narcos terminaron en la cárcel y el Jazmine en el puerto de Águilas y a disposición de la Agencia Tributaria.

 

Como las cosas de palacio van despacio y las de la justicia casi no van, malos tiempos llegaron para el Jazmine. En el puerto de Águilas, ante la desidia general, estuvo a punto de hundirse y hubo que reflotarlo de urgencia.

 

Así las cosas la Agencia Tributaria se dio prisa en subastarlo y fue adquirido por un empresario que lo traslado al varadero del puerto de Garrucha con el fin de acondicionarlo y volver a ponerlo en servicio. En servicio decente, se entiende. 

 

Eso fue en el año 2018, 50 años después de aquel día de 1964 en que el Burton lo usara como anillo de compromiso. Luego vino la pandemia, y luego la incompetencia, y luego el olvido. El Jazmine se pudre lentamente en un rincón del astillero como una ballena varada en la última playa de la última isla desierta.

 

Ni rastro de los tiempos felices. Ni rastro del amor mediterráneo de aquellos dos locos. Ni rastro de alguien que sepa, quiera… pueda. 

 

Una pura ruina que ayer me encontré, como quien no quiere la cosa, y que me ha tocado contar.