En el corazón del barrio del Realejo, según bajas andando -o subes- desde la Alhambra a la céntrica plaza de Isabel la Católica, se encuentra la placeta de la Puerta del Sol y en ella un lavadero del siglo XVI cuya contemplación justifica el esfuerzo; sólo podrás llegar hasta aquí andando.
El lavadero, recién restaurado, está protegido por seis columnas toscanas realizadas con piedra de la Sierra de Elvira, y un techo artesanal de madera y teja árabe. En él acostumbraban a lavar las granaínas cuando aún no había agua corriente en la ciudad.
La placeta, además, constituye un mirador único para contemplar la puesta del sol, pese a que el día anotado en mi agenda para fotografiarlo caían chuzos de punta. Ni la imponente borrasca que se cernía sobre la ciudad aquel día y que dejó completamente nevado los alrededores de Granada y mojado como sopa al imprudente cronista, desmereció un ápice la belleza del monumento en cuestión.
Disculpen mis clientes la brevedad de este cristalito. Valga en mi descargo que sólo puedo escribir con la mano derecha. La izquierda, aún, sólo me sirve para señalar. Las izquierdas, sabido es, siempre han tenido mucha malaje.
París bien vale una misa, que dijo Enrique IV. La visita al rincón que les muestro valió el aguacero que tuve que soportar.