Tuve un compañero, y sin embargo amigo, que respondía al nombre de Paco Tenorio. Andaluz de Huelva, era un tipo alto, enjuto, de escaso pelo y particular bigote. Tan alto era que la Sanglas 400 que le tocaba pilotar para ganarse el sustento, se veía a su lado como un infantil triciclo. Era evidente que le hubiera hecho falta más moto. Bueno… eso tuvo arreglo con el tiempo.
Coincidimos en el universo haciendo la campaña de Castilla la Vieja. Pasa que el bueno del Tenorio se enamoró de una chica de Anguita, una pequeña aldea a medio camino entre Alcolea del Pinar y Medinaceli, la del Cid, y quedó atrapado en el tiempo en aquel territorio. Yo asistí a su boda y, viendo su felicidad aquel día, también fue uno de los días felices de la mía. Y ello a pesar de que el reportaje fotográfico de diapositivas que le hice, a día de hoy, me parece algo horroroso; desde luego no lo que merece un amigo. Era septiembre de 1983.
Mi amigo Tenorio era un mago haciendo paellas, que cocinaba con paciencia y esmerada liturgia mientras trasegaba, sorbito a sorbito, un vasito de anís que le acompañaba siempre junto a la paellera.
Pero sobre todas las cosas mi amigo Tenorio era buena gente. Es por eso que, además de compañero -no elegido-, era mi amigo -elegido-.
Sin las cadenas de la territorialidad, la morriña me hizo un día volver a Andalucía; el siguió viviendo en nuestra amada Castilla. Hace casi 40 años que no nos veíamos, pero 40 años no es nada y yo seguía considerándolo mi amigo.
Hace sólo unos días volvimos a acordarnos de su espigada figura. Nos preguntábamos que sería de su vida, de la de Maribel, su mujer.
Nunca debímos hacerlo. Ayer supimos, por el invento maligno ese del Fasebuk, que acababa de fallecer en una clínica del inhóspito Madrid.
De cualquier forma, amigo, compañero, aunque sin prisas... ya nos queda menos para ofrecerte el abrazo que tantos años tuve guardado.
Eso si... que disgusto m’has dao, Tenorio.