La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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25/12/23

la estación de Setenil

Quizás porque mi niñez sigue jugando en sus vías… que cantaría Juan Manuel Serrat.  

Hoy es un humilde apeadero de la línea férrea que sube desde Algeciras a Madrid, pero en su día, a los ojos del niño que era, fue el centro del universo. Corría el año 1960. 

La estación de Setenil, entre Parchite y Almargen, fue mi particular Disneyland Park hasta que cumplí los diez años. Allí vivían y trabajaban mis abuelos -él, sobrestante de Renfe-, mi tío Paco -factor de circulación-, don Antonio el Jefe de Estación y Juanito el guardagujas. No hacía falta nadie más para completar el elenco de héroes que me rodeaban. 
Y allí me mandaban mis padres, para que disfrutara de mis abuelos… o ellos me padecieran, a poco que mis obligaciones escolares me lo permitieran. 

En aquel parque de atracciones, absolutamente rural, alejado kilómetros del núcleo de población más próximo, la vida de un niño podía discurrir absolutamente feliz. 
La llegada de cada tren era un espectáculo por si sola. El Pescaero, el Express, el Mercancias, el Automotor, cada uno de ellos había sido bautizado con un nombre propio. Y todos paraban en la estación de Setenil, centro neurálgico del comercio de la zona. Todos excepto el Talgo, que pasaba raudo como alma que lleva el diablo, respondiendo con una larga pitada el saludo del banderín rojo del Jefe de Estación. 

No había en el mundo nada más sorprendente para el mocoso que yo era. En la estación de Setenil no había luz eléctrica. La radio se conectaba a baterías y las casas se alumbraban con lámparas de carburo. En casa de mi abuelo se oía, con protocolaria devoción, “el parte” de mediodía y, después de comer, las novelas radiofónicas de Guillermo Sautier Casaseca. Por la noche, eran inevitables Matilde, Perico y Periquín. Un capítulo más extenso del párrafo que acabas de dejar atrás puedes encontrarlo en agosto 2022.

Algunas tardes ayudaba a mi abuela a preparar los carburos que nos alumbrarían por la noche, y para ello partíamos sobre los raíles del tren las piedras de carburo hasta hacerlas del tamaño adecuado para entrar en la lampara, muy parecida a las cafeteras clásicas de hoy día. El carburo se ponía en la parte de abajo, se le añadía agua, y se cerraba “la cafetera”. Al contacto con el agua el carburo producía gas acetileno que salía por la bujía de la parte superior, produciendo una llama limpia y cálida. Luz a muy bajo coste.

Faltaría Vidriera para contaros las mil y una aventuras que corrí sobre el andén de aquella humilde estación, pero no me resisto a dejaros algún rastro de ellas. 

Como el día que alguien soltó un carnero que esperaba ser facturado y el andén se convirtió en una improvisada plaza de toros mientras que yo, con los ojos como platos, entre la risa y el miedo, observaba las distintas faenas sobre un apilamiento de sacos de granos de anís que había junto a la gran báscula del muelle de carga. 

O aquel otro que un viajero había bajado a hacer sus necesidades en las letrinas de la estación y se vio sorprendido por el pitido del tren que partía. El hombre salió corriendo tras el tren, con los pantalones a media pierna, el culo al aire, en una agónica carrera por no perder el convoy. Al final, tras estar a punto de caer un par de veces, consiguió su objetivo. Aquello fue motivo de risas por una buena temporada.  

Otro día observaba atentamente la descarga de cajas de pescado del Pescaero, para los pueblos de la zona. Todas las cajas iban cubiertas de hielo y de las hojas de un árbol que ahora sé que eran acacias o helechos. Las avispas acudían a la humedad de las cajas de pescado… pero eso entonces no lo sabía, o no reparaba en ello. Hasta aquel día. De improviso noté que algo se me había posado en una mano… y la cerré. El picotazo fue de época y la mano se me puso en unos minutos como una bota. Siempre lo recordaré… y que en las casas de los ferroviarios casi todas las noches se cenaba pescado. 

Un maestro ambulante, del que lamentablemente no recuerdo el nombre, pasaba en verano por la estación y nos daba un par de horas de clase para desasnarnos un poco. Las inyecciones las ponía doña Concha, la mujer del jefe de estación. 

Otra de mis diversiones favoritas era poner chapas de cerveza sobre los raíles. No imaginas lo planchaditas que quedan después de pasar el tren. Los recuerdos se apilan intentando salir por mis dedos hacia el teclado. Pero no sólo colecciono imágenes, sino también olores, sonidos, paseos, esperas. Cuando vives en una estación te haces un especialista en esperar; siempre hay algo por venir. 

Tan intenso fue aquello que aún hoy, 60 años después, aún sigo visitando el lugar… que ya no es lo que fue, pero me sigue produciendo las mismas emociones.


La estación a día de hoy. Han desaparecido las casas de los ferroviarios que se situaban entre este edificio y el muelle de carga que se ve al fondo.


Al otro lado de las vías se encontraba este cortijo, hoy pura ruina. También sirvió de Cuartel para la Guardia Civil.


Una vista de la estación desde el lado Ronda/Algeciras. Un tren de cercanías se encuentra detenido en el andén.


15/11/23

... y que salga el sol por Antequera.

Llevaba tiempo con la intención de conocer Antequera, ciudad por cuya puerta había pasado decenas de veces -incluido el aparcamiento de su hospital- sin que el conocimiento llegara a ser íntimo.

La cosa se fue aplazando primero por un inoportuno catarro, luego por obligaciones adquiridas con anterioridad, más tarde porque la previsión del tiempo no acompañaba… total, que fue la segunda semana de noviembre cuando los planetas se alinearon y puse el Clio rumbo al Sueño del Indio, que los más cursis llaman también el Peñón de los Enamorados.

 

A ver ahora si soy capaz, ayudado de algunas fotografías de las muchas que obtuve, contarles mi versión de los hechos sin caer en la rutina de un guía de turismo.

 

Todo el mundo conoce de Antequera dos típicos tópicos, el Torcal y la Peña de los Enamorados. El primero lo excluí de mi visita y del segundo ya dije que prefiero llamarle el Indio, que me parece más auténtico.

 

Antequera me sorprendió agradablemente. Es una ciudad señorial en el fondo y en la forma. Y los antequeranos, al menos aquellos con los que traté, una gente la mar de simpática.

 

Los 41.000 antequeranos que registra el censo están orgullosos de su pueblo, no en vano es Patrimonio Mundial de la Unesco. A ello contribuyen sus cinco bibliotecas, sus decenas de iglesias y museos, y sus calles limpias y repletas de edificaciones singulares.

Ligada a los inicios del nacionalismo andaluz, en la ciudad se redactó en el año 1883 la Constitución Federal de Antequera y en 1978 el pacto autonómico que condujo a la creación de la Autonomía Andaluza, pujando por ser la capital de la comunidad andaluza hasta el último momento. Méritos no le faltaban, pero padrinos sí. Los padrinos los tenían los sevillanos.

 

Si en lo cultural la ciudad rebosa actividad hasta el punto que pude disfrutar de una exposición de Rafael Zabaleta, mi pintor favorito, en lo carnal no me privé de desayunar molletes de Antequera con zurrapa colorá y almorzar la sin par porra antequerana, placer de dioses.

 

Comencemos por el principio, el alojamiento. El Parador parece una buena opción.

 



Ya colocados, amaneciendo sobre la silueta del indio, vayamos a explorar…

 



 Unas vistas generales de la ciudad…

 




Contempla la Peña del Indio desde el mirador Michael Hoskin, a los pies de la Alcazaba, es un clásico…

 



Como iglesias, conventos y museos tienes para aburrir, yo recomiendo no dejar de visitar la Plaza de Toros y el museo de arte taurino que contiene. La terraza del bar que los días sin corrida profana el ruedo es opcional…

 




Otro clásico, la Puerta de Estepa. Si, desde el año 2011 aquí gobierna el PP.

 



La alcazaba, desde la calle principal del pueblo…

 



Ingente catálogo de casas señoriales y patios andaluces donde se enseñorean las pilistras…

 



Les dije que disfruté una exposición de mi admirado Rafael Zabaleta…

 



 Y que comí porra antequerana…

 



No dejes de subir a la Alcazaba, aunque para ello hayas de sufrir la Cuesta de Judas…

 



Y no olvides, para terminar, hacerte una foto entre Fernández y Muñoz, dos antequeranos de pro.

 



Los tesoros que guarda para ti la ciudad es mejor que los vayas descubriendo por ti mismo.

 

POR SU AMOR… reza el lema de la ciudad, y no me pregunten el motivo. Yo prefiero acabar con el más castizo de “y que salga el sol por Antequera”, en testimonio vivo, lacerante y tan actual de que conseguido el sillón, poco importan las consecuencias. Así nos va. 

 

La coletilla no es de ahora. Fraguada en el campamento cristiano que cercaba Granada, hacía mención a lo improbable de que el sol viniera a salir por un lugar situado al oeste. A mí esta coletilla, inevitablemente, me lleva a otra igual de contundente: A cada cerdo le llega su San Martín. 

29/10/23

el Balsón del Cerro Blanco

Dos caminos tienes para verte reflejado en las aguas del Balsón del Cerro Blanco. El uno, cómodo, es llegar con el coche hasta el paraje El Chorrillo, a los pies de la Sierra Alhamilla, dejarlo estacionado junto a los decorados cinematográficos y desde allí caminar unos trescientos metros. Luego, eso sí, tienes que llevar el coche al lavadero por la polvareda que produce el camino.

 


El otro, menos cómodo pero más divertido, es dejar el coche en el balneario y desde allí bajar hacia el Chorrillo hasta llegar al balsón, abajo de la ladera, en lo que no es sino un agradable y gratificante paseo. Luego queda subir, pero eso, comparado con llegar al Veleta, es pan comido. Además por el camino te puedes entretener en respirar la vida rural de los cortijos de la zona… y no te hablo de la granja de animales el Puntalillo porque, a ciencia cierta, no sé si está abierto.

 

El Balsón del Cerro Blanco no es sino una balsa circular de aproximadamente 20 metros de diámetro situada a los pies de la sierra, junto al cerro que le da nombre. 

Tiene agua durante todas las épocas del año -hay una canalización que la alimenta- y por tener tiene hasta peces de colores. 



Sorprende su ubicación en un paraje tan desértico, pero sorprende menos si piensas que un poco más arriba se ubica el balneario termal de Sierra Alhamilla.

 

Y ya de puestos, metidos en faena, te puedes dar una vuelta por los decorados cinematográficos que hacen de Almería una Tierra de Cine.



Consejo para urbanitas:

Si quieres disfrutar del paseo en soledad, elije un día entre semana y que no sea festivo.

12/9/23

España

El pasado domingo se convocó una concentración en mi ciudad para hacerse ver contra las políticas llevadas a cabo por el que a estas fechas es presidente interino del gobierno. Unas políticas que nos llevan al desmembramiento del país y que están haciendo una copia -y mala- de todo lo ocurrido en el año 1936; pero me voy a ahorrar tanto los insultos como las descalificaciones.

 

No era una convocatoria oficial, sino la de unos particulares anónimos y a través de las redes sociales.

 

En la Plaza del Ayuntamiento, ya no le llamo de la Constitución porque esta se encuentra seriamente amenazada, apenas nos concentramos unas mil personas. Y casi toda gente de mi edad, casi todos mayores de 50 años.

 

Sencillamente descorazonador. Ya parece claro que esto se va a romper. En mil pedazos. Otra vez. Pero todos parecen mirar hacia otro lado. La táctica del avestruz. Pareciera como si no fuera a pasar nada si creen que nada va a pasar.

 

Dónde están los jóvenes? Parece como si la cosa no fuese con ellos; y les va a pillar de lleno.

Dónde queda el concepto de Patria?

Dónde los valores que nuestros padres y abuelos nos enseñaron?

Por qué hemos permitido, otra vez, que esto pasara?

Ojalá que dentro de 10/15 años mis nietos, al leer este cristalito, pudieran decir: Se equivocaba mi abuelo… se equivocaba…

 

Nunca me alegraré más de haberme equivocado. Porque, a día de hoy, resuenan en mis oídos los versos de Machado:

 

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón.

 

Padre, si te es posible… aleja de mí este cáliz.




7/8/23

mi amigo Tenorio

Tuve un compañero, y sin embargo amigo, que respondía al nombre de Paco Tenorio. Andaluz de Huelva, era un tipo alto, enjuto, de escaso pelo y particular bigote. Tan alto era que la Sanglas 400 que le tocaba pilotar para ganarse el sustento, se veía a su lado como un infantil triciclo. Era evidente que le hubiera hecho falta más moto. Bueno… eso tuvo arreglo con el tiempo.

 

Coincidimos en el universo haciendo la campaña de Castilla la Vieja. Pasa que el bueno del Tenorio se enamoró de una chica de Anguita, una pequeña aldea a medio camino entre Alcolea del Pinar y Medinaceli, la del Cid, y quedó atrapado en el tiempo en aquel territorio. Yo asistí a su boda y, viendo su felicidad aquel día, también fue uno de los días felices de la mía. Y ello a pesar de que el reportaje fotográfico de diapositivas que le hice, a día de hoy, me parece algo horroroso; desde luego no lo que merece un amigo. Era septiembre de 1983. 

 

Mi amigo Tenorio era un mago haciendo paellas, que cocinaba con paciencia y esmerada liturgia mientras trasegaba, sorbito a sorbito, un vasito de anís que le acompañaba siempre junto a la paellera.

 

Pero sobre todas las cosas mi amigo Tenorio era buena gente. Es por eso que, además de compañero -no elegido-, era mi amigo -elegido-.

 

Sin las cadenas de la territorialidad, la morriña me hizo un día volver a Andalucía; el siguió viviendo en nuestra amada Castilla. Hace casi 40 años que no nos veíamos, pero 40 años no es nada y yo seguía considerándolo mi amigo. 

 

Hace sólo unos días volvimos a acordarnos de su espigada figura. Nos preguntábamos que sería de su vida, de la de Maribel, su mujer.

 

Nunca debímos hacerlo. Ayer supimos, por el invento maligno ese del Fasebuk, que acababa de fallecer en una clínica del inhóspito Madrid.

 

De cualquier forma, amigo, compañero, aunque sin prisas... ya nos queda menos para ofrecerte el abrazo que tantos años tuve guardado. 

Eso si... que disgusto m’has dao, Tenorio. 




26/5/23

A Zaragoza... o al charco.

Hace tiempo que no traigo a La Vidriera un cristalito relativo a las actividades cicleras del Capitán Pedales. Y haberlas haylas, pero nunca encuentro el momento de templarlas al horno. Hasta hoy, que ya tocaba.

El caso es que, después de pasear al santo, la lluvia tan rogada llegó sin medida como suele y amén de otros destrozos nos dejó las pistas de tenis inutilizables para unos cuantos días. Y como somos gente de culo inquieto decidimos que era hora de sacar las bicis de su guarida e inventarnos un guacabaud que esta vez, como casi siempre, tenía como meta el entorno de San Miguel del Cabo de Gata.

 

El problema es que la misma lluvia que ya nos había jodido las pistas de tenis se entretuvo también en joder el habitual camino al Cabo, que se nos presentó no sólo con las dunas de arena habituales sino con grandes acumulaciones de agua que más que charcos nos parecían lagunas. Y ante ellos, en principio, no quedaba más que colgarse la bicicleta, salir del camino, y andar unos cientos de metros hasta encontrar otra vez el seco.



Para colmo, cuando llegamos al Charcón de Rambla Morales nos vimos sorprendidos con que el mar se había adentrado en la laguna y no había forma humana de pasar al otro lado. 

 

A estas alturas del paseo ya se nos había unido Cristina, una ciclera de La Mancha, que vacaciona habitualmente en Almería y que no lo hace sin su bicicleta.



Decidimos entonces rodear la laguna por el norte, pero para ello tuvimos que caminar por las dunas -más que pedalear- como dos kilómetros, hasta llegar a la altura del camping de Pujaire. Allí pudimos vadear la rambla al otro lado y enfilar nuestro objetivo… que no era otro que sentarnos en la terraza de algún bar del Cabo y desayunar como Dios y el catecismo del ciclista mandan. Cristina tuvo la deferencia de acompañarnos en el desayuno, mientras nos fue poniendo al día de como discurre la vida tan lejos del mediterráneo.




Ya al volver, Cristina por un lado y nosotros por otro, convine con Julieta que estaba harto de vadear charcos con la bicicleta al hombro y que era momento de probar en navegarlos. Mi amigo Enrique también los navegaba unos metros atrás.

 

Fue al tercer o cuarto charco navegado cuando la rueda delantera de Julieta se trabó en alguna piedra oculta y estuve a punto de irme a pique. Tuve que poner pie a tierra ... a agua quise decir, que me cubría por encima del tobillo. Al detenerme yo también tuvo que detenerse Enrique, pero perdió el equilibrio, la bici se le venció a un lado, y aterrizó de bruces en el charco. Me acordé del chiste aquel del maño que decía que a Zaragoza… o al charco. 

 

Al verlo sumergido en el charco al principio me dio risa tonta, pero al ver que no salía tuve que correr preocupado en su ayuda, quitarle la bicicleta de encima y ayudar en su rescate.

Sangraba además por la antepierna derecha; se había clavado los dientes del plato grande la bici. 



Llegó la fase de evaluación de daños, recomposición de lo averiado y puesta en disposición de seguir el camino. Menos mal que llevaba en la mochila un paquete de toallitas húmedas del Mercadona, que nos sirvieron de vendas, de toallas y de trapos de limpieza. Es absolutamente recomendable llevarlas en el macuto del ciclista piltrafilla, como lo que somos.

 

A partir de ese momento decidimos que ya no navegábamos más y que era mejor la táctica del pie a tierra y bicicleta al hombro. Ello no fue óbice para que unos kilómetros más adelante, envidioso como tiña, fuera el maestro vidriero el que diera con sus huesos en el camino al quedarse la rueda delantera de la bici bloqueada en una duna traicionera. Otra vez a escena las toallitas húmedas del Mercadona. 



Al fin, más pronto que tarde, terminamos la aventura sin otra incidencia que perdernos la habitual cerveza con que se deben terminar estos encuentros tan deportivos como sociales. Nos desquitaremos en cuanto podamos. 

20/4/23

Érase una vez

Érase una vez un pueblo de honda y antigua tradición marinera. Situado por la fortuna en la puerta de entrada al mediterráneo, allí se veneraba… y se venera de forma especial a la Virgen del Carmen. 

El 16 de julio, su festividad, es fiesta grande en el pueblo. Se saca a la Virgen en procesión y, si los dioses del mar lo permiten, se la pasea por las aguas costeras para que las bendiga. A partir de ese día, los niños ya se pueden bañar sin peligro en sus playas.

 

Tal es la comunión entre el pueblo, la Virgen y el mar, que desde la puerta de su ermita mira continuamente el piélago del que forma parte, ora tranquilo… ora tempestuoso, durante los 365 días del año.

 



Pero entonces llegó un alcalde. Un alcalde cojonudo la mayor parte del tiempo, todo sea dicho. Un alcalde que mejoró, en mucho, la trayectoria de munícipes anteriores y que hizo grandes cosas por el pueblo… si obviamos la cosa aquella del tobogán y algún desliz más sin importancia; todo el mundo se equivoca en alguna ocasión. 

 

Tan bueno era el tío que una mañana se despertó con sueños faraónicos y, viniéndose arriba, se dijo que debía perpetuar su mandato con algo mastodóntico que le hiciera memoria cuando ya no estuviera. Una pirámide, o un aeropuerto, o una base de la OTAN… o algo…

 

Y ese algo fue una grandiosa torre-mirador que, además, albergaría el museo más fashion de la Costa del Sol. 

 

Tenía nuestro alcalde 23 kilómetros de costa para situar su invento. Y cuál cree mi avispado lector que fue el sitio elegido?  Acertaste; justo delante de la imagen de la Virgen del Carmen de nuestros marineros. Pero justo… justo. 

 

Así que donde antes sus divinos ojos se perdían en las azules aguas del mediterráneo, ahora no ven más que la cola que se forma a las puertas del recién inaugurado edificio para subir al mirador o contemplar, con una ceja levantada, las pinturas de la Thyssen.

 

Mientras, entre sorprendido y resignado, el esteponero de a pie, porque es de Estepona de lo que estoy hablando, aún medita con la papeleta en la mano si votarle en las próximas elecciones o arrojarle desde el mirador. 

 





19/2/23

el toro de Osborne




Hice esta foto en abril del año 2011, un día que andaba de guacabaud por la vega del Andarax. Aquel día no sabía que fue a principio de los años 70 cuando a la directiva de la casa Osborne se les ocurrió adornar los paisajes españoles con la efigie de un toro -símbolo hispano donde los haya- para hacer publicidad de su brandy Veterano.

 

Así, una vez examinados los posibles emplazamientos -tenía que ser al lado de una carretera- los jerezanos se pusieron en contacto con la familia Morcillo, que era la propietaria de un otero, en torno al km. 454 de la antigua N-340, cuando era paso obligado para todo cristiano que pretendiera viajar desde Cádiz a Barcelona. 

 

Obtenido el consentimiento, imagino que previo pago de su importe, en el año 1974 se instaló nuestro famoso toro. De 13 metros de altura, lo componen 70 piezas de chapa modeladas en los talleres de los Hermanos Tejada, del Puerto de Santa María, y que llegaron hasta Almería en barco. Desde aquel día, vigila el paso de cada vehículo que pasa por el entonces inevitable y ahora nostálgico Puente de Rioja.

 

Unos impresentables, de los que abundan en este desierto, lo castraron -al toro, digo- en el año 1987, viéndose la propiedad obligada a restaurarle sus nobles atributos.

 

Se llegaron a levantar más de 500 toros por toda la geografía nacional, y recuerdo tener fotografiado uno de sus hermanos que pasta en las dehesas de Zahara de los Atunes, en la provincia de Cádiz.

En el año 1994, el Reglamento de Carreteras, que prohibía la publicidad en las proximidades de las carreteras, fue el matadero para muchos de nuestros toros. Algunos se salvaron. Recordarán el de la peli Jamón Jamón, de Bigas Lunas. 

 

En Almería se promovió una campaña ciudadana para salvar el toro de Rioja, y el entonces ministro José Borrell concedió una prórroga. Finalmente, en el año 1997, el Tribunal Supremo sacó el pañuelo naranja que, definitivamente, indultaba a nuestro toro.

 

Con el viento a favor, en el año 2009 fue declarado Patrimonio Histórico de Andalucía y en el 2011 Bien de Interés Cultural. 



-el toro de Zahara.

23/1/23

la muerte indigna

En uno de los museos de la ciudad se expone estos días un testimonio acerca de la creación de la provincia de Almería; año 1822.

En la misma sala coincidimos esta mañana el que les escribe y un grupo de alumnos de un instituto de la capital; chaval@s en torno a los 15/17 años.

El profesor que les guiaba, un enamorado de su profesión a juzgar por lo que vi, se detuvo a explicarles las peculiaridades del absolutismo; Fernando VII. Y dentro de ese discurso acertó a contarles que el sistema absolutista tenía dos modos de quitarse a sus enemigos de encima; la muerte digna y la muerte indigna.

El profesor quiso quedar ahí; la prudencia revoloteando por la sala, pero el alumnado –rara cosa en estos tiempos- quiso saber más. Puso entonces el profe como ejemplo de muerte digna la guillotina, o el fusilamiento de frente. Como ejemplos de muerte indigna el fusilamiento de espaldas o la horca.

Demasiado pastel para contener las ansias. Por qué… en qué se diferencian, quiso saber la chavalería.

Entonces el profesor, sin pelos en la lengua y sin lenguaje de medias tintas les contó que la guillotina era una forma digna porque la muerte sobrevenía limpiamente, un tajo y aquí paz y allá gloria. También lo era el fusilamiento cuando el condenado podía morir mirando a los ojos a su verdugo. Sólo los nobles morían en la guillotina. Que se lo cuenten a María Antonieta.

Sin embargo la horca era una muerte para villanos, para plebeyos. El ahogamiento por acción de la soga hace que se te aflojen los esfínteres, por lo que en la mayoría de las ocasiones te cagas y te meas, con la humillación añadida que esto supone. Además no mueres de inmediato, sino que pataleas un rato antes de que Caronte acepte subirte a su barca. Una muerte a todas luces indigna. Además, y esto lo añade el maestro vidriero, en la horca murió Judas Iscariote, el traidor, el de las treinta monedas; no creo que haya que añadir nada más.

Puedo asegurarles que no se oía en la sala ni el vuelo de una mosca; sólo la exposición cadenciosa del profesor ejerciendo su magisterio.

Y a mí se me vino al campanario aquella cita de Joselito el Gallo: Sólo te vas a morir una vez, trae cuenta hacerlo con decencia.