Tenía esto abandonado; es hora de ir añadiendo nuevos cristalitos. Y vale para ello una reflexión en voz alta.
Paseaba el otro día las calles de Vera, un pueblo del levante almeriense cuando me sorprendió la llamativa presencia de un mural que ocupaba toda la fachada de lo que otrora fue un cine de verano. Por vete tú a saber que maléfica asociación de ideas fue instantáneo se me subiera al campanario la imagen de Juana Rivas; la madre coraje a decir de algunos.
Era el verano de 2016 cuando la tal Juana decidió, por su cuenta y riesgo, sustraer a sus dos hijos de la presencia del padre, abandonar el país –Italia- en que vivían e instalarse en Maracena, un pueblo de Granada donde fue recibida como a la mismísima Juana de Arco cuando se iba a comer a los ingleses. Olvidaba Juana que fueron los propios franceses los que luego la entregaron.
A favor de viento, porque es la moda y lo que tocaba, Juana fue asesorada para que formulara una nueva denuncia por violencia machista contra su marido. Ello le aseguraría, de todas todas, la custodia de sus hijos. A su marido –la verdad no importa- que le dieran mucho por culo.
Tal fue el revuelo que se formó –recordarán aquello de TODOS SOMOS JUANA- que hasta los primeros espadas políticos, Rajoy y Susana Díaz a la cabeza, mostraron públicamente su apoyo a la heroína del pueblo. Lo correcto, en política, es dejarse llevar por los que gritan en la calle.
En todo aquello tuvo mucho que ver una tal Paqui Granados, responsable del Área de Igualdad del Ayuntamiento de Maracena, feminá convencida y con una larga trayectoria de basureo político. Había que escuchar vocear aquellos días a la Paqui de los cojones blandiendo los derechos de la mujer como Gabriel amenazaba con la espada flamígera.
Al punto, alguien se empezó a oler que detrás de todo aquello había gato encerrado y el apoyo político le fue siendo retirado poquito a poco, sin hacer ruido, como el que ha tirado la piedra y esconde la mano.
Afortunadamente, la justicia –y más la europea- no funciona a golpe de populismo; y ya es difícil a juzgar por el jaleo que forman los movimientos feminoides. A día de hoy, Juana Rivas ha sido condenada por sentencia firme a cinco años de cárcel, le ha sido retirada la custodia de los hijos a quienes tiene que pasarles una pensión compensatoria, ha perdido la patria potestad y se ve obligada a seguir un tratamiento psicológico dada la comprobada desorganización mental que padece y la compulsiva manipulación que ejerció sobre los niños en contra del padre, consecuencia de la cual uno de ellos también debe recibir asistencia psicológica. Todo esto no lo digo yo, lo dicen medios de comunicación social que, en principio, tengo por imparciales.
Mi pregunta, mientras miro abstraido el retrato de Juana Rivas en la pared, es:
¿Dónde coño están ahora los gallos de aquel corral?
¿Dónde los que le hacían la ola?
¿Dónde los que la trataban como a la adalid de la causa feminista?
¿Dónde ese bicho que se apellida Granados?
Nunca, nunca, una persona estuvo peor aconsejada que la señora Rivas. Y nunca, ahora, tan sola.
Y no lo dice el maestro vidriero...
> Cuidado con quien te juntas
La Vidriera del Mairena
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